El Encuentro De Dos Almas

8 FELIZ ENTRE MIS BRAZOS

Han pasado tres meses desde que logré que Lissa aceptara compartir su vida conmigo. Desde el día de esa horrible pesadilla, no paré de insistir. Michael me ayudó a convencerla; él y los desesperados Lucas y Mathías que le decían constantemente que cuando estaba en su casa, yo no hacía nada bien en mi trabajo. Eso era cierto, no lograba concentrarme; sólo pensaba qué estaría haciendo, si saldría de nuevo a buscar empleo o si estaría en peligro.

Ahora estaba más que feliz; la tenía trabajando para mí, llevaba la contabilidad en mi oficina. Verla cada mañana despertar a mi lado, arreglarse para salir conmigo vestida con sus trajes impecables y sus tacones que le hacían ver unas piernas de infarto, era el regalo más grande que había llegado a mi vida. Mis empleados ahora trabajaban con más ánimo y más alegres, pues ya no me mostraba alterado, ni furibundo sin causa aparente, todos sabían que Lissa complementaba mi vida.

Su primer día de trabajo estaba nerviosa desde que se despertó; no dejaba de decírmelo y no lo dudaba, todo en ella lo gritaba. Se cambió el traje tres veces; yo la observé con paciencia mientras no dejaba de reír, eso le hizo decirme más de un taco. Finalmente, me complació, usando el vestido que había comprado para ella antes de encontrarla. Se veía hermosa, exactamente igual a como la vi en mi sueño.

Lissa se había mostrado igual de nerviosa el día que le dije que Lucas y Mathías irían a casa a cenar con nosotros para conocerla—. Tony, ¿y si creen que no soy buena para ti?, ¿qué haremos? —me preguntó, retorciendo un trozo de la servilleta mientras desayunábamos.

—No haremos nada, sólo mandarlos a la mierda. Son mis amigos y los quiero, pero nada ni nadie me hará separarme de ti. No dejes que esos tontos te intimiden; son abogados y se les puede hacer fácil.

—Ya imagino la cantidad de preguntas que me harán —dijo y no se equivocó. A pesar que les advertí más de una docena de veces que no la importunaran, los dos estúpidos no pararon de interrogarla. “¿Qué esperas de Tony?, ¿crees que está loco?, ¿no se te hace raro que se invente toda una cantidad de cosas sobre ti?”. Pregunta tras pregunta respondió mientras cenábamos con ellos; de vez en cuando me miraba, pidiendo mi ayuda, pero ellos no parecían hacerme caso cuando les pedía que la dejaran en paz.

Aquella noche se durmió abrazada a mí, me dijo que estaba tan cansada de responder tonterías que si no despertaba sería porque su alma se había mudado a otro planeta. No me hizo gracia ese comentario, así que mientras ella dormía, yo vigilaba su respiración y le pedía al universo que Lissa viviera largos años.

Cada noche la amaba como sólo ella se merecía ser amada; necesitaba sentirla mía. La tomaba entre mis brazos y acariciaba cada rincón de su cuerpo, no había en ella un sólo lugar que no hubiese besado y, sin embargo; nada parecía poner fin al deseo y la pasión con que la envolvía. Ella era feliz entre mis brazos, lo demostraba con sus respuestas, con su manera de dejarse amar, con la forma en que me trataba; con cariño, con pasión, y delante de los empleados, con un respeto que hacía que los demás la admirasen. No cabía duda que sabía diferenciar entre lo personal y lo laboral. Algunas veces lograba que bajara su nivel de respetuosidad en la oficina, la tomaba entre mis brazos y la hacía perder su autocontrol.

—¡Tony! Si alguien llama a la puerta y no abres de inmediato, notarán que estamos haciendo el amor en la oficina —me dice cada vez que me salgo con la mía.

—Ellos tienen que entender que no puedo esperar, que te amo lo suficiente como para no poder esperar a llegar a casa —eso la hacía reír de verdad.

—Nunca pensé lograr tanta felicidad en mi vida —siempre me lo repite y yo le prometo hacer que cada vez sea más y más feliz a mi lado. No he dejado de sentirme mal por ella cada vez que pienso que creció prácticamente sin amigos porque la discriminaban por su cabello de intenso color rojo o por el extraño color de sus ojos. Jamás fue invitada a una fiesta o a estudiar en un café. Nunca logró celebrar un cumpleaños con más de dos personas: sus padres; por ello, me había propuesto ayudarle a vivir mil experiencias y hacerla muy feliz.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.