El Encuentro De Dos Almas

9 ACCIDENTE

—Preciosa, despierta, se hace tarde. Hoy tenemos mucho trabajo en la oficina —escucho la voz de Tony, pero no quiero abrir los ojos; llevo varios días sintiéndome mal al despertar y sé que hoy no será la excepción. Algo debe estar mal en mi organismo. Rebeca me ha dicho que debo ir a realizarme exámenes médicos, tal vez sea que han bajado mis niveles de hemoglobina e insiste en darme suplementos vitamínicos en mis bebidas. Le he prohibido contarle nada a Tony, eso haría que me impidiese ir a trabajar.

—En un momento voy, cariño; déjame dormir un rato más —abrazo su almohada y me siento en la gloria; su fragancia me envuelve y me hace calmar. De repente, me hala de un pie e intenta hacer que me levante. Grito lo más fuerte que puedo para que me suelte, pero no lo hace e insiste, hasta que logra ponerme en pie.

—¡Pero te has vuelto loco, Tony!, ¡déjame en paz! ¡He dicho que en un momento voy, no soy una chiquilla a la que su madre despierta para que vaya al colegio! —estoy alterada al cien, no me entiendo ni yo misma.

—¿Así que así va a ser? —pregunta sonriendo y yo no comprendo nada.

—¿Así va a ser qué? Explícate —le grito mientras voy al baño.

—Así va a ser cuando levantemos a nuestros hijos para ir al colegio —dice, aun sonriendo y yendo tras de mí. Sus palabras me desestabilizan y en el acto mi estómago da un vuelco; corro al sanitario y saco de mí hasta lo que no había dentro.

—¡Cariño! ¿Qué pasa?, ¿estás mal y no me lo has dicho? —su preocupación es más que palpable. Toma una toalla y la coloca en el suelo y me ayuda a sentarme sobre ella. Con el invierno en su punto más alto, las baldosas están muy frías a esta hora de la mañana—. Dime qué te pasa, por favor.

—No lo sé Tony, ayer estaba bien —omito decirle que llevo varios días sintiéndome mal, no quiero darle otra preocupación. Los casos que lleva en su bufete no le dan respiro, como para que yo le cause otros.

—Será mejor que te quedes en casa, le diré a Rebeca que esté al pendiente y que te prepare algo liviano para desayunar —me ayuda a volver a la cama, me cubre con las mantas y me pide que duerma otro rato.

—No vayas tú tampoco, Tony; quédate a hacerme compañía, por favor —le pido mientras Rebeca entra con el desayuno.

—No puedo quedarme, preciosa; hoy debo asistir a un juicio, pero regresaré lo más rápido que pueda. Prométeme que descansarás y te alimentarás como es debido. Rebeca por favor, cuida de ella, hoy no se ha sentido bien.

—¿Así que hoy es más fuerte su malestar?, debió hacerme caso e ir al médico, señorita —la cara de Tony es indescriptible y yo estoy que ahorco a esa mujer por no saber mantener la boca cerrada.

—¡Qué! ¿No es la primera vez que te sientes indispuesta?, ¿cuándo pensabas contármelo?, ¿es que no me tienes confianza, Lissa?, ¿para qué somos pareja entonces? —sus gritos me ponen nerviosa y comienzo a llorar sin poder contenerme; intento decirle algo, pero no me da tiempo, sale hecho una furia, dando un portazo.

—¡Lo siento mucho, señorita! Pensé que le había contado al señor lo que le pasa. No quise hacer que se molestaran. Debería escucharme. Peter estará más que dispuesto a llevarla al hospital. Allí ya la conocen y la atenderán de inmediato.

—No quiero ir a ningún lado, Rebeca; no quiero que nadie me vea así —continúo llorando como una tonta; me duele mucho que el hombre que dice amarme me gritara como lo hizo y, además, que se haya marchado dejándome hecha un mar de lágrimas. Tomo una parte de mi desayuno, cada bocado me hace sentir arcadas y le pido a mi ayudante que me deje dormir.

No sé cuántas horas pasan; siento que he dormido un mes entero, mi cabeza está pesada y me mareo al intentar levantarla, por lo que vuelvo a dormir. La voz de Michael me despierta, trata de hablar pausadamente, pero siento que se atropellan sus palabras.

—Despierte señorita, ¡por el Amor de Dios! El señor la necesita.

—¿Qué dices?, ¿para qué me necesita?, que venga él, ya sabe que estoy aquí —le respondo aun sin verlo.

—Ese es el problema, él no puede venir, ¡ha sufrido un accidente!

—¡¿Qué!?, ¿Cómo que un accidente? —mi cerebro entra en funcionamiento de nuevo y me levanto rápidamente—. Dime que no es verdad lo que dijiste Michael, ¡dímelo! —le grito desesperada.

—Lamentablemente es cierto, señorita. Tony sufrió un accidente; al parecer fallaron los frenos de su auto, iba por la carretera y al no lograr parar, chocó contra un muro —Michael se llevó las manos al rostro y comenzó a llorar, esa imagen me hizo pensar lo peor, que había perdido al amor de mi vida.

—Por favor, Michael; no te derrumbes —dije entre sollozos—. Te necesito para que me ayudes, no puedo sola con esto. Dime que está vivo, por favor —le dije, tomándolo de las manos para obligarlo a mirarme a los ojos.

—Su padre llamó hace un momento. Dijo que está estable, pero que aún no saben qué consecuencias tendrá; al parecer, el auto se incendió y no sé si él sufrió quemaduras o no, eso no me lo explicó él.

—¡No puede ser, no puede ser! —caí de rodillas, mis piernas no me sostenían. Dos pares de manos me ayudaron a levantarme. Michael se recompuso para darme fuerzas y le pidió a Rebeca que me ayudase a vestir para llevarme al hospital.

En ese momento saqué valor para hacerlo por mí misma. Corrí al baño, me duché rápidamente y me vestí con lo que me alcanzó Rebeca. Un pantalón de mezclilla, una camisa verde esmeralda, era el color que Tony prefería para mí, pues según él, resaltaba el color de mi cabello; además, un abrigo que me cubría hasta las rodillas, bufanda y guantes. Hubiese preferido irme con menos ropa, pero Rebeca me hizo entrar en razón; de acuerdo con sus palabras, “si el señor me veía soportando el frío que había fuera, se molestaría a lo grande”.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.