El Encuentro De Dos Almas

11 UNA VIDA

Salí de esa habitación hecha un lío. No tenía dominio de mi mente; por un lado, estaba eufórica al verlo despertar y por otro, estaban esos sentimientos lastimándome desde la mañana, cuando se marchó sin hablarme. Me senté en la sala de espera, las lágrimas no dejaban de brotar. Michael y Peter me observaban sin que yo les explicara nada; supongo que pensaron que había ocurrido lo impensable, porque vi cómo limpiaban sus rostros húmedos.

—Lissa, debes calmarte, eso no le hace bien a ninguno de los dos —el padre de Tony estaba de rodillas frente a mí, retirándome las manos de mi rostro.

—¿A quién no le hace bien mis lágrimas?, Tony ni siquiera sabe que estoy aquí llorando.

—¿El señor está vivo?, ¿está bien? —las palabras de Peter dejaban claro el sufrimiento de ellos y yo, malvada, los había dejado pensar en algo tan terrible.

—Sí, él está bien —respondió Don Carlos—. Quien no lo está eres tú, Lissa. Ven conmigo, vamos a hacer que te vea un especialista.

—¿Qué intenta decir, que estoy loca? ¡Cómo no estarlo si ese hombre está acabando con mis nervios!

—Él no está haciendo nada, quien lo está haciendo son tus hormonas, de eso estoy más que seguro —tomó mi mano y me obligó a ponerme en pie y avanzar con él por el pasillo, dejando a Michael y Peter sin entender nada. Y ahora yo tampoco entendía, ¿qué quiso decir con eso de mis hormonas?; sin embargo, no me atreví a preguntarlo.

Me dejé guiar hasta el consultorio de un amigo suyo, a quien me presentó como el Dr. Luis. Me hizo un montón de preguntas; no recuerdo cómo respondí a ellas, no lo hacía de forma consciente. Una enfermera tomó muestras de mi sangre y nos hicieron esperar allí hasta que regresó con los resultados. Mi suegro, ― ahora lo veía como tal, antes no podría haberlo hecho, pues tenía otro concepto de él ― me miraba de vez en cuando mientras hablaba con su amigo, me sonreía y me veía con lo que pude identificar como ternura.

—Ahora vamos a hacerte un eco, Lissa —dijo el doctor Luis. Extendió los resultados a Don Carlos, quien me sonrió de nuevo.

—¿Pueden decirme de una vez por todas qué me ocurre?, ¡estoy empezando a arrepentirme de entrar en esta familia! Todo es un misterio para ellos, ¡por Dios!

—Ahora menos que nunca puedes arrepentirte de estar con mi hijo, muchacha. Ahora menos que nunca —repitió con la sonrisa más amplia—. Ve, mi amigo explicará lo que tenga que explicar. Sólo te pido que me des unos minutos, Luis. Debo traer a mi hijo. No me perdonaría nunca si lo hago perderse este momento —luego salió, mostrándose feliz.

—Doctor, por favor, no me haga sufrir más.

—Ya escuchaste al doctor Castaldi —dijo sonriendo también—. Él es el jefe y dijo que debo esperar. Cálmate, no ocurre nada que lamentar, al menos hizo surgir la sonrisa de ese viejo gruñón.

Ahora sí que entendía menos de nada. Sólo podía esperar, así que lo hice. Retorcía mis manos, pensando que, si se tardaban un poco más, bien podría sacar los dedos de su sitio. Después de lo que me pareció una eternidad, Don Carlos abrió la puerta para luego entrar con Tony en una silla de ruedas; él se veía preocupado. Me miró como queriendo transmitirme una fuerza que ahora mismo él no tenía. Tendió su mano hacia mí y tomé la suya.

—Pequeña, no te preocupes, estaré contigo así lo haga en esta estúpida silla donde me siento inservible. Doctor Luis, haga lo que tenga que hacer y ya no nos haga sufrir más, por favor.

—Ok, pasa Lissa —dijo indicándome que entrara a un apartado del consultorio—. No es necesario que te coloques la bata, sólo sube un poco tu blusa, deja tu abdomen descubierto —hice lo que me decía. Tony intentó ayudarme a subir, pero al moverse, gruñó debido al dolor que sentía.

—Deja Tony, ya la ayudo yo —su padre me sirvió de apoyo para subir y acostarme. El otro médico acercó un aparato a la camilla, colocó un gel bastante frío sobre mí y comenzó a pasar el aparato por mi vientre. Aquello empezaba a tener sentido; ¿por qué he sido tan idiota?, me repetía en la mente. Tony observaba en silencio, no dejaba de mirarme, hasta que el doctor le dijo.

—Mira Tony, eres un hombre afortunado. El mismo día que Dios permite que salves tu vida, una vida llega a ustedes.

—¡Qué quiere decirme! —gritó él—. ¿Lissa está embarazada? —sus manos tomaron la mía, apretándola con fuerza—. ¡Por favor, doctor no juegue con nosotros! —su voz ahora era un susurro, grandes lágrimas caían de los ojos de Tony.

—¡No puedo respirar, Tony! ¡No puedo! —ambos médicos me atendían tratando de calmar mis nervios. No podía creer que dentro de mí, ahora crecía una personita.

—Cálmate, mi amor. Vamos, respira. Todo está bien —el hombre de mi vida hizo todo su esfuerzo para ponerse de pie. Su padre se apresuró a ayudarlo. Me senté y lo abracé con cuidado de no lastimarle.

—Tienes que sentarte, Tony. Aún no ha pasado el tiempo suficiente para que te levantes; prometiste que obedecerías, ¿o quieres que la pierna se vea comprometida?

—Hazle caso a tu padre, mi amor. Estaré bien, lo prometo. Estoy intentando asimilarlo, es sólo eso —besé sus labios fugazmente para lograr que volviera a la silla. Afortunadamente, lo hizo.

—Vuelve a acostarte, Lissa —me pidió el doctor Luis— debo terminar esto. Reinició la actividad con el ecosonograma—. Ahora voy a tratar de escuchar su corazón… Allí está —agregó unos minutos después. Un pequeño zumbido provenía del aparato, mis ojos volaron a la pantalla en blanco y negro que mostraba una imagen ininteligible para mí; sin embargo, estaba segura que allí estaba mi hijo, o hija. El sonido de su corazón se convirtió en la canción más hermosa que había escuchado jamás.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.