Ahora sí que estaba arrepentido como nunca lo había estado de mi comportamiento; toda mi vida hice gala de ser el más centrado, el que lo pensaba todo detenidamente para tomar las decisiones y para decir las palabras correctas en el momento correcto y en ese momento sólo pensaba en cómo había actuado debido a la falta de tacto de Lissa. No consideró que era peligroso salir de casa sola a las tres de la mañana, tampoco lo había hecho al irse del hospital sin decir a donde se dirigía o qué haría, y luego, tardar más de dos horas en volver a casa.
Tenía que haber regresado al hospital como se lo prometí a mi padre, pero en ese momento en lo único que podía pensar era en retener a Lissa en casa. Alguien había saboteado los frenos del auto, ya me habían amenazado y ella no lo entendía. Tal vez era mejor decirle todo lo que sospechaba, pero salió furiosa.
Michael entró a la habitación con unas bolsas en sus manos, estaba claro que eran las compras de Lissa.
— Señor, dejaré las compras de la señorita en el vestidor.
—No, déjalas sobre la cama Michael, quiero saber qué fue lo que la entretuvo tanto tiempo en las tiendas.
—Pues al parecer sólo estuvo en el supermercado, señor.
—¿Cómo lo sabes? ¿Ella te lo dijo?
—Si prestara más atención a las bolsas que se traen a casa, se daría cuenta; las bolsas son de allí. Además, compró ingredientes para hornear un pastel. Rebeca se encargará de eso.
—¿Un pastel? —ahora entendía menos.
—Un pastel de chocolate... mucho me temo que cuando fue allí, lo hizo pensando en usted, señor y debo agregar que creo que se le pasó la mano.
—¡Ay no! He sido un energúmeno con ella, cuando todo lo que hizo fue por mí. Se fue al hospital en medio de la noche, fue de compras... dame las bolsas, quiero ver qué hay.
Nada más horrible que ver las pertenencias de otra persona, pero yo estaba obligado a saber qué había traído Lissa. Lo primero que vi, un paquete de pañales desechables; el alma se me hizo un ovillo. Biberones, un patito de hule... No pude continuar, comencé a llorar, me sentía miserable. Antes, una situación como aquella me habría parecido insignificante, pero en ese momento me hacía sentir el más miserable de los hombres, acabé con la ilusión de Lissa.
—¿Dónde está ella? —pregunté a Michael que me observaba en silencio. Debía parecerle extraño, desde que ella apareció en mi vida había llorado más veces de las que recordaba; mi ser se quebraba si ella sufría—. Dile que venga, por favor. Necesito hablar con ella.
—Mucho me temo que va tener que esperar. Se encerró en la habitación de invitados y dio órdenes tajantes que no le molestaran porque no había dormido en dos noches seguidas y necesitaba hacerlo.
—¿Estás seguro que sigue allí?
—Adrián se instaló enfrente, no piensa perderla de vista de nuevo. Hace un rato la escuchó llorar y luego nada. Debe haberse quedado dormida.
—Llorando, Lissa estuvo llorando por mi culpa. Otro sueño que se cumple, Michael. La he visto bañada en llanto y siempre me grita que es por mi culpa, pero no sé a qué se refiere.
—¿Así que ha seguido soñando?, no me ha contado nada, señor. Espero se lo esté comentando a ella.
—No, no me atrevo a contarle nada, creo que saldría espantada con tantos sueños raros. La he visto en un lugar oscuro con los ojos vendados y las manos atadas, trata de gritar, pero está amordazada; no sabes lo que me hace sentir esas imágenes, el sueño se ha repetido tres veces. Otras noches, he soñado que ríe junto a mí, caminamos por la orilla de la playa; lo raro es que no la he soñado embarazada, aunque nos he visto junto a dos niños. Lo pinté, ¿recuerdas?
—¿La señorita está embarazada? Eso debería tenerlos eufóricos, no peleándose como idiotas. Ahora entiendo por qué trajo a casa esas cosas —la sonrisa de Michael era nueva, jamás lo vi tan feliz.
—Lo descubrimos ayer. ¿Recuerdas que no fue conmigo al trabajo porque se sentía mal? —asintió con la cabeza y proseguí—. Ese malestar les salvó la vida a ambos. Si hubiese ido conmigo, no habría logrado sacarla del auto.
—No diga más, señor; sólo pensarlo me hace sentir mal.
—Es que si no lo digo voy a terminar por gritarlo mientras duermo y ella puede escucharme. No imaginas el miedo que sentí cuando no logré frenar y más cuando vi llamas en el motor mientras intentaba sacar mi pierna atascada; tuve que golpearla con fuerza y luego me arrastré un trecho largo para alejarme de las llamas cuando ya comenzaban a consumir el auto —mi fiel ayudante comenzó a llorar y yo con él.
—¿Te das cuenta lo que digo? No había tiempo de sacar a nadie más; por eso agradezco a Dios por su malestar matutino, agradezco su forma de imponerse ante mí y haber decidido que no asistiera a la oficina y más aún, agradezco porque tengo una nueva oportunidad para vivir y porque mi bebé viene en camino. Michael, tengo que verla, tengo que dormir a su lado. Por favor, ayúdame a llegar hasta allí, necesito pedirle perdón.
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Editado: 15.10.2025