Desperté sin saber qué hora era. Estaba muy oscuro; no sabría decir si era de noche o estaba pronto a amanecer. Sentía que no había comido en muchos días; fui a la cama sin tomar el almuerzo y ahora también me debía la cena, así que decidí ir a la cocina.
—¡Oh, por Dios! —grité cuando sentí a alguien a mi lado.
—Tranquila cariño, soy yo, soy yo. Por favor, no te exaltes; no fue mi intención asustarte.
—¿Qué haces aquí, Tony? Esta no es tu habitación.
—Eso está claro; no es “nuestra habitación”. No pude dormir allí si no estabas tú, así que, aquí me tienes.
—Pues no sé para qué te tomaste la molestia de venir aquí. En tu estado no es prudente ir de aquí para allá; estoy empezando a darme cuenta que no mides las consecuencias de tus actos —estaba furiosa y dolida. Toda mi ilusión de hornear un pastel para él y de mostrarle todo lo que había adquirido para el bebé se había esfumado por su culpa; no me permitió aclararle nada y como si no me conociera, lo único que pudo pensar era en que había estado comprando maquillaje.
—Molestia es dormir sin sentirte a mi lado, cariño ¿No te has dado cuenta? —encima se mostraba sonriente, el muy cínico; su actitud no estaba ayudando en nada a mi furia.
—Ten la decencia de no mostrarte feliz, o tengo que aclararte que esta situación es por tu culpa. Para empezar, deberías estar en el hospital y no aquí.
—Aquí se está mejor que en cualquier sitio. Por favor, Lissa, ven; siéntate un momento, necesito pedirte disculpas. He sido un tonto y te he tratado mal, pero debes comprenderme, estaba nervioso por no saber dónde habías ido.
—No puedo sentarme, ahora mismo debo ir a la cocina, el hambre está matándome.
—Si tienes hambre puedo pedirle a Rebeca que te suba algo —dijo mientras ya me dirigía a la puerta.
—Tranquilo, yo solita puedo prepararme algo; eso es lo que no has comprendido, que no necesito que esté alguien detrás de mí para ayudarme. Eso es parte de tu vida, pues fue así como creciste; en mi lugar, he tenido que sobrevivir sola, como creo que volveré a hacerlo de ahora en adelante.
—¿Qué quieres decir con eso, Lissa? —Tony continúo gritando, pero no logré entenderle, yo caminaba por el pasillo y en lo único que podía pensar era en saciar mi apetito.
Estaba comiendo un sándwich cuando escuché el timbre del ascensor, no me preocupé en mirar, pues supuse que era Michael o Raquel. Continué sentada, estaba tan famélica que no me preocupaba nada más que comer. Un golpe seco me hizo dar un salto en la butaca y corrí a ver de dónde provenía.
—¡Tony! ¿Qué has hecho?, no debiste bajar solo, ¿te hiciste daño? —Tony debió haber hecho un gran esfuerzo para bajar de la cama y llegar al ascensor sin ayuda; seguramente, no logró mantenerse más en pie y calló al salir de él. Traté de levantarlo, pero no era fácil para una persona de mi estatura ayudar a un hombre de uno noventa y cinco.
—¡Déjame! Quien se hará daño eres tú, no puedes hacer esfuerzos —sus gestos y gemidos me decían que debía dolerle horrores. Corrí a las habitaciones de servicio a llamar a los trabajadores, entre los tres lograrían llevarlo de nuevo a la cama.
—Señor, ¿por qué no nos llamó?, si su papá se entera, mínimo lo encadena en la cama del hospital. Siempre haciendo lo que quiere, aunque no pueda. Su testarudez va terminar haciéndole daño —Michael le reprendía como pudo hacerlo un verdadero padre.
—Testarudez la que tiene esta mujer, ¡por el amor de Dios!, ¡Me desquicia!
—Así que ahora soy yo la culpable —dije mientras veía cómo levantaban a Tony y entre todos lo subían a la silla y se dirigían con él al ascensor.
—Cuando mandé instalar esto, lo hice pensando que algún día mí mujer y mis hijos serían consentidos, no que tendrían que llevarme a mí, ¡esto me tiene harto!
—Debes tener paciencia mi amor; si te cuidas, pronto estarás bien. Si sigues cometiendo este tipo de imprudencias, no lo lograrás.
—¿Dijiste mi amor? —esa mirada me decía que había logrado calmarlo.
—Sí, ¿por qué te parece extraño? —quería sacarle una sonrisa y sabía cómo reaccionaba cuando le hablaba de aquella manera irónica.
—No me parece extraño, pero ya lo estaba extrañando. Llévenme a mi habitación, muchachos. Lissa, ven. Vamos a dormir, se te está haciendo costumbre levantarte en la madrugada.
—Voy a dormir, pero no contigo. Ya te dije que de ahora en adelante voy a salir adelante solita y...
—¡Y nada, mujer!, ¡nada! No sigas por ese camino, porque no es el indicado. Mi hijo nos necesita, entiéndelo. Lamento mucho haberme comportado como lo hice y de verdad te pido perdón por hacerte sentir mal; no sabes cómo me pesa verte llorar o sufrir.
—Gracias, muchachos —les dije mientras terminaban de acomodarlo en la cama. Busqué un calmante y se lo di, esperando que no hubiese necesidad de llevarlo de vuelta al hospital; no soportaría verlo allí de nuevo. Luego, me senté en silencio en el sillón.
—Lissa, ya no puedo mantenerme despierto, estoy esperándote. No sigas castigando a este pobre hombre.
—¿Pobre hombre?, de pobre tú tienes lo que yo de modelo.
—Cariño, si no eres modelo es porque no quieres, con esas curvas y esas piernas, no te hace falta nada. En cambio, yo sin ti, soy un hombre tan pobre que lo único que tengo es dinero —aquellas palabras acabaron con mi determinación.
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Editado: 15.10.2025