El Encuentro De Dos Almas

19 RESPIRAR OTRO AIRE

Habían pasado varias semanas desde el accidente de Tony, su padre le había dicho que realizaría una nueva radiografía, así sabría si podía retirar la escayola de su pierna. Esperaba que sucediera pronto, porque estar todo el día en casa me estaba matando. Amaba a Tony, eso estaba más que confirmado, pero me hacía mucha falta la actividad en el trabajo. Desde casa evaluaba los movimientos contables, realizaba los trámites que tenía pendientes; algunos los enviaba por internet; lo demás, iba muy bien protegido en las carpetas que Peter trasladaba para que lo recibieran y archivaran en el bufete.

Algunos días, Tony se mostraba impaciente, hasta un poco gruñón y aunque lo entendía, estaba empezando a alterar mis nervios; por eso pensé que sería buena idea irnos unos días de paseo a algún sitio donde poder relajarnos sin descuidar su salud y sin poner en peligro a mi bebé. Las molestias matutinas continuaban y él se desesperaba cuando me veía correr al baño sin poder ayudarme.

—Lissa, dime que estás bien por favor, ¡maldito yeso que no me deja caminar! —gritó como un loco al escucharme devolver por enésima vez el estómago, lo que hizo que Rebeca subiera a ayudarme.

—Tranquilo señor, ya la atiendo yo —dijo cuando entró en la habitación—. Señorita, ya le he dicho que cuando se levante tome su té y el medicamento que le ordenó Don Carlos.

—Es que sabe horrible, Rebeca —ella me ayudó a levantarme y pasó una toalla húmeda por mi frente—. Estoy algo mareada, ayúdame a ir a la cama por favor.

—Tranquila, ya pasará —su voz me calmó y juntas salimos del baño, me recosté al lado de Tony, quien no podía estar más angustiado.

—Usted tampoco se preocupe señor, esto es normal los primeros meses, ya verá que pronto olvidará estos horribles malestares; voy por su desayuno, ¿qué le apetece?

—Prepara una ensalada de frutas, Rebeca. Mi padre dice que ayuda mucho a las embarazadas a sentir mejor su estómago.

—Puedes traer la fruta —le dije, cuando con un gesto me preguntó si eso era lo que quería, sin que Tony se diese cuenta—. Pero también trae pan tostado con mucha mermelada.

—No puedes comer mermelada, cariño.

—¿Quién dice que no?, no serás tú quien lo haga, Tony. Si eso es lo que quiere mi bebé, eso le daré. Rebeca, por favor, trae la mermelada, el frasco más grande que encuentres y olvida la fruta, esa se la daremos al gruñón de tu jefe.

Rebeca salió conteniendo la risa; cada mañana era lo mismo, Tony quería que yo comiera lo que él creía que me hacía bien, pero entre el malestar y el poco apetito que sentía, casi no lograba mantener nada en el estómago y empeoraba si tenía que obligarme a comer sólo lo que él quería. Tenía que imponerme muy seguido con este hombre; de lo contrario, iba a terminar conmigo y mi poca paciencia.

—Cariño, tienes que hacerme caso. Últimamente sólo quieres mermelada. Me preocupa que no estés alimentándote como es debido.

—No te preocupes por nada que no sea consentirme, así que ten la bondad de abrazarme un rato —acomodó su pierna buena como apoyo para girarse de lado y abrazarme, ese era el momento indicado para hablarle de mi genial idea.

—Tony, he estado pensando en algo que creo que nos puede hacer bien.

—Dime.

—Creo que estar todo el día aquí sin hacer nada nos hace estar muy irritados. ¿Qué te parece si nos vamos unos días a algún lugar tranquilo donde podamos respirar otro aire? —noté cómo se tensaban sus brazos; en los últimos días le sentí nervioso, entendía que la amenaza debía estar grabada en su mente, pero creía que no era para tanto.

—Es una buena idea —dijo un rato después, debió haber pensado mucho la mejor respuesta—. Pero no creo que nuestros médicos lo aprueben.

—No veo razón para que no lo hagan. Aparte de mi malestar por las mañanas, yo estoy bien. Tú puedes mantenerte en pie si usas las muletas.

—Sí, pero sigo sin poder correr tras de ti cuando me necesitas.

—Eso es lo de menos, no tienes que ir al baño conmigo cada vez. No busques excusas, Tony; por favor, necesitamos salir de estas cuatro paredes. Siempre he sido hogareña, prefiero estar en casa que otro sitio, pero han pasado muchos días. Tú ni siquiera has vuelto a pintar.

—No me apetece hacerlo sentado, cariño. Cuando pinto me muevo de un sitio a otro, ordeno mis pinturas a mi gusto y así como estoy ahora, tengo que depender de alguien más.

—De acuerdo, Tony; no digas más. Nos quedaremos aquí a invernar como los osos. Por eso voy a continuar durmiendo y ¡no te atrevas a despertarme para que desayune, porque no se me da la gana de hacerlo!

—Esa manera tan tuya de responderme ya me estaba haciendo falta, cariño —yo siempre reía cuando él hablaba en plan cínico, pero en este momento sólo podía sentir más coraje.

Por suerte para él, me dejó dormir. No hubiese aguantado mi cabreo si me hubiese molestado. Cuando desperté, estaba sola en la cama, lo que me extrañó, porque desde que estábamos solos en casa, él siempre esperaba sentado a mi lado a que despertase. Me di una ducha y me vestí con ropa cómoda; un suéter bastante holgado y un pantalón de yoga para luego ir a la cocina; ahora sí que me apetecía un buen almuerzo.

Rebeca se alegró al saber que comería; siempre decía que no era bueno que me pasara tantas horas sin hacerlo, pero cuando lo hablé por teléfono con el médico, me dijo que algunas mujeres suelen perder el apetito por unos días y luego lo devoran todo a su paso. Cuando estaba extasiada dando buena cuenta de un plato de ensalada con pollo en salsa de champiñones, escuché la voz de Tony.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.