El Encuentro De Dos Almas

20 HUYENDO

Lissa me había pedido salir unos días de vacaciones y me lo estaba pensando más de lo que hubiese querido; nada me gustaría más que tenerla para mí solo unos días, o meses, si así ella lo aceptaba, pero seguía temiendo por lo que pudiese pasar y más desde que comenzaron a llegar los anónimos de los que no pensaba hablarle a ella. Tuve que inventarme más de una salida para lograr ir a hablar con los detectives que había contratado; confiaba plenamente en ellos, pues siempre trabajaban con nosotros cuando el bufete llevaba un caso en el que se hacía necesario una investigación para beneficio de nuestro cliente.

Les mostraba cada carta que llegaba con amenazas; me hervía la sangre cuando leía frases tan funestas: “no olvides salir con ella, si va sola puede perderse” o, “¿qué pasaría si al amor de tu vida se le arrebata la vida?”. Me pasaba cada noche en vela viéndola dormir; estaba bastante preocupado y para colmo de males, ella y su testarudez no dejaban de hacer gala cuando decidía que podía ir de aquí a allá sin protección. Más de una vez habíamos tenido que ir detrás de ella tratando de pasar desapercibidos para lograr darme un poco de paz; si algo le pasaba por mi culpa, por no haber medido mi lengua y mis emociones ese desgraciado día en que gané el caso contra el peor de los mafiosos, me volvería loco, de eso estaba seguro.

—Tony —me dijo Franco, uno de los detectives—. Te aconsejo que te la lleves lejos un tiempo; puede que se calmen y dejen de enviar las amenazas. O puede que se alteren y traten de entrar a tu casa y allí, al estar desprevenidos podremos actuar.

—Es cierto. Franco, tiene razón. Ahora estamos atados, ellos no han dejado cabo suelto —ahora era Stephano quien metía en mi cabeza que lo mejor era huir, pero no podía ir con ella y simplemente decirle “oye, mi amor, ahora saldremos huyendo de acá”.

—Lissa tiene un tiempo sintiéndose desesperada por salir a sus anchas; obviamente, no sabe nada de lo que está ocurriendo. Hace unas semanas, mientras estaba de reposo, me pidió que nos fuéramos unos días, creo que la voy a hacer creer que me he estado pensando su idea y que ahora estoy convencido. Lo difícil va a ser decidir a dónde ir; sobre todo, por la seguridad.

Lucas, que siempre me acompañaba a reunirme con los detectives, se levantó a mirar por la ventana con las manos en los bolsillos, lo que me indicaba que estaba concentrándose en una gran idea.

—Tony —dijo un rato después—. ¿Y si se instalan unos días en la cabaña?

—¿De qué cabaña hablas?

—De aquella en la que nos hospedamos cuando fuimos a pescar. Es un lugar bonito y tranquilo; sobre todo, tranquilo. Cualquier actividad o personas extrañas alertará a los lugareños y ellos, te aseguro, no se quedan con los brazos cruzados cuando algo quiere interrumpir la paz de su pueblo.

—Tienes razón. Fui testigo de cómo se molestó aquella anciana sólo porque pensó que me burlaba de su sabiduría —sonreí, mientras pensaba que gracias a su “maldición”, conocí al amor de mi vida.

Estaba decidido, pasaría unos días con Lissa en un lugar lejano, tranquilo, con un clima que la haría sentir en calma y, sobre todo, con muchas ganas de abrazarse a mi cuando sintiera el frío calar su piel. Al llegar a casa le di la sorpresa; ya los boletos estaban en mis manos, así que sólo hacía falta preparar las maletas. Pensé que iba a poner objeciones como siempre lo hacía: “no puedo dejar la oficina ahora” o alguna excusa por el estilo; al contrario, se alegró tanto que se colgó a mi cuello y me besó con una pasión arrebatadora.

Al día siguiente, mis amigos nos acompañaron al aeropuerto. Faltaba poco para que amaneciera, por lo que estábamos seguros que nadie se había fijado en dos coches saliendo de casa. Lissa estaba tan feliz que no dejaba de sonreír, mientras que la angustia se había instalado en mí, haciendo cada vez más difícil encontrar la manera de disimularla.

—Muchachos, cuiden bien del bufete, no duden en llamar si algo ocurre; escucharon bien ¿verdad?, llamar, no escribir —les dije como una manera de hacerles saber que ella podía enterarse de todo si llegara a leer un mensaje antes que yo lo hiciera, como solía ocurrir muy a menudo; como no tenía nada que esconderle, siempre dejaba mi teléfono a su alcance, igual que ella hacía con el suyo, aunque yo jamás me atrevía a leer o responder por ella.

—Y ¿a qué viene eso de nada de mensajes? —Lissa siempre atenta a cualquier cabo suelto. Estaba empezando a creer que habría sido muy buena como detective o abogada.

—A nada, mi amor; sólo que, si envían mensajes de texto y estamos ocupados, no recibirán respuesta de inmediato, mientras que, si llaman y puedo responderles, ya no habrá demora en nada. Además, las llamadas sólo si es urgente, ¿entendido?

—Ok, supongamos que ese cuento ya me lo creí. Muchachos, háganle caso a Tony, nada de mensajes y por favor —dijo guiñándoles un ojo—. De ser posible, nada de llamadas, quiero su tiempo todo para mí. Ahora ya lárguense, no entiendo para qué los hiciste madrugar, no era necesario hacerlos venir hasta el aeropuerto con nosotros. De todas maneras, chicos, saben que les agradezco su compañía —Lissa les abrazó y besó sus mejillas para despedirse.

Mis amigos se marcharon, dejándonos en medio de un centenar de personas que salían de viaje. Subimos al avión tomados de la mano, no quería dejar espacio libre entre ella y yo para evitar que cualquier descuido la alejara de mi lado. Lissa se sentó y colocó su cabeza en mi hombro derecho, me dijo que el bebé la mantenía con sueño y que dormiría un rato.




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