El Encuentro De Dos Almas

21 LA CABAÑA

—Tony, ¡este lugar es hermoso! —el pueblo era tal como lo había descrito Tony durante nuestro viaje. La neblina le daba un aire de misterio, pero a la vez, parecía un sitio muy romántico. Las cabañas apenas se veían entre la neblina, los habitantes transitaban con calma por las calles. Circulaban pocos vehículos, con las luces encendidas, aunque era de día; no había semáforos y sin embrago, la gente respetaba el tiempo para avanzar. En una esquina había un gran almacén. Parecía el único lugar en el que se podría adquirir los productos necesarios para vivir. El silencio en el pueblo transmitía paz y calma; aun así, unos chicos sentados en una cafetería reían bastante alto.

—Esos de ahí son turistas, como ustedes —dijo el señor Santiago—. Es la parte negativa de recibir a forasteros, no entienden que la calma se rompe con sus costumbres —se notaba molesto, así que sólo nos miramos y evitamos responderle.

—Esta es su cabaña, señor Castaldi —Tony le había dado el número asignado en la cabaña que había alquilado—. Es la más bonita de todas, no se le alquila a cualquier persona, debe ser usted muy especial.

—De ninguna manera, señor. Ya he estado aquí antes con mis amigos —Tony respondió con una seriedad extraña en él.

—Entonces debe ser doblemente especial. No se permite alquilar dos veces a la misma persona. Es la regla que se le asignó a esta cabaña —no podía dejar escapar esa rareza, así que le pregunté la razón para que existiera esa regla.

—Era la cabaña de Merewitch. Esa cláusula estaba en su testamento.

—¿La dueña tenía el mismo nombre que el pueblo? Es una coincidencia extraña —Tony continuaba muy serio y estaba haciendo que me preocupara, pero más lo hizo la respuesta que recibió.

—No es coincidencia, señor Castaldi. ¿Acaso desconoce la historia del pueblo? Merewitch, quiero decir, la dueña de este lugar, era la propietaria de esta cabaña. ¿Entiende? No son dos nombres, es la misma persona.

—¿Quiere decir entonces que la mujer que habitó esta hermosa cabaña era a su vez la dueña del pueblo? —no esperé respuesta del chofer y continué hablando sin parar, mi mala costumbre de hacerlo, algunas veces no era tolerada por los demás—. Debe ser una historia fascinante de conocer, ¿hay alguna biblioteca por aquí? Deben tener hemeroteca. Mañana buscaré, quiero leer acerca de ella, saber su historia y la de este pueblo. Y esa cláusula de la que habló, señor ¿hay manera que me cuente más?

La mirada del chofer pudo herirme más que sus palabras. Había rabia en sus ojos y de una forma muy grosera se dirigió a mí.

—Evite meter la nariz donde no la han llamado señorita, no sea que se encuentre con lo que no ha perdido aún —Tony reaccionó de peor manera, se abalanzó contra el pobre hombre y lo tomó del cuello, gritándole.

—¿Está amenazando a mi mujer?, porque si es así, le advierto que nada, escuche bien, nada ni nadie le hará daño, nunca, ¿lo entiende? —el hombre le gritaba que se alejara y Tony aferraba más su agarre. Temí que lo golpeara y se metiera en problemas, así que le grité varias veces que lo dejara, que no pasaba nada; hasta que lo hizo.

—Entra a la cabaña, mi amor, voy a sacar las maletas de este auto. Y usted —se dirigió al chofer, — ya hizo su trabajo, ahora lárguese. Sé conducir muy bien, así que no lo necesito. Mañana deje el auto frente a la casa y no se moleste en saludarnos —abrió el maletero, me hizo un gesto con su mano para que entrara, así que lo hice.

La cabaña era más bonita de lo que había esperado. Muebles rústicos, de madera tallada estaban ubicados alrededor de una mesa baja en el centro del salón; al fondo, una cocina estilo campestre estaba separada del salón por un comedor en el mismo estilo. A la derecha, una escalera llevaba a la parte alta de la cabaña. Me quedé parada frente a la chimenea, era de una belleza que no podía comparar con otra que hubiese visto. Tal vez exageraba, pero el tono de la piedra era de un verde extraño, algo brillante. Nunca había visto piedras en ese tono. Me sentí atraída por ella, así que me senté en el suelo, frente al fuego que alguien había encendido; tal vez el cuidador pensó que era mejor que encontráramos calentita la casa.

—¿Qué haces sentada allí? —la voz de Tony me sacó de mis pensamientos.

—Nada, sólo observo estas piedras, ¡son fascinantes!

—Tú sí que eres fascinante. No podría compararte con nada conocido.

—Eso no es cierto. Ven, siéntate a mi lado un rato —Tony sólo extendió su mano para ayudarme a poner de pie, así que lo hice.

—Vamos a que veas la cabaña, voy a subir las maletas; además, debemos cambiarnos esta ropa por algo más caliente. Este lugar es hermoso, pero el frio puede jugarnos una mala pasada. ¿Te dije que enfermé nada más llegar aquí la primera vez?

—Creo que lo has mencionado un par de veces —siempre me decía que mi sonrisa lo calmaba, así que traté de hacerlo, no sabía si aún estaba alterado por lo que sucedió con el chofer.




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