La noche pasó en lo que suelo llamar un abrir y cerrar de ojos. Dormí tanto que pensé que no había pasado el tiempo. Al despertar, encontré a Tony sentado en el peldaño que sobresalía del ventanal, estaba absorto mirando el paisaje; me pareció inusual que en ese clima él estuviese sin camisa, sólo con el pantalón de su pijama.
—Tony ¿estás bien? —se levantó de inmediato y se acercó a la cama.
—Claro, Lissa; estoy bien —besó mi frente, se agachó hasta estar cerca de mi vientre y lo besó.
—Hola pequeñín —dijo con una gran sonrisa —. Hasta que por fin has dejado que mamá despierte.
—¿Qué hora es?
—Casi medio día. Hoy el pueblo está revolucionado. Deberías venir a verlo —tomó mi mano y me guio al ventanal.
El asombro no cabía en mí; la neblina que Tony me había contado, era perenne en el pueblo, se había esfumado. El sol brillaba radiante, la gente caminaba sin los grandes abrigos que vi al llegar a ese lugar. Ahora entendía por qué Tony estaba vestido de esa manera.
—¿Qué ha ocurrido? Si no es lo usual que haya este clima, ¿has escuchado algo?, ¿qué dice la gente?
—Sólo he escuchado palabras más y más difíciles de entender. Dicen que debe haber llegado la dueña del pueblo. Le pregunté a la anciana cuando bajé a desayunar y sólo me dijo dos palabras.
—¿Cuáles fueron?
—Tu mujer —me sentí mareada en el acto, por lo que casi caigo sobre el ventanal. Tony me llevó en sus brazos de vuelta a la cama; entendiendo la razón de mi desvanecimiento.
—Tony, ella quiso decir que todo esto es por mi culpa, ¿verdad? —temía escuchar su respuesta.
—Sí, eso es lo que quiso decir. Después, salió de la cabaña y no ha regresado. Yo vine aquí a verte dormir y a tratar de entenderlo todo mientras observaba también el comportamiento de las personas.
—Si viste o entendiste algo, dímelo. A veces pienso que mi vida hubiese continuado siendo tranquila y sosegada si no te hubiera conocido —en ese momento un rayo cruzó el cielo y se desató una tormenta. Sentí tanto temor que me abracé a Tony.
—No repitas eso en tu vida, Lissa. No debes arrepentirte de haberme conocido y mucho menos de lo que hemos vivido, porque producto de ello, ahora viene un nuevo ser al mundo y nada me disgustaría más que saber que él o ella se sienten no deseado o no amado —la rabia se sentía en su voz y se instaló en su mirada; se apartó de mí y volvió a la ventana. Pocas cosas me hacían sentir miserable, pero en ese momento, así era como me sentía. Me acerqué a él y lo abracé por la espalda.
—Tony perdóname, no es verdad lo que dije. No hay nada que agradezca más en mis días y noches que haberte conocido, que haber visto esos ojos tan enigmáticos aquel día después de derramar mi café en tus zapatos.
—¡Entonces, has el favor de pensar lo que dices antes de hacerlo! —su grito retumbó en mi pecho, que permanecía apoyado en su espalda.
—Lo siento mucho mi amor, lo siento mucho —mi llanto lo tomó por sorpresa, giró hacia mí, limpió mis lágrimas con su pulgar y se quedó viendo mis ojos.
—Tus ojos sí que son enigmáticos y hermosos, sigo sin dar con el color exacto. Un día son grises y otros tan azules como el cielo; no llores por mi culpa, por favor —luego los besó y me abrazó con más fuerza de la necesaria.
El resto del día fue tranquilo; como no me apeteció salir, preparé la comida y luego le pedí a Tony que encendiera el fuego de la chimenea. Aunque le pareció innecesario, pues la tormenta había culminado tan de repente como inició y el clima era bastante caluroso, lo encendió para darme gusto cuando le dije que las piedras no tenían el mismo brillo que con el reflejo de la luz.
La anciana no volvió sino hasta el día siguiente. Me saludó con el mismo cariño que cuando la conocí. Me preguntó si había tenido malestar debido a mi embarazo y se alegró al saber que no. Le conté que las primeras semanas fueron terribles, pero que a medida que habían pasado los días, habían disminuido. Preparó la comida, limpió la casa y aunque cambió las sábanas, colocó la misma colcha, diciéndome que con ella no me sentiría lejos de casa, y así era.
Por la tarde, mientras leía; la anciana se sentó frente a mí. Sólo me miraba. Un rato después me preguntó: — ¿Por qué no llevaste contigo la colcha que bordó tu abuela?, ¿acaso el señor te lo impide?
—¡Oh no!, por supuesto que no… yo simplemente dejé mi casa por unos días, luego fueron unas semanas y así fue pasando el tiempo hasta que me encontré instalada en su casa. Allí no me falta nada, así que simplemente no creí necesario llevar algo más.
—Entonces, no la necesitas, ¿no es así? —sus ojos brillaban por las lágrimas contenidas. Me acerqué rápidamente a ella para consolarla, sin saber siquiera por qué aquello le afectaba.
—Si la necesito, pero en mi casa, en mi habitación…
—Que pronto dejará de serlo por completo, porque ya no regresarás allí. ¿Qué piensas hacer? Vas a vender la casa, eso es lo más sensato.
—Lo he pensado, pero al mismo tiempo no he querido desprenderme de todos los recuerdos que mis padres dejaron allí para mí —la anciana suspiró aliviada.
—Eso imaginé, que no podías olvidarte de todo lo que viviste allí con ellos.
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Editado: 21.10.2025