El Encuentro De Dos Almas

25 TESTAMENTO

—Tony, si siguen trayendo flores no voy a tener donde colocarlas. Ya he utilizado cada jarrón que encontré —estaba impacientándome, la casa olía riquísimo, pero comenzaba a sentir que vivía en medio de un parque botánico.

—Déjalas afuera, mi amor. Allí también se verán bien. Me divierte mucho verte ir y venir con tantas flores por la casa. Vamos —dijo levantándose—. No hemos salido a caminar, ni a comer fuera, ni has conocido el pueblo, ya es hora de hacerlo. En un par de días nos marcharemos y no has salido de aquí.

—No quería decirte nada, Tony, pero tengo mucho temor de lo que encuentre en las calles. Sin embargo, sí me gustaría ir a ver al notario. Quiero salir de dudas.

—Está bien, allí iremos, pero primero te voy a invitar a comer —tomó las flores que aún sostenía, las dejó sobre la mesa y me llevó con él, tomados de la mano.

En la calle todos nos miraban y sonreían. Me quedaba sin aire por momentos. Nadie decía nada, sólo nos miraban, sonreían y hasta inclinaban sus cabezas a modo de saludo. Me hacían sentir en confianza para caminar despacio y a pesar de ello, le dije a Tony que no me dejara sola ni un minuto. Él sólo sonrió y siguió caminando a mi lado. Fuimos a un café ubicado cerca de la plaza del pueblo. Nos recibió una joven agradable y nos ubicó cerca de un ventanal desde donde podía verse toda la calle central. Ahora me fijaba que habíamos pasado por allí cuando el taxista nos llevó a la cabaña.

—Por fin nos visitan, estábamos empezando a preocuparnos —dijo la muchacha.

—No entiendo por qué debería preocuparle, señorita —la voz de Tony no mostraba irritación; sin embargo, hizo que la joven se sintiera apenada.

—Disculpen, es sólo que hemos esperado por varios días para conocerlos.

—No se preocupe señorita, agradecemos su atención —Tony pidió nuestro almuerzo y comimos mientras conversábamos de todo lo que veíamos, sobre todo, de las personas que veíamos pasar por la calle, a través del ventanal. No hubo un solo ser que no nos mirara, todos nos sonreían, pero respetaban nuestro espacio. La joven nos explicó dónde encontraríamos al notario y allí nos dirigimos después.

Nos recibió un hombre de unos treinta y cinco años. Esperaba encontrar a alguien de mayor edad. Nos contó que antes de él, su padre y su abuelo habían estado al frente. No fue necesario explicarle a qué habíamos ido allí. Simplemente nos dijo que esperaba nuestra visita y que tenía los documentos sobre su escritorio desde hacía dos días. Le entregó a Tony una carpeta con precinto. Mientras lo retiraba, él no dejaba de mirarme.

—Tony, me estás poniendo nerviosa, no me mires de esa manera.

—Lo siento cariño, es sólo que estoy al pendiente de tu reacción ante esto.

—No se preocupen —intervino el notario, cuyo nombre era César—. Allí no debe haber nada negativo. Papá y mi abuelo siempre hablaban de ese documento, decían que sería privilegiado quien lograra sobrevivir para ver cumplirse lo allí escrito, pero nunca intentaron abrir el sobre, mucho menos me lo iban a permitir.

—Muchos misterios rodean este pueblo, ¿cierto? —no pude dejar de preguntarle eso—. El día que llegamos, el chofer que nos trajo se molestó porque le pregunté si había hemeroteca, quería indagar acerca del pueblo y su dueña, aunque desconocía mi relación con ella; se molestó tanto que hasta me amenazó.

—Es cierto, este pueblo encierra muchos secretos. Casi todos forman parte de los mitos y leyendas. Ya casi nadie habla de ello, ni siquiera se les cuenta a los niños para tratar de ir eliminándolos; sin embargo, la historia de sus parientes permanece vivo entre todos los habitantes. Sobre todo, porque agradecen que fue ella quien hizo surgir este lugar, pero también lo dejó envuelto en misterios cuando murió.

—Vamos a leer qué hay escrito aquí. Soy abogado, así que comprenderé todo. Bueno… siempre y cuando forme parte de la realidad concreta y tangible —Tony extrajo una fotografía en blanco y negro, me la mostró sin decir una palabra. En ella me veía a mí misma. Unos años mayor que yo, pero era mi rostro. Estaba junto a una hoja manuscrita que decía “todo pertenece a ella. Cuando venga aquí, cualquiera sea su nombre, sea el tiempo que sea, el año que sea; ella es la dueña de todo cuanto aquí dejo escrito”.

—Leeré esto y te explicaré lo que deba explicar. No voy a enredarte con términos legales —permanecí sentada esperando; el notario nos miraba, esperando saber lo que había escrito allí—. Esto es más serio de lo que pensé —dijo Tony unos minutos después—. Merewitch denuncia aquí a una mujer que trabajaba para ellos, la descubrió envenenando de manera lenta a su esposo, quien murió varios días antes que ella. Como sospechaba que también había sido víctima de esa mujer, pensó en dejar todo escrito. Hay varias cláusulas o sentencias, diría yo: la primera, le pide al jefe de la policía que haga pagar a esa mujer por lo que hizo, si no lograban hacer justicia, el pueblo sería consumido por la neblina perennemente hasta que las otras cláusulas se cumplan.

—¿Cuáles son? —preguntó ansioso el notario.

—La segunda —continuó Tony—. La luz volvería al pueblo cuando ella regresara, explica que sabía que lo haría, en un tiempo lejano, pero lo haría. Eso explica la fotografía, sólo así reconocerían a Merewitch; es decir, que ella eres tú cariño.

Salté de la silla con los nervios a flor de piel. La anciana lo había dejado muy claro, pero esclarecer las cosas de esa manera podía conmigo.




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