Regresamos a la cabaña caminando, tomados de la mano. Sonreía como un tonto a todos los que nos encontramos de frente. Ahora estaba más que seguro que Lissa sería mi esposa. Para bien de nuestro amor, aquel misterio nos tenía atrapados. Eso me hacía feliz.
Lo único que enturbiaba mi felicidad era la última cosa de aquel testamento. No se lo dije a Lissa a propósito. No creo que hubiese sido bueno que ella supiera que en un lugar seguro de la casa y que no explicaba exactamente cuál era, estaban guardadas las espadas que el bisabuelo de Lissa utilizaba. Merewitch las había dejado para mí. Para que “defendiera a la mujer de mis sueños con ellas y mi propia vida, si era necesario”. Estaba seguro que si le contaba aquella coincidencia a Lissa volvería a perder la conciencia o lloraría un día entero.
Desde niño me sentí inclinado por la esgrima. Mis padres nunca entendieron mi afinidad por ese deporte; sobre todo, mi empeño por tener en casa mi propio lugar de entrenamiento y mis propias armas. Por eso, cuando construyeron mi casa, no dudé en pedir que lo ubicaran en la última planta. Sabía que las armas que usaban en la época de los bisabuelos guardaban poco parecido con las que yo utilizaba; solían ser de mayor tamaño y más pesada que las actuales.
Ahora no podía dejar de sentir la necesidad de proteger a Lissa más que nunca. Algo adivinó aquella mujer en el pasado que le hizo sentenciar que yo estuviera prevenido y armado para cuidarla. Además, estaba aquella decisión en mi mente desde el primer sueño con ella: “atravesaría con mi espada a quien quisiera hacerle daño”.
Mientras caminábamos, mi teléfono vibró indicando una llamada de Lucas. Me extrañó mucho, pues habíamos acordado que sólo lo haría si era urgente y muy necesario.
—Lissa, debo responder esta llamada, por favor ve al café y espérame allí, aquí hay buena señal —la vi alejarse mientras respondía—. Lucas, ¿qué sucede?
—¡Calma hombre! Por acá todo bien. No se han recibido amenazas; sin embargo, algunos casos requieren de tu presencia y esperamos que vuelvas a casa…digamos en unos dos o tres días.
—Temo que eso será imposible. Hay asuntos pendientes aquí por los que Lissa no puede ausentarse.
—¿De qué asuntos hablas, Tony? Estás buscando la manera de excusarte para seguir en tu luna de miel. Ya sé que no logras separarte de ella, pero si no sales de esa cama ya, van a parecer conejos —dijo mientras reía.
—Ahora que lo dices, llevamos aquí casi una semana y no la he tocado una sola noche —las carcajadas de Lucas por poco me dejan sordo.
—Amigo, bienvenido al club. Primero no nos dejan ni ir temprano al trabajo, como en efecto ya te sucedió y luego, ya ni nos permiten tocarlas. ¡Así es la vida en pareja!
—No seas idiota, Lucas. Ese no es nuestro caso. Han ocurrido tantas cosas desde que llegamos, que no nos ha dado tiempo de pensar en eso. Todo lo que hacemos es descubrir cosas impensables y ahora resulta que mi mujer es la dueña de todo el pueblo.
—¿Qué estás diciendo? La falta de sexo acabó con tus neuronas, Tony. ¿Cómo va a ser ella la dueña de un pueblo que nunca había visitado?
—Sí, ya sé que es difícil de entender y complicado de explicar, pero así es, Lucas. Y voy a necesitar que vengan con toda mi familia lo más pronto posible a ser testigos de nuestra boda. De lo contrario, no regresaremos a nuestra vida normal.
—Y normal viene siendo qué cosa, Tony. Entre ustedes dos nada parece ser normal. Primero la sueñas, la buscas, la pintas en cada lienzo; luego la encuentras, dejas de pintarla y de soñarla y ahora la llevas a un lugar para salvarla de un loco y resulta que ella es la dueña del lugar y no saldrán de allí si no se casan. Definitivamente es una locura.
—Mayor locura sería no aprovechar la oportunidad para casarme con la mujer de mis sueños sin que ella pueda poner más resistencia.
—¿Qué te hace pensar que ahora no se resistirá?
—Digamos que hace cien años, una gran persona se aseguró que Lissa y yo nos encontráramos, y nos amáramos de nuevo.
—Cada vez te entiendo menos Tony, explícame…
—Lo siento, querido amigo —le dije interrumpiendo sus desesperadas palabras—. Mi hermosa Lissa me mira intrigada desde un café y ahora mismo la deseo tanto que no puedo seguir perdiendo tiempo contigo —terminé la llamada y atravesé la calle corriendo para ir al encuentro de Lissa.
No pude contener mis impulsos. Me arrodillé frente a la silla que ocupaba, tomé su rostro entre mis manos y la besé tan apasionadamente que gimió sobre mis labios. La gente comenzó a gritar y a aplaudir; decían cosas como “nuestra felicidad será eterna. Si la haces feliz, ella nos hará felices”, “llévala a casa y ámala”, y otras frases que la hicieron sentir avergonzada, por lo que puso sus manos en mi pecho y me empujó, alejándome de ella.
—Disculpa cariño, no pude evitarlo —me levanté y pedí disculpas a todos.
—Algo muy bueno debió decirte quien te llamó; de lo contrario, no estarías tan feliz.
—Estoy feliz por ti, por mí, por nuestra bebita. No podría pedir nada más para ser feliz, sólo estar juntos. Por eso, querida mía —dije poniéndome de rodillas de nuevo—. Quiero pedirte que seas mi esposa. Ya no puedo esperar un mes más, ni siquiera un día más —todos volvieron a gritar. Le decían que aceptara, ella sólo me miraba. Un rato después dijo entre sollozos un fuerte y claro: “Sí, Tony, quiero ser tu esposa” —esas palabras me hicieron más feliz que todos mis casos ganados juntos.
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Editado: 21.10.2025