De nuevo en casa —dije para mí mismo cuando desperté. Lissa seguía dormida a mi lado. Mi brazo descansaba en su vientre. Como si acunara a nuestra hija incluso antes de nacer. Ella me había preguntado de nuevo sobre el lugar que estuve buscando, logré esquivar la respuesta varias veces, pero estaba más que seguro que insistiría hasta saberlo todo. “Si vuelve a preguntar, no sé qué le responderé”. Continuaba pensando y distraídamente seguía acariciándola. Cuando despertó, se quedó mirando directamente a mis ojos, yo le sostuve la mirada, temeroso de sus preguntas.
—¿Cómo estás hoy? —preguntó casi en un susurro.
—Mejor que nunca. No podría pedirle nada más al cielo. Estoy aquí, en nuestra casa, en nuestra cama, contigo en mis brazos. La octava maravilla debe parecerse a esto, a lo nuestro. Además —dije sin dejar de sonreír, — ahora somos tres.
—Sí, ahora somos tres. Si me lo hubiesen dicho hace un año atrás, no habría creído que todo esto podría ocurrirme. Soy feliz, Tony —me dio un beso en la punta de la nariz y continuó hablando—. Pero sería más feliz aún, si dejaras de ocultarme cosas —allí estaba de nuevo su curiosidad—. Dime, mi amor, ¿encontraste el lugar o lo que sea que estabas buscando en la cabaña?
—¿De qué hablas? —me levanté de inmediato, intentando ganar tiempo mientras iba al baño. Me detuve a mitad de camino cuando Lissa habló.
—Ni se te ocurra intentar desviarte del tema de nuevo, Tony. Si lo haces, ten por seguro que ahora si me iré de tu lado sin que me tiemblen las piernas.
El que empezó a temblar fui yo. No podía siquiera imaginar qué haría sin ella. Más de una vez me amenazó con volver a su casa, cuando no le contaba mis sueños o cuando creía que ocultaba algo en el trabajo para no preocuparla. Ella sabía que me agarraba de los testículos cuando me decía esa frase.
—No estoy intentando nada, preciosa. Tengo mucho trabajo el día de hoy.
—El primero de todos, mantener feliz a tu esposa ¿no es así? —regresé a la cama, tomé su rostro entre mis manos y la besé.
—Sabes que para eso he venido a este mundo, Lissa. Para hacerte feliz.
—Entonces no des más vueltas y cuéntame de una vez por todas lo que buscabas. No soy tonta, Tony. Sé que no dejabas la cama por las noches por nada. ¿O acaso no eres tú el que siempre me dice que se te hace muy difícil dejarme en la cama por las mañanas? —asentí con un gesto de mi cabeza—. Entonces, tanto o más debe serlo el dejarme por las noches —me miró con una mezcla de amor y odio. Sus ojos me dejaban claro que estaba a pocos segundos de verla alejarse de mí.
—Está bien preciosa, si no hay otra opción, te lo contaré —caminé hasta la ventana y observé en silencio el jardín de nuestra casa, el día estaba claro. El sol prometía estar con nosotros el día entero. Inspiré profundamente, tal vez si tomaba suficiente aire no tendría que parar una vez que hubiera comenzado a hablar—. Había otra cláusula, nena…
—¿Otra?, ¿de qué estás hablando? —era típico en ella interrumpirme. No me molestaba nunca; sin embargo, ahora… no creía tener fuerzas suficientes para iniciar de nuevo. De todas maneras, lo hice, ya no había vuelta atrás.
—Otra cláusula… en el testamento. Vas a tener que perdonarme —dije volviendo a su lado—. No quería ponerte nerviosa sin saber el resultado —la levanté de la cama y la llevé a mi regazo, sentándonos en el sofá donde tantas veces la había acunado—. Merewich escribió allí; conste que memoricé cada palabra: “en un lugar secreto de la cabaña, dejamos para el hombre que te ame, las espadas de mi amado. Con ella la defenderás, seas quien seas; con ellas y con tu propia vida si fuere necesario. Si no sabes utilizarlas, debes aprender, pero si no me falla la visión de mi futuro y el de mi descendencia, sabrás hacerlo, incluso , desde que eras un niño”.
Lissa se estremeció en mis brazos, me abrazó con una fuerza inusual en ella y comenzó a llorar.
—¿Ahora entiendes por qué no quise decirte nada?, temía tu reacción, cariño.
—Dime que no hallaste nada, por favor. ¡Esto sí que me asusta! Aunque ya nada me parece imposible en esta vida, ¡eso raya en la locura, Tony!
—Si… si hallé lo que buscaba —saltó de mis piernas como si no tuviese una barriguita que le impidiera hacerlo con tanta agilidad. Sus manos temblaban. Llegué a ella y la sostuve de los hombros—. Debes calmarte, Lissa. De lo contrario, no te contaré nada, aunque sigas amenazando con marcharte de mi lado.
—Lo haré Tony, deja que lo asimile. Esto es muy fuerte, nunca encontraremos una explicación para todo esto, ¿verdad? Nos llamarán locos si contamos esto.
—Nuestros amigos y mi padre ya lo saben todo, preciosa. Nadie más necesita estar enterado. Les conté lo que acabo de decirte y además… me ayudaron en mi búsqueda y con mi hallazgo.
—¿Qué encontraste? ¿Una espada? —sus ojos me decían que aún no estaba totalmente en calma.
—Tres… tres espadas ropera.
—No entiendo qué significa eso, Tony. No he practicado esgrima como tú ——dijo claramente irritada.
—Así se le llama al tipo de espada que utilizaban a principio del siglo XVII. Todo parece indicar que han sido pasadas de generación en generación, tomando en cuenta que en la época de tu bisabuelo no era común que los hombres llevaran consigo estas armas.
#4689 en Novela romántica
#1159 en Fantasía
romance, fantasía drama misterio magia, fantasía almas gemelas
Editado: 21.10.2025