Parece mentira que ya casi esté de siete meses de embarazo. No veo la hora de conocer a mi bebé. Pienso que si tiene los rasgos de Tony voy a estar más que feliz, aunque es probable que sea una pelirroja, como yo; después de todo, la anciana lo dejó ver. Planeamos ir de compras, el padre orgulloso quería tener lista la habitación. Había hecho una lista con todo lo que creía que sería necesario; desde la cuna, hasta el cochecito para pasear con ella por el parque mientras que él, como siempre, corre y se ejercita al aire libre. No había parado de reír al ver sus gestos cuando recordaba algo que no había incluido allí.
—¡Cariño, no he apuntado pañales! Eso debió ser lo primero en la lista, ¿cierto?
—Sí, debió ser lo primero, pero tampoco veo que hayas escrito fórmula para bebés.
—¡Ah, eso no será necesario!, ¡sé de sobra que mi hermosa mujer amamantará a nuestra pequeña! —su sonrisa era inmensa, prepararlo todo era un gusto para él.
Salimos temprano a recorrer los centros comerciales, él quería ver todo para decidir después. Yo hubiese ido al primer sitio, escogería lo que más me gustaba y asunto resuelto. Pero Tony no era así; para él era imprescindible que todo cumpliera con las medidas que él había estipulado en su mente. Insistía tanto en ello, que estaba más que segura que ya había soñado con el lugar y le estaba costando encontrarlo todo exactamente igual a lo que había visto.
A mediodía sólo habíamos comprado algunos artículos, como cuadros decorativos y tanta ropa de bebé que estaba segura que no llegaría a usarla toda, pues los niños crecen pronto y suben de peso en los primeros días de vida. Él seguía en su búsqueda frenética de lo ideal para la habitación. Me emocionaba con una cuna o un sillón y Tony de inmediato encontraba cómo deshacerme de la idea. Fuimos a un restaurante, tomamos nuestro almuerzo, siempre acompañados de Peter y Adrián. A donde íbamos, Tony insistía que ellos debían acompañarnos.
Cerca de las cuatro de la tarde estaba agotada, pero feliz con la sonrisa satisfecha de mi amado. Según él, había encontrado lo que quería para recibir a nuestra princesa. Los muchachos le ayudaron a llevar todo a la camioneta donde se desplazaban, mientras que Tony y yo iríamos en su auto. Me quedé parada en la acera, observando como acomodaban todo en la parte de atrás; Peter y Adrián sonreían ante los comentarios de Tony.
—Necesitaré ayuda para armar todo, muchachos. ¿Cuento con ustedes?
—Por supuesto señor, deje todo en nuestras manos —respondió Peter.
—Nunca he sido amante del bricolaje, pero estoy tan feliz con todo esto, que me convertiré en un experto —dijo Tony con la sonrisa instalada en su rostro.
—Señor, estoy seguro que esta noche usted no dormirá. ¿O va a decirnos que va lograr esperar al fin de semana para ver la cuna armada y todo lo demás en su lugar?
—Eso es cierto, Adrián; además, primero es lo primero, así que hoy nos ponemos manos a la obra. Las paredes deben quedar listas hoy, no puedo esperar para verlas llenarse de rosa.
—¡Eh, muchachotes!, ¡más trabajo y menos plática! Estoy cansada y quiero irme a casa ya —les grité, pero parecían estar absortos en su charla, parecía que yo había dejado de existir. Iban y venían de la camioneta a la acera donde estaban todos los artículos. Tony abrió el maletero del auto para guardar allí las bolsas con los artículos y prendas de vestir de nuestra bebé. Vino a mi encuentro, las tomó, me dio un beso y fue al auto. En ese momento, un hombre de mediana edad se paró muy cerca de mí; me miró y sonrió con una frialdad que heló mis huesos y erizó mi piel en un segundo, no vi de dónde había llegado.
—Tanta felicidad, señora, puede acabar de un momento a otro, ¿no cree? —lo miré sin entender sus palabras—. Esto es un regalo de parte de mi jefe, me pidió que le dijera que espera que Tony sufra terriblemente —dijo aquellas palabras mientras sacaba un arma de su cintura y la apuntaba hacia mí.
No logré articular palabra, todo lo demás sucedió en un abrir y cerrar de ojos. Escuché a Adrián gritar, — “¡Señor, tiene un arma!”, mientras Peter soltaba una maldición y corría hacia el auto de Tony. Escuché un disparo al mismo tiempo que el hombre al que amaba caía frente a mí, había interceptado el camino de la bala y la había recibido él. Casi en el mismo instante, los muchachos llegaron corriendo para detener al hombre que nos atacó, pero Tony ya lo había atravesado con una de las espadas.
Vi cómo caía lentamente frente a nosotros, mientras Tony gritaba “¡ayúdenla muchachos, ayúdenla!”. Estaba literalmente paralizada, lo único que logré hacer fue caer sobre mis rodillas; tomé el rostro de Tony, creí que lo había perdido para siempre. Una vez más se había cumplido lo predicho; él me había defendido utilizando la espada que habían dejado para cumplir con tal labor. Lo que no entendía era de dónde la había sacado Tony. Se suponía que estaban en casa, aunque en ese momento logré darme cuenta que una estaba colgada en nuestra habitación, las otras dos aún no las había visto ocupando ningún lugar de la casa.
—¡Tony, Tony, mi amor! Dime que estás bien. Por favor, ¡háblame! —todo era una locura, la gente gritaba pidiendo una ambulancia, otros gritaban que lo había asesinado, pero no sabía a quién se referían; Peter y Adrián estaban a mi lado, pero no decían nada. Mi angustia crecía como la espuma. De repente, Tony apretó con fuerza mi mano.
—Tranquila cariño, estoy bien. Creo que no logró herirme —se sentó con mucho cuidado de no hacerme caer, pues estaba de rodillas detrás de él. Se observó el abdomen levantando su camisa, dejándome sorprendida al ver que llevaba una especie de chaleco.
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Editado: 21.10.2025