Hace un año que nació nuestra nena, hoy lo celebraremos en la cabaña. Nuestros amigos más cercanos están con nosotros. Con la autorización de Lissa, hice que construyeran un anexo del lado izquierdo de la casa. Allí se hospedarían nuestros invitados cuando así lo necesitaran o como en esta ocasión en que nos reuníamos para celebrar la vida.
Pasaron tantas cosas después del atentado donde casi las pierdo, que ahora doy gracias a Dios cada vez que abro los ojos y las veo conmigo. Después de un largo juicio logré, junto a mis compañeros en la firma de abogados, que sentenciaran a cadena perpetua al responsable de toda aquella locura. No fue lo que hubiese querido, pero quedó claro que cualquier amenaza en mi contra o de los míos, sería justo lo necesario para que el juez cambiara su sentencia. Al final, logramos estar tranquilos ante esa situación.
El momento del parto fue otra proeza para mí. Según mis amigos, fui el peor de los hombres. Mi inteligencia emocional se fue por el retrete en cuanto Lissa gritó desde el baño que la bebé iba a nacer. Me lancé desde la cama donde la esperaba mientras ella se duchaba, las piernas empezaron a temblarme. No recordaba qué era lo primero que debía hacer. Recuerdo que comencé a gritar pidiendo ayuda. Michael, Rebeca, Adrián, Peter y hasta mi padre que estaba pasando unos días con nosotros, llegaron corriendo a nuestra habitación.
No sé qué hubiese sido de Lissa y nuestra hija si mi padre no hubiese estado en casa. Él se adueñó de la situación. Pidió a los muchachos que me sacaran de allí y a Rebeca que le ayudara a vestir a Lissa. En ese momento logré darme cuenta que todos la vieron desnuda y fue como si me hubiesen abofeteado. Comencé a apartarlos a todos y sacarlos de la habitación. Tomé a Lissa en mis brazos y la llevé a la cama donde, con su ayuda, pues me temblaban las manos, logré vestirla. La bajé en mis brazos usando el ascensor como una vez lo había imaginado al mandarlo a construir y como tantas veces lo hice durante su embarazo.
En el hospital fue otro cantar. Todos estaban allí, en la sala de espera. Me gritaban a ratos para que me calmara o me abrazaban, dependiendo de qué locura volvía a decir. Hasta se rieron de mí en más de una ocasión. Era tal la locura que me embargaba, que no pude más que caer de rodillas y llorar cuando mi padre llegó y con el orgullo bailando en su voz me anunció que ya había nacido y que ambas estaban bien.
Me ayudó a levantarme y limpiando mi rostro cual si fuera un niño pequeño me dijo, — “hijo, eres un tonto. Un tonto enamorado. Es asombroso cómo te desmorona el amor. Pero no sabes lo que eso me alegra. Prefiero verte llorar por saber que las tienes, que verte ser como eras antes de conocerla, cuando pasabas de mí y evitabas estar con tu única familia”.
—Nunca te he pedido perdón por haber sido lo que fui contigo, papá.
—Eso nunca ha hecho falta, así que ahora ve… ve a conocer a tu pequeña Katherine —así lo hice, nunca olvidaré ese momento. Ver su rostro por primera vez en brazos de Lissa fue lo más parecido a tocar el cielo.
Ahora la veía tratar de dar sus primeros pasos mientras Lissa la tomaba de sus bracitos. No había en mí nada más importante que ellas dos. En eso pensaba cuando Lissa se giró a verme mientras sonreía. Leí en sus labios que me decía “te quiero”, tomó a la niña en sus brazos y caminó hacia a mí mientras yo las esperaba con los brazos abiertos y les gritaba “¡las amo!”.
Siempre atesoraré mis recuerdos, así como los sueños que continúan mostrándome cómo serán nuestras vidas. Esperaré pacientemente el día que Lissa me pida ayuda para redactar su testamento. En él quedará sentenciado nuestro futuro en una nueva oportunidad de vivir. Una oportunidad donde nuestras almas volverán a encontrarse para estar eternamente juntos.
FIN...
#4689 en Novela romántica
#1159 en Fantasía
romance, fantasía drama misterio magia, fantasía almas gemelas
Editado: 21.10.2025