El enemigo de mi corazón

Capítulo 1: El Destino de una Princesa

AVELINE

El castillo de Avaloria bullía de vida. Criados cruzaban los pasillos con bandejas en equilibrio, nobles discutían asuntos del reino en los salones y soldados entrenaban con disciplina en el patio de armas.

No era un día especial, solo la rutina palaciega... aunque para mí, todo se sentía distinto.

Yo observo todo desde una de las altas ventanas de la biblioteca, con un libro abierto en mi regazo y la mente perdida en un solo pensamiento.

“En un mes cumpliré veinte años”

Y con ello, mi destino finalmente quedará sellado.

Mi compromiso con el príncipe Aldric de Valtaris fue establecido desde el día de mi nacimiento.

Una alianza forjada por nuestras madres —la reina Isolde de Avaloria y la reina Eleonora de Valtaris—, mejores amigas desde la infancia han sido inseparables.

Soñaban con unir sus reinos mediante el matrimonio de sus hijos.

Lo que para ellas era un sueño, para mí se convirtió en una certeza absoluta.

Desde pequeña, acepté ese futuro y supe que sería su esposa, que mi vida estaría entrelazada con la suya.

Me prepararon para eso. Me educaron como futura reina, me enseñaron a caminar con gracia, a hablar con firmeza y a sonreír incluso cuando el corazón dolía.

Pero Aldric…

Aldric nunca ha mostrado interés en mí como mujer, nunca me ha mirado como algo más que un deber.

No soy como las damas de la corte que lo rodean, aquellas con vestidos entallados, miradas coquetas, exuberantes y sonrisas encantadoras.

No tengo la figura voluptuosa que los hombres desean.

Mi cuerpo es delgado, aún infantil en algunos aspectos, y mis curvas siempre quedan ocultas bajo las capas de tela de mis vestidos.

Mi cabello rojo es igual al de mi madre, pero mientras a ella la consideran una belleza imponente, yo sólo me veo en el espejo como una joven demasiado pálida, con pecas que nunca desaparecen y una cicatriz sobre la ceja derecha que me recuerda un torpe accidente con mi caballo cuando era niña.

Mis lentes, necesarios para poder leer sin dificultad, sólo aumentan mis inseguridades.

—Aveline, ¿sigues aquí? —La voz de mi madre me saca de mis pensamientos.

Me puse tensa al verla entrar en la biblioteca, tan erguida como siempre, el porte de reina tan natural en ella que parecía esculpida en mármol.

Cerré el libro con suavidad.

—Sí, madre. Sólo estaba... esperando a Rowan.

Mi madre, la reina Isolde, me observa con una expresión indescifrable antes de acercarse y tomar asiento a mi lado.

—Sabes que en un mes todo cambiará para ti. Debes estar preparada.

Asiento, con el corazón latiendo rápido.

—Lo sé. —respondí —. Cumpliré veinte y Aldric finalmente anunciará la fecha de nuestra boda. Ha esperado estos dos años porque quería asegurarse de que yo creciera un poco más... de que estuviera lista.

Mi madre me observa en silencio por un momento, sentí que pensaba cada palabra antes de hablar.

—Tienes muchas expectativas puestas en ese día.

—¿Acaso no debería? —mi voz suena más insegura de lo que me gustaría. —He esperado toda mi vida para convertirme en su esposa. Es nuestro destino, madre.

—El destino es caprichoso, Aveline. A veces, cambia de rumbo sin previo aviso.

Aprieto los labios.

No quiero pensar en posibilidades distintas.

Aldric es un mujeriego, sí. Todos los reinos lo saben.

Pero también es el futuro rey de Valtaris, y yo he sido criada para ser su reina.

No importa si no me ve con deseo ahora.

Algún día lo hará.

Tiene que hacerlo.

—Madre —digo, con un destello de determinación—. Todo saldrá como debe ser.

Ella me observa por un largo instante antes de asentir con una pequeña sonrisa.

—Espero que así sea, hija mía.

No puedo ver el brillo de duda en sus ojos cuando se levanta y se acerca a mí.

Pero, aunque lo viera, no le daría importancia.

Porque mi corazón sigue convencido de que Aldric me pertenece... y que pronto me lo demostrará ante todos.

Toma mi mano con ternura y la aprieta.

—Quiero ayudarte con los preparativos para tu gran día. Quiero que luzcas como la mujer que eres, que todos, incluido Aldric, vean la belleza que posees. Elegiremos un vestido que resalte lo mejor de ti, algo que te haga sentir poderosa.

Mis mejillas se sonrojaron.

—No creo que un vestido cambie nada, madre.

—No se trata solo del vestido, Aveline —dice con dulzura—. Es la confianza que tengas en ti misma.

Asiento con una mezcla de emoción y nervios.




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