AVELINE
La luz del amanecer se filtraba por las cortinas de mi habitación cuando abrí los ojos.
Hoy era el día.
Mi cumpleaños número veinte.
El día en que, finalmente, todo cambiaría.
Respiré hondo mientras me incorporaba, sintiendo una mezcla de emoción y ansiedad en el pecho.
Había esperado este momento durante años, soñando con la noche en que Aldric, frente a toda la corte, me tomaría de la mano y anunciaría nuestra boda.
El futuro que me prometieron al nacer por fin se haría realidad.
Mi corazón latía acelerado con la emoción de la posibilidad.
Pero junto a la emoción, una punzada de incertidumbre se aferraba a mi pecho.
A pesar de las celebraciones, el reino no estaba en paz. Avaloria había sido sacudida por una guerra inesperada.
Hace cinco años, los guerreros del norte —los Drakhar— descendieron como una tormenta salvaje. Llegaron cruzando las montañas heladas que pensábamos intransitables, sorprendiendo a nuestras defensas.
Eran distintos a cualquier enemigo que hubiéramos enfrentado antes.
No buscaban negociaciones, ni oro.
Solo conquista.
Letales. Implacables. Silenciosos.
En cuestión de años, tomaron dos ciudades estratégicas.
La última, Varenthia, era la tercera más importante del reino. Un centro de comercio, saber y cultura... ahora les pertenecía.
Nuestro ejército, acostumbrado a la elegancia de los desfiles y no a la brutalidad del campo de batalla, había sido superado.
Nuestros soldados, por valientes que fueran, no estaban preparados para un enemigo que luchaba como sombras entre la niebla.
Me sentía egoísta por pensar solo en mí, pero no podía acallar la voz en mi mente que susurraba una verdad incómoda: estábamos en calma... una calma extraña, demasiado silenciosa, como el aire denso antes de una tormenta.
Lejos de tranquilizarme, esa quietud me tenía los nervios al borde.
Y, aun así, hoy, entre el miedo y la incertidumbre, decidí permitirme un instante de esperanza.
Solo por esta noche.
Mi noche especial.
—¿Lista para ser la mujer más deslumbrante de toda Avaloria? —La voz de mi madre me sacó de mis pensamientos.
Al girarme, la encontré de pie en el umbral de la puerta, su porte majestuoso suavizado por una sonrisa cálida y orgullosa.
Elegante como siempre, irradiaba ese tipo de fuerza silenciosa que hacía que todos en la sala se callaran cuando hablaba.
—¿Crees que Aldric… se dará cuenta hoy? —pregunté en voz baja, mientras mis dedos jugueteaban con los bordes de la manta.
No tenía que decir más, mi madre entendía a la perfección a qué me refería.
Ella se acercó y tomó mis manos entre las suyas.
—Por supuesto que lo hará —dijo con firmeza —. Eres hermosa, Aveline, y no solo porque heredaste mi cabello o mis ojos, sino porque tienes luz propia. Eres fuerte, dulce, inteligente, valiente, leal… No hay hombre que pueda ignorar eso para siempre.
Sonreí, agradecida. Sus palabras debieron haberme reconfortado, pero la sombra de la duda seguía ahí.
No quería ser solo "dulce e inteligente", quería que Aldric me viera como una mujer deseable.
Que me necesitara.
Como su futura esposa.
La mañana transcurrió entre sirvientas y preparativos.
Me bañaron en agua perfumada con esencia de rosas silvestres, aplicaron aceites en mi piel y peinaron mi cabello con esmero en ondas que caían como una cascada de fuego sobre mis hombros, y colocaron delicadamente cada joya en su sitio.
Pero lo más impactante fue el vestido.
Era distinto a cualquier cosa que hubiera usado antes.
A diferencia de los vestidos amplios y pesados que solía llevar, este ceñía mi cintura y dejaba ver la curva natural de mis caderas. El escote era modesto, pero lo suficiente para destacar la elegancia de mi clavícula y cuello.
No vulgar. Solo... distinto.
Una versión de mí misma que no conocía.
Me observé en el espejo con una mezcla de asombro y nerviosismo.
—Si Aldric no se da cuenta hoy, es porque está ciego —dijo Rowan desde la puerta, con una media sonrisa divertida.
Me giré, sin saber si su comentario era un cumplido o una burla.
—¿Tú crees? —pregunté con cautela.
Rowan se acercó, su mirada más seria de lo habitual.
Avanzó y apoyó una mano en mi hombro. Por un momento, su expresión perdió la diversión habitual que siempre tenía.
—Aveline, él siempre ha contado con que estarías ahí sin importar qué. Tal vez hoy sea el día en que entienda lo que realmente tiene frente a él.
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Editado: 22.05.2025