AVELINE
Su voz, helada, cortó el aire como una hoja recién afilada.
Sus ojos no suplicaban, no temblaban. Brillaban con una furia contenida que amenazaba con consumir todo a su paso.
El príncipe con el que había soñado toda mi vida… ahora se había convertido en la causa de mi despertar.
Y esta vez, no pensaba callar.
—Necesito hablar contigo. A solas —dijo Aldric, dirigiéndose a mí sin mirar a Rowan.
—Ahora sí recuerdas que existo —respondí con una voz tan fría como el acero. No era un susurro. Era un corte.
—Aveline — su tono cambió de inmediato, suave, casi persuasivo, el mismo que usaba cuando quería salirse con la suya—. No aquí. No así. Por favor.
Lo miré sin pestañear. En mis ojos ya no había dulzura, solo rabia y desilusión mezclados.
Rowan se adelantó, se irguió como una muralla frente a mí, sus ojos verdes lanzando dagas.
—No es el momento, Aldric. — Su voz fue baja, pero afilada como un cuchillo.
Pero yo ya estaba de pie.
El corazón me latía con fuerza, no por nervios ni ilusión, sino por la rabia contenida que hervía bajo mi piel y quemaba todo lo que alguna vez sentí por él.
—Está bien, Rowan —dije con voz firme, tocando su brazo—. Quiero escucharlo. Una última vez.
Él me miró, con los labios apretados y el ceño fruncido, pero no dijo nada.
Mi hermano dudó, me observó como si no quisiera dejarme sola con un lobo, pero finalmente asintió, alejándose unos pasos, aunque no lo suficiente como para intervenir si era necesario.
Aldric me sostuvo la mirada, sorprendido, como si no pudiera creer que yo, Aveline la callada, la obediente, me plantara frente a él y le estuviera hablando con hielo en la voz.
—¿Te sorprende que hable? ¿Que no me esconda a llorar en un rincón como esperabas? — me incliné apenas hacia él.
Sin decir palabra, me hizo una seña para caminar con él por la terraza vacía.
Sus pasos resonaban con fuerza en el mármol.
Yo caminaba detrás, decidida, contenida… lista para romper el silencio.
Se detuvo junto a la baranda, los jardines extendiéndose más allá como un reino de sombras.
La luz de las antorchas recortaba su silueta en líneas duras. Incluso su sombra parecía cruel.
—¿Así que fuiste tú quien decidió arruinar todo esto? —espetó, con los dientes apretados
—La próxima vez que decidas acostarte con alguien en mi biblioteca, al menos ten la decencia de cerrar la puerta. —dije sin rodeos—Si buscabas una excusa para romper el compromiso, bastaba con decirlo.
— ¿Por qué lo hiciste frente a todos?
—¿En serio me estás preguntando eso? —reí con amargura—. ¿Quieres que te recuerde dónde estabas hace una hora? ¿O lo que dijiste de mí mientras lo hacías?
Su mandíbula se tensó. El fuego en sus ojos era distinto al mío. No era culpa. Era rabia por haber sido expuesto.
—No tenías por qué enterarte así…
—¿Así? —respondí con frialdad medida, observando el borde de su cuello. Una marca rosada asomaba apenas por debajo de la camisa. El rastro de su traición—. ¿El día de mi cumpleaños? ¿En la biblioteca donde aprendí a leer, donde soñaba con cuentos de amor y héroes? ¿Así?
El temblor en mi voz ya no era miedo. Era ira.
Ya no tenía una herida abierta. Tenía una cicatriz en formación.
—Te escuché, Aldric. Todo. Cada palabra. Cada gemido. Cada maldito desprecio. — mi voz se quebró un segundo, pero la contuve — Y, aun así, tienes el descaro de pararte frente a mí y fingir que mereces explicaciones.
—No sabes el contexto...
—¡Era mi cumpleaños! —lo interrumpí con un grito ahogado—. ¡Mi hogar! ¡Mi lugar favorito! Y tú decidiste profanarlo con otra. Con palabras que ni siquiera un enemigo me hubiera lanzado.
—¡No te lo debo todo, Aveline! —explotó—. Este compromiso fue una imposición. ¡Nunca pedí esto!
—¿Y yo sí? —repliqué, mi voz se tornó gélida, casi venenosa—. ¿Crees que soñaba con casarme con alguien que me mira como si fuera una carga, con asco? ¿Que deseaba seguir un plan trazado desde que era niña?
Él desvió la mirada. No por vergüenza.
Sino porque no tenía argumentos.
No pidió perdón. Nunca lo hacía.
—¿Y qué esperabas, Aveline? ¿Una farsa de amor eterno? ¿Una vida perfecta conmigo? —su tono se volvió ácido—. Nunca te prometí eso.
—No. Pero tampoco esperaba que me trataras como si fuera... basura.
Lo dije con calma y esa calma lo cortó.
Lo vi en la forma en que frunció los labios, en el destello herido y furioso que cruzó sus ojos.
—Eres demasiado sensible —soltó—. Esto no cambia nada. El compromiso sigue en pie.
—¿Después de lo que dijiste? ¿Después de cómo te burlaste de mi cuerpo, de mi rostro, de mis sentimientos?
#369 en Otros
#65 en Novela histórica
#1122 en Novela romántica
triangulo amoroso celos traicion drama, matrimonio arreglado realeza, enemigo obsesionado
Editado: 22.05.2025