AVELINE
El aire en el castillo de Avaloria era denso, como si incluso las paredes contuvieran la respiración.
Había transcurrido una semana desde aquel almuerzo en el que, aunque el compromiso no se rompió de forma oficial, dejó de ser el acuerdo sólido que todos daban por hecho.
Y, aun así, la tensión en el castillo no hizo más que intensificarse. Como una cuerda estirada al límite, lista para romperse con el más mínimo roce.
El eco de lo dicho —y de lo no dicho— flotaba entre los pasillos, entre las cortinas que no se abrían del todo y los pasos apresurados de los mensajeros del consejo.
Mi padre apenas dormía. Las sombras bajo sus ojos se habían vuelto más pronunciadas, y su temperamento — habitualmente mesurado— comenzaba a agrietarse.
Lo encontré esa mañana en el salón del consejo, solo, inclinado sobre un mapa marcado con líneas rojas y pines de bronce.
La reunión con Drakhar era inminente. Faltaban apenas dos días, y entre los rebeldes, la presión de Valtaris y mi decisión, padre parecía cargar con todo el peso del reino sobre sus hombros.
—¿Sigues firme con tu decisión? ¿Estás segura de que no es un impulso? —preguntó sin levantar la vista, cuando entré en la sala.
No había necesidad de más contexto. Sabía perfectamente a qué se refería.
—Sí —respondí, firme, aunque mi voz no dejó de temblar al final.
Él se recostó contra en el respaldo del sillón de roble, y por un instante, me observó en silencio.
Sus ojos mostraban una mezcla de cansancio y orgullo.
No me miraba como a una hija rebelde… sino como a una mujer que había tomado una decisión difícil.
—No quiero que creas que estás siendo castigada por lo que sentiste —dijo con un suspiro—. Aquella noche estallaste con razón. Pero han pasado días, y tú no eres impulsiva. Eres mi hija, sí, pero también eres la princesa de Avaloria. Has sido educada para gobernar. Quiero saber que esto no es solo una herida fresca, sino una elección sostenida.
Me acerqué con paso lento, hasta quedar de pie frente a él.
—Padre, sé lo que está en juego. Sé lo que Valtaris ha hecho por nosotros. Lo que sus soldados han derramado en nuestros campos… sangre por una guerra que no era suya. No soy ajena al peso de esa deuda. Pero… no puedo pagarla con mi libertad. No con mi vida al lado de alguien que me traicionó, que se burló de mí cuando yo creía que éramos aliados. No puedo… ni quiero.
Él cerró los ojos durante unos segundos, asintiendo con gravedad.
—No permitiré que destruyan tu espíritu. —murmuró—. Pero debo encontrar una salida que no destruya también a Avaloria.
Yo también, pensé.
Porque, aunque el dolor ya no me ardía como antes, aún me pesaba.
No solo por lo que Aldric había dicho, sino por todo lo que representaba.
Había sido educada para ser su reina.
Desde niña, cada lección, cada gesto, cada presentación pública había sido moldeada por esa expectativa.
Íbamos a gobernar juntos.
Mi madre, Isolde, había soñado ese futuro con la Reina Eleonora desde que yo tenía memoria. Juntas habían bordado los colores del enlace, elegido los nombres de los futuros herederos, imaginado los retratos que decorarían las salas del nuevo castillo.
Y ahora… todas esas ilusiones se deshacían lentamente en su rostro cada vez que me miraba.
No me decía nada. Pero el silencio de una madre puede ser más doloroso que mil palabras.
Sabía que la había decepcionado. No por haber defendido mi dignidad, sino por haber derrumbado un sueño que también era suyo.
Y, aun así… ¿acaso yo no era también una víctima?
Había creído. Había confiado.
Había apostado mi futuro a un amor que nunca existió, a una alianza que parecía destinada… hasta que me arrancaron la venda de los ojos con una risa compartida en una habitación contigua.
No estaba buscando castigo ni venganza.
Intentaba encontrar la forma menos dolorosa de romper un lazo sin quebrar un reino.
Porque, aunque mi madre y mi tía lo veían como un asunto del corazón, la verdad era mucho más compleja: no se trataba solo de un compromiso personal, sino de una alianza política tejida con siglos de historia y conveniencia.
Mi padre volvió a hablar, sacándome de mis pensamientos.
—La comitiva de Drakhar llegará en dos días. Están dispuestos a hablar… a firmar la paz, o al menos a intentarlo. Pero vienen con exigencias. Aún no sabemos cuáles.
Justo en ese momento, la puerta se abrió. Mi madre entró, tomada del brazo de Rowan.
—Theron estará en esa reunión. —informó mi hermano— Es él quien liderará la delegación de Drakhar. No vendrán como enemigos… sino como posibles aliados. O eso dicen.
—¿Y si tienen otras intenciones? —preguntó mi madre, sin detener su avance.
—Entonces tendremos que estar preparados —respondió mi padre—. Pero por ahora, esto podría quitarnos al menos uno de todos los problemas que enfrentamos.
#369 en Otros
#65 en Novela histórica
#1122 en Novela romántica
triangulo amoroso celos traicion drama, matrimonio arreglado realeza, enemigo obsesionado
Editado: 22.05.2025