Desperté más temprano de lo habitual, con el cuerpo tenso y la mente atrapada en la noche anterior. La brisa del jardín aún parecía aferrada a mi piel, y el eco de su voz —de sus palabras— me acompañó incluso en sueños.
Prácticamente no había dormido nada.
Podría mentirme y decir que fue por las negociaciones, por la tensión diplomática, por el peso que cargaba sobre mis hombros como hija de Avaloria. Pero no. No fue eso.
Fue él. Fue la conversación que tuvimos anoche.
Fue su mirada, sus palabras, su forma de plantarse ante mí sin rodeos, nadie me había hablado así. Como si pudiera verme, de verdad. No como princesa. No como moneda de alianzas. No como un estorbo con pecas y gafas.
Como mujer.
Me senté al borde de la cama y pasé una mano por mi rostro. No iba a dejarme arrastrar por ese fuego. Por esa trampa. No iba a temblar por él.
Me incorporé con un suspiro y llevé una mano al pecho. Mi corazón latía con fuerza, como si intentara recordarme algo que no quería admitir.
Lavé mi rostro con agua helada, intentando borrar las sensaciones que aun tenia de la noche anterior. No funcionó.
Me vestí con un vestido de terciopelo azul oscuro, las mangas ceñidas y el corsé ajustado, destacando mis caderas y el cabello recogido con horquillas doradas.
No era la más hermosa del reino, ni siquiera lo era en mi propia casa. Había pasado años creyendo que mi rostro pecoso era una desgracia y que mis curvas solo servían para esconderlas bajo capas de tela.
Pero esa mañana no me escondí.
Quería verme fuerte. Intocable.
Como debía ser yo. Como quería ser yo.
Aunque por dentro estuviera hecha un lío.
Me obligué a caminar con la frente en alto hacia el salón del Consejo, ya no era solo Aveline, la chica engañada y humillada. Era la princesa de Avaloria, y tenía que demostrar que no me quebraría.
Que no me afectaban ni Theron ni Aldric.
Cuando crucé las puertas del salón, la tensión era palpable. Los representantes de Drakhar ya estaban allí, y cada mirada se posó sobre mí como si, en el fondo, no esperaran que tuviera el valor de presentarme.
Theron estaba de pie junto a su padre, el imponente líder Varian, y su madre, Lady Sybilla, de rostro sereno y ojos profundos como los de su hijo. Ninguno de los tres hablaba. Observaban. Esperaban. Todos con la misma expresión impenetrable.
Tenía los brazos cruzados y ese aire de guerrero que no necesitaba armadura para intimidar. Llevaba ropa más formal que el día anterior, pero no por eso menos provocadora: cuero oscuro ajustado, una capa roja sangre sobre los hombros. Y ese rostro tallado por la guerra.
Mi padre ocupaba el asiento central, con mi madre a su lado, elegante y tensa. Mi hermano, Rowan, como futuro rey de Avaloria también estaba presente.
—Princesa Aveline —saludó Varian, inclinando apenas la cabeza. Su voz era grave, pero educada.
—Señor Varian —respondí con la misma frialdad diplomática.
Evité mirar a Theron. Aunque podía sentir su mirada sobre mí como un tacto invisible, deslizando calor por mi piel.
Mi padre con su postura recta y los ojos afilados habló con un tono tan claro como el acero.
—Agradezco su presencia y su oferta, Varian. —comenzó, la mirada fija en él—. Pero quiero dejar algo claro desde el inicio: Avaloria no entregará a su hija como parte de ningún tratado.
El ambiente se tensó aun más. Theron clavó su mirada en mí, pero no dijo nada. Fue su padre quien respondió con cortesía forzada.
—Entendemos su posición, pero no se trata de una entrega. Es una propuesta de unión. De consolidar la paz con algo más que palabras.
Mi padre no se movió.
—No puedo asumir que no hay otros motivos detrás. —replicó mi padre, sin inmutarse— Nada me garantiza que no busquen venganza disfrazada de diplomacia. ¿Y si lo que desean es cobrar con ella las pérdidas que han sufrido? ¿Qué me garantiza que no la tomarán y convertirán en prisionera? O algo peor.
Fue entonces cuando Theron habló. Su voz, grave y controlada, retumbó como una piedra lanzada a un lago.
—No negaré que en Drakhar ha habido dolor. Pero la guerra debe terminar, y mi propuesta es la única que garantiza paz y estabilidad reales. Si Aveline se convierte en mi esposa, no solo uniríamos nuestras casas, sino que sería una señal clara para nuestros pueblos: no hay más odio, no hay más sangre.
Su tono era impecable. Político. Estratégico. Pero sus ojos, cuando se cruzaron con los míos, hablaron otro idioma.
—Buscamos una alianza duradera — agregó Varian con calma — Un vínculo que no pueda romperse al ser su esposa. No su rehén.
Mi estómago dio un vuelco. Mi padre giró levemente la cabeza hacia mí. Su mirada fue breve, casi imperceptible, pero la sentí como un escudo invisible.
—Aun si Aveline estuviera de acuerdo —respondió con firmeza— esta propuesta no es viable. Avaloria tiene compromisos con otros reinos. No puedo jugar a romper alianzas como si fueran piezas de ajedrez. Soy un rey sensato y tomare decisiones, aunque me cueste afectos personales.
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Editado: 22.07.2025