AVELINE
Pensaba en demasiadas cosas mientras me alejaba de la sala del consejo, donde, hace apenas unos minutos, había estado con Theron.
No lo esperaba allí. No quería verlo allí.
Había regresado con la esperanza de encontrar a mi padre y hablar con él, directamente, sobre mi futuro.
El tiempo se acorta y la comitiva de Drakhar pronto se marchará. No hemos concretado ningún acuerdo, y a este ritmo se irán tal como llegaron: sin soluciones, sin tregua.
Todo esto no habrá servido de nada. Los mismos problemas seguirán ahogando al reino, y mi padre acabará más agotado y superado por la presión.
Es un buen rey, pero ya es un hombre mayor, dentro de algunos años tendrá que cederle el trono a Rowan, y sé que se está esforzando al límite para no heredarle un reino desmoronado y en guerra.
Y juro que no quería complicar aún más las cosas.
Estaba lista para casarme con Aldric. Más que lista, estaba ilusionada, tontamente ilusionada.
Creía que, finalmente, anunciaríamos la fecha de nuestra unión. Que, por fin, me vería convertida en su esposa, tal como nuestras madres siempre soñaron.
Pero jamás imaginé que ese mismo día sería también el día en que me rompería el corazón sin posibilidad de repararlo.
Si no lo hubiera encontrado en mi biblioteca, entre susurros y caricias con otra mujer. Si no hubiera escuchado sus palabras, ese asco disfrazado de arrogancia, esa burla hacia mí, mi aspecto, mi valor.
Quizá, en este momento, estaríamos hablando de los preparativos de nuestra boda. Mi padre tendría un problema menos. Yo tendría una certeza, aunque fuese vacía.
Pero mi destino cambió.
Y ahora, nuestros enemigos han pedido mi mano como precio por la paz. Una petición que complica no solo los planes del reino sino también mi vida.
Suspiré mientras salía al pasillo, el eco de mis pasos resonando como un juicio. ¿Cómo se suponía que debíamos tomar una decisión cuando cada camino me parecía una traición?
Aldric había sido mi mundo durante tanto tiempo. Lo admiraba cuando era niña, lo perseguía entre jardines y salones, convencida de que algún día me miraría como yo lo miraba a él.
A veces, cuando caminaba por los pasillos solitarios del ala norte, podía oír los pasos de mi infancia, el eco de una voz que solía hacerme reír. “Aveline, atrápame si puedes”, decía Aldric, antes de desaparecer tras una columna. Solía correr tras él con mis trenzas volando, mis lentes resbalando por la nariz y el corazón latiendo más rápido de lo que mis piernas podían seguir.
Aldric era luz, promesa, destino. O al menos lo fue.
Recuerdo una tarde en particular. Teníamos nueve y quince años, respectivamente. Él acababa de ganar una justa menor y yo, aún sin la cicatriz en mi ceja, lo esperaba en la galería con una corona de flores entre los dedos.
“Cuando crezca, te protegeré de todos”, me dijo, colocando una flor detrás de mi oreja.
Entonces creía que significaba algo. Que era especial.
Años después, sus ojos comenzaron a pasar por encima de mí como si fuera aire. Como si ya no perteneciera a su mundo. Él se volvió más alto, más fuerte, más hermoso y arrogante.
Y yo, con mis pecas, mis libros y mis silencios, me volví invisible. Pasé de ser su sombra a ser su vergüenza. No lo dijo, no entonces. Pero sus miradas lo gritaban.
Sin embargo, cuando lo encontré en mi biblioteca con aquella mujer, fue como si todas esas ilusiones se rompieran de nuevo. El amor no muere de golpe, muere en fragmentos. Pero aquel día fue el último golpe. El definitivo.
Theron, en cambio, es todo lo contrario a lo que imaginé. Hay algo en él que no encaja con lo que esperaba, y no puedo evitar compararlo.
No es como los cuentos que hablaban de enemigos de corazón oscuro. Es distante, sí. Pero nunca ha sido cruel.
Su cortesía es medida, su mirada firme, pero no juzga. No me ha llamado por apodos, no se ha burlado de mis gafas ni de mi cicatriz. Me escucha. Y eso, extrañamente, me inquieta más que todo.
No me ofrece promesas vacías. Solo una verdad silenciosa, brutal y honesta.
En sus ojos no hay dulzura, pero sí respeto. No finge quererme. No pretende agradarme.
Pero tampoco me desprecia.
Y eso me confunde más que todo lo demás.
¿Por qué un enemigo, uno que había venido con la idea de destruir mi reino, era el primero en verme sin lástima ni burla?
¿Por qué sus silencios me hacían sentir menos sola que todas las palabras que alguna vez recibí de Aldric?
Me detuve frente a una de las grandes ventanas del pasillo, dejando que la luz tenue acariciara mi rostro.
Cuando expuse mis límites, cuando le dejé claro que no era un trofeo ni una jugada estratégica, aún esperaba que reaccionara como el enemigo despiadado que había ideado en mi cabeza, pero una vez más, me sorprendió.
Cada vez que hablamos, jamás intenta imponerse, y, aun así, es firme con lo que quiere.
#369 en Otros
#65 en Novela histórica
#1122 en Novela romántica
triangulo amoroso celos traicion drama, matrimonio arreglado realeza, enemigo obsesionado
Editado: 22.05.2025