AVELINE
El sol apenas comenzaba a asomarse cuando un golpeteo suave interrumpió el silencio de mi habitación. Me incorporé con pereza, adormecida aún por los restos del sueño. Supuse que sería una doncella, quizá mi madre, o incluso Rowan.
Lo que no esperaba era verlo a él.
Theron se presentó en el umbral, apoyado contra el marco de la puerta con los brazos cruzados y con la misma expresión serena que llevaba como escudo. Aunque su armadura no estaba puesta, su presencia seguía siendo imponente, casi indomable. Sin embargo, había algo en sus ojos grises, una calma, que me desarmó.
—¿Cómo has llegado hasta aquí? —pregunté, en voz baja, cubriéndome instintivamente con la sábana. La sorpresa me hizo olvidar el protocolo por un instante.
No es que mi habitación estuviera custodiada por guardias, pero sí se encontraba en una de las alas más privadas del castillo. Era impensable que alguien ajeno a mi familia llegara hasta aquí, y mucho más que se atreviera a tocar mi puerta al amanecer.
—Tengo mis maneras —respondió con una media sonrisa. Se notaba divertido con mi reacción—. Y también un objetivo. Es nuestro último día en Avaloria. Quiero mostrarte algo. Si estás dispuesta, claro.
Me quedé en silencio. Mi corazón latía con fuerza. La manera en la que me miraba, sin rastro de burla ni arrogancia, me dejaba sin aire. Había ternura en sus palabras. Algo más, algo que aún no me atrevía a nombrar.
—No es apropiado —murmuré, apartando la mirada hacia el ventanal para evitar sus ojos—. Si alguien nos ve…
No pude evitar sonrojarme. Aunque ya me había visto en camisón unas noches atrás, en el jardín, que me viera ahora así, con tan poca ropa y en mi habitación, estando los dos solos, era todavía más inapropiado. Casi escandaloso.
—Entonces no nos verá nadie —interrumpió con suavidad, y dio un paso al interior—. A menos que tú no quieras venir.
Dudé. Por costumbre, por miedo, por esa voz interna que siempre me recordaba quién debía ser. Pero esa voz ya no mandaba sobre mí. Y lo supe en cuanto le asentí.
—No es eso —dije, con un nudo en la garganta. Lo miré, insegura, sintiendo cómo el suelo bajo mis pies temblaba ante su cercanía—. Es solo que, no estoy vestida.
Theron me observó en silencio por un instante. Sus ojos recorrieron mi figura envuelta en el camisón blanco, con una calma y un respeto que me desconcertaron.
—Puedo esperar fuera mientras te preparas —dijo con tranquilidad—. Pero no mucho. El sol no esperará por nosotros, princesa.
La forma en que pronunció “princesa” no sonó burlona ni distante. Fue suave, como si cada letra acariciara mi nombre sin necesidad de decirlo.
Asentí en silencio y él dio media vuelta sin insistir más.
—Vamos a montar a caballo —añadió antes de cerrar la puerta con una cortesía que no esperaba—. Ponte algo con lo que te sientas cómoda.
Apoyé la espalda contra la madera mientras mi pecho subía y bajaba, acelerado. Algo dentro de mí ardía, pero no era vergüenza, era curiosidad.
Algo nuevo. Algo peligroso.
Me vestí con rapidez. No elegí un vestido. Opté por unos pantalones de montar que hacía tiempo no usaba, aunque eran cómodos. Recogí mi cabello en una trenza suelta y, sin pensarlo demasiado, salí a su encuentro.
Theron me esperaba al final del pasillo, de espaldas, con los brazos cruzados sobre el pecho. Al oír mis pasos, se giró con calma y me ofreció la mano.
—¿Confías en mí? —preguntó con voz baja, pero firme.
No respondí. Solo lo miré a los ojos por un instante y puse mi mano en la suya. No lo pensé realmente, fue una reacción instintiva, más que de la razón.
El camino hacia los establos fue silencioso, pero no incómodo. Era una pausa cargada de palabras no dichas, de pensamientos que pesaban más que cualquier conversación.
Montamos a caballo —él con una destreza ruda y natural, yo siguiendo su paso— y nos alejamos del castillo. Dejamos atrás los jardines perfectamente cuidados y los muros altos que resguardaban nuestra seguridad.
No supe a dónde nos dirigíamos, hasta que lo vi.
Un claro en el bosque. Allí, bajo las sombras dispersas de los árboles, esperaba su comitiva. Hombres y mujeres de rostros endurecidos por la vida, miradas cansadas que hablaban de batallas más allá del campo de guerra. Algunos estaban heridos, otros apenas cubiertos con ropas raídas. Un par de niños se asomaban tímidamente detrás de sus madres, con ojos como brasas apagadas.
Descendí del caballo, y el silencio se volvió más denso.
Theron se volvió hacia mí, y cuando habló, su voz suave contrastó con la firmeza de su porte guerrero.
—Ellos son parte de mi pueblo. No nobles, ni soldados, solo sobrevivientes. Viajan conmigo porque no tienen a dónde regresar.
Mis ojos recorrieron los rostros frente a mí. Vi cicatrices mal cerradas. Manos incompletas. Rostros jóvenes envejecidos por el miedo y la pérdida. Una mujer con el vientre abultado me miró directo a los ojos, sin rencor, sin súplica. Solo verdad.
Y esa verdad me desarmó.
#369 en Otros
#65 en Novela histórica
#1122 en Novela romántica
triangulo amoroso celos traicion drama, matrimonio arreglado realeza, enemigo obsesionado
Editado: 22.05.2025