ALDRIC
El cuerpo desnudo de Lady Seraphine se arqueó debajo del mío con un gemido apenas contenido, las uñas marcándome la espalda como si quisiera dejar huella en mi piel. Su respiración temblorosa era música para mi ego.
—Mi príncipe —susurró entre jadeos, los labios enrojecidos y los muslos aun temblando.
Sonreí, hundiéndome una vez más en su cuerpo.
Hasta que la puerta se abrió de golpe.
—Su Majestad lo espera en la sala del consejo. Es urgente.
Me detuve en seco. Gruñí con frustración, empujándome hacia atrás sin molestia por cubrirme.
—¿Ahora? —pregunté con sorna, mirando al sirviente como si fuera una molestia.
—Ahora, mi señor. —No se atrevió a alzar la vista.
Me puse de pie sin prisa, dejando que Seraphine me observara mientras me vestía. No dijo una palabra. Sabía que no era más que una distracción.
Ninguna de ellas significaba algo.
Terminé de vestirme sin prisa, mientras ella permanecía desnuda sobre mi cama, enredada entre las sábanas como una sombra sin importancia. No hizo falta decir nada. Una sola mirada bastó para que entendiera que debía marcharse y no esperar más de mí. Sin volver la vista atrás, salí de la habitación y me dirigí a donde mi padre ya me aguardaba.
La sala del consejo del castillo de Valtaris era fría incluso bajo la luz implacable del mediodía. No por la piedra, ni por la brisa que se colaba por los ventanales, sino por la figura imponente de mi padre, sentado en su trono de roble tallado, como si fuera una extensión de su cuerpo.
Su sola presencia bastaba para helar la sangre de cualquiera. Cualquiera, menos yo.
Sus ojos afilados se clavaron en mí apenas crucé las puertas.
—Llegas tarde —gruñó sin levantar la voz. Nunca necesitaba hacerlo para imponer.
—No sabía que habías convocado una reunión urgente —respondí con desgano, dejando que el peso de mi abrigo cayera sobre el respaldo de una silla cercana—. ¿O es que hoy también te molesta mi forma de respirar?
No sonrió. No lo hacía. Nunca. Solo chasqueó la lengua y deslizó un pergamino hacia mí. Reconocí el sello de Avaloria.
—¿Qué es esto?
—La paz que se nos escapa entre los dedos —dijo Cedric con voz medida—. Reuniones entre Avaloria y Drakhar. Discretas, pero no lo suficiente. Al parecer, el viejo Lionel está considerando la rendición. A cambio de su hija.
Un silencio se instaló entre nosotros. Mi mandíbula se tensó antes de que pudiera evitarlo.
—¿Qué demonios quieres decir?
—Mis informantes aseguran que el salvaje de Drakhar ha ofrecido una tregua a cambio de que Aveline se convierta en su esposa. —Sus ojos azules, tan parecidos a los míos, chispearon con desprecio—. Y al parecer el rey Lionel no ha dicho que no.
Solté una carcajada breve, incrédula, cargada de burla.
—¿Aveline? ¿Con ese bárbaro? —Reí aún más fuerte, como si la idea no fuera más que una broma absurda—. ¿Theron la quiere como esposa? ¿En serio? Pensé que los rebeldes al menos tenían cierto sentido del gusto, aunque fuera básico.
Cedric no compartió mi humor. Su expresión se mantuvo impasible.
—No subestimes a un hombre que está ganando la guerra —replicó con frialdad—. Mis informantes aseguran que la propuesta vino directamente de Drakhar.
Fruncí el ceño, aunque la incredulidad seguía palpitando dentro de mí.
La imagen de Aveline cruzó mi mente por un fugaz instante: sus pecas dispersas, sus gafas, esa pequeña cicatriz sobre la ceja que siempre intentaba ocultar con su cabello. Había sido mi prometida desde la cuna, obediente, dócil, leal como un perro bien entrenado.
¿Ella? ¿Despertando el interés de ese bastardo de ojos grises?
Ridículo.
No, claro que no era deseo. No podía serlo. Todo era política. Estrategia. Los salvajes de Drakhar solo veían en ella una garantía. Un símbolo. Una pieza útil en su juego. Y si el hijo de su líder debía sacrificar sus propios estándares y conformarse con Aveline como esposa, sería solo eso: un sacrificio necesario para conseguir sus fines.
Nada más.
—¿Y tú te lo crees?
—Me basta con tomarlo como posibilidad. Porque si ocurre, no solo perderemos la alianza con Avaloria. La perderás a ella. Y a todo lo que representa.
Mi ceño se endureció. No me gustaban las órdenes, menos aún que me recordaran mis errores. Pero había algo en la manera en que mi padre hablaba como si ya supiera que Aveline se estaba alejando.
Como si la viera perderse. Como si fuera mía y ya no lo fuera.
—Eso es absurdo. Aunque fuera cierto, ellos nunca lo aceptarían. Ni el rey Lionel ni Rowan —repliqué, con incredulidad.
—¿Después de todo lo que tú hiciste? —preguntó Cedric con desdén, cruzando los brazos—. No seas ingenuo, Aldric. Tú arruinaste el trato más valioso que este reino tenía asegurado desde tu nacimiento. Ahora tendrás que corregirlo.
#369 en Otros
#65 en Novela histórica
#1122 en Novela romántica
triangulo amoroso celos traicion drama, matrimonio arreglado realeza, enemigo obsesionado
Editado: 22.05.2025