El enemigo de mi corazón

Capítulo 19: Espías y Traiciones

theron

El eco de nuestros pasos sobre la piedra pareció anunciar una tormenta antes de que siquiera llegáramos al vestíbulo principal.

Guardias. Criados. Nobles susurrando entre sí como aves carroñeras que ya olían sangre. El rumor de nuestra llegada había corrido más rápido que el sol poniente, y no me sorprendió que, al cruzar el umbral del castillo, los ojos cayeran sobre nosotros como cuchillas.

El portón principal del castillo se alzó como una herida abierta. Las antorchas ya estaban encendidas cuando cruzamos la muralla, y el aire olía a hierro, miedo y rumores.

Los guardias nos vieron aparecer desde la oscuridad, con las ropas manchadas de tierra y el paso firme, pero lento.

Aveline caminaba a mi lado, aún envuelta en mi capa. Su vestido estaba rasgado por los arbustos del bosque, su cabello despeinado, su mano vendada con un trozo de tela arrancado de su falda.

Y, sin embargo, su porte era el de una reina.

Las puertas apenas se abrieron cuando el caos se desató.

¡Es la princesa!

¡Alerta, regresaron!

¡Que avisen al rey!

La multitud se arremolinó en el vestíbulo. Nobles, soldados, sirvientes, todos murmuraban, señalaban, retrocedían con incredulidad.

Pero no fue hasta ver su silueta avanzando entre la multitud que supe que la noche sería larga.

Aldric.

Se abría paso como una tormenta, empujando sin cuidado a quienes no se apartaban. Venía hacia nosotros con el rostro contraído, los labios apretados y una furia apenas contenida en cada paso.

Llevaba aún el uniforme del baile, pero sin el broche real. Lo había arrancado. Lo noté de inmediato. Un gesto sutil, pero elocuente. El rostro encendido de rabia y algo más.

Se detuvo en seco al vernos. Aveline, a mi lado. Mi mano aún cerca de su espalda. Su mirada yendo directamente al trozo de tela anudado con torpeza alrededor de su mano.

—¿Qué ha pasado? —preguntó, pero su tono no era de preocupación.

Era un reclamo.

Aveline abrió la boca, adelantándose.

—Nada grave — respondió.

El silencio fue un filo cortante.

—¿Dónde estaban? —soltó, sin dirigirse a nadie en particular, pero su mirada estaba clavada en mí.

Aveline dio un paso al frente.

—Huyendo de una emboscada —respondió con firmeza—. En el baile, dentro del castillo. No teníamos otra opción que escapar.

—¿Y te pareció buena idea irte al bosque con él?

Sus palabras cayeron como piedras. No era preocupación. Era celos. Heridos. Venenosos.

Me adelanté.

—La protegí cuando nadie más lo hizo —dije con voz controlada—. Ni tú, ni tus guardias, ni los que se llaman leales a esta corona la protegieron cuando comenzaron los ataques.

El cobarde azul dio un paso hacia mí.

—No te atrevas a hablar como si fueras parte de esta corte —masculló, acercándose un paso más—. No eres más que un trato político. Un hombre que finge lealtad mientras calcula su próximo movimiento.

Su rostro estaba a centímetros del mío. La tensión era tan aguda que podía sentirla como un hilo de acero entre nosotros.

—¿Y tú qué eres, príncipe cobarde? ¿Un hombre que abandona a la princesa para coquetear con nobles mientras ella es atacada?

Sus ojos brillaron con rabia. Me empujó.

Yo no me moví.

—No tienes derecho a hablarme así.

—Tampoco tengo la obligación de callar cuando veo lo evidente.

—¡Tú no eres más que un enviado de los rebeldes! ¿Y pretendes que confíe en que la protegiste?

—¿Lo dudas? —pregunté sin levantar la voz—. ¿Acaso no la ves viva? Aquí. De pie.

El idiota de sangre real me ignoró por completo y se volvió hacia ella.

—¿Qué estabas pensando?

Aveline se interpuso con rapidez, esta vez con una firmeza que enmudeció a todos.

—¡Basta! —exclamó, la voz más fuerte de lo que había imaginado—. No estoy herida por su culpa, Aldric. De hecho, estoy aquí gracias a él. ¿O acaso eso también vas a reprochármelo?

El silencio que siguió fue brutal.

Ese idiota la miró, desconcertado. Como si recién entendiera que ya no tenía el control de la situación. De ella.

Pareció vacilar. Su mirada se nubló. Un instante. Luego apretó la mandíbula.

—Hablaremos con el rey —dijo en tono seco, tajante, y dio un paso hacia Aveline para tomar su brazo.

—No —gruñí, adelantándome con rapidez.

Él se giró, fulminándome con la mirada.

—¿Qué dijiste?

—Dije que no irás solo con ella. Si quieres hablar con el rey, hazlo tú. Pero Aveline no se moverá de mi lado hasta que yo lo permita.




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