El enemigo de mi corazón

Capítulo 20: Entre Dos Fuegos

aveline

La noche había caído pesada, como un manto oscuro que no traía descanso. Mi cuerpo estaba agotado, mi mente aún más. Después del caos, la tensión, las palabras que aún ardían en mi piel, lo único que deseaba era silencio.

Solo eso. Un poco de silencio.

Theron apareció cuando el castillo dormía. No lo vi llegar, pero cuando llamó suavemente a mi puerta, lo dejé entrar. Su presencia llenó la habitación como un suspiro contenido.

Tragué saliva. La noche era espesa, pero su voz era un ancla. No supliqué. No discutí. Solo deje que se quedara.

Me giré en la cama, dándole la espalda, pero sabiendo que estaba ahí. Escuché el leve crujido del sillón cuando se sentó. El sonido de su respiración, constante.

Dormí.

Y cuando el alba se asomó apenas, suave y tímida, como si temiera irrumpir en ese momento extraño que compartíamos, abrí los ojos.

Él ya estaba despierto.

Sentado en el sillón, con los codos apoyados en las rodillas, los ojos fijos en mí.

No como alguien que espía o vigila. Sino como alguien que observa un enigma, un cuadro que aún no termina de descifrar. Su expresión no era fría. Tampoco suave. Era intensa. Pura.

—¿Dormiste algo? —pregunté, con la voz rasposa por el sueño.

—Lo suficiente —respondió sin apartar la mirada.

Quise preguntarle por qué no se acercó más. Por qué eligió quedarse ahí, en silencio, como un centinela.

Pero algo en sus ojos me hizo callar. Tal vez porque no necesitaba decirlo. Porque el hecho de que estuviera ahí ya lo decía todo.

—Gracias —susurré, y fue lo único que pude darle.

Theron se levantó con lentitud, y por un segundo pensé que se iría. Pero solo se acercó a la ventana, corrió un poco la cortina y dejó entrar el primer rayo de luz. El amanecer pintaba la habitación con tonos dorados, suaves, cálidos. Casi irreales.

Lo observé en silencio, con una gratitud cálida, con el corazón latiendo sereno, distinto. No sabía cómo explicarlo, pero me había gustado que se quedara ahí. Sin más. Sin buscar algo íntimo. Sin tocarme. Sin pedirme nada. Sin forzarme a nada. Solo para cuidarme. Solo para estar. Solo presencia. Protección. Silencio compartido.

Y eso me conmovió más que cualquier palabra.

No me sentí observada. Me sentí cuidada. Y en un mundo donde tantos buscaban poseer, fue un alivio descubrir a alguien que solo quería estar.

Él se giró hacia mí una última vez, y en sus ojos encontré la misma intensidad de la noche anterior, pero matizada por algo más ¿ternura? No, no exactamente.

Era algo más crudo, más real. Respeto, quizá. Cuidado.

Tragué saliva antes de hablar.

—Theron, debes irte —dije con suavidad—. Si alguien te ve saliendo de aquí, no importará la verdad. Las habladurías serán crueles y mi padre ya tiene suficientes preocupaciones.

Se giró despacio, con la mandíbula tensa. Sus ojos grises se clavaron en mí como si no le gustara esa idea. Como si irse fuera una especie de traición silenciosa.

—Nadie deberían hablar de lo que no saben —murmuró, sin moverse.

Asentí, con una punzada de tristeza inesperada.

—Lo sé —dije—. Pero igual lo harán.

Theron me sostuvo la mirada por un largo instante, como si sopesara la situación. Luego, sin decir más, caminó hacia la puerta.

Antes de salir, se detuvo. No se volvió del todo, pero su voz fue baja, firme cargada de una intensidad que me erizó la piel.

—Si vuelves a necesitarme, vendré —dijo—. No me importa quién hable o quién lo vea.

—Gracias… por no haber cruzado la línea.

Sus labios se curvaron, no en una sonrisa, pero sí en algo parecido a satisfacción.

—Nunca haría algo que no quisieras.

Y sin esperar más, se deslizó fuera de la habitación.

La puerta se cerró tras él con un susurro leve. Pero el peso de sus palabras se quedó conmigo como una promesa que no pedí, pero que ya no sabía si quería rechazar.

Me quedé ahí, sola, con las sábanas aún cálidas y el corazón latiendo de una forma nueva.

No entendía lo que estaba sintiendo, pero después de mucho tiempo no quería entenderlo. Solo sentirlo.

Me quedé mirando la puerta cerrada por unos minutos más, como si con eso pudiera retener un poco del calor que él dejó atrás.

Theron no había intentado besarme. No se acercó a mi cama, no me susurró promesas, ni siquiera intentó consolarme con palabras vacías. Se limitó a estar. A quedarse, en silencio, como un guardián silencioso en medio de mi noche más vulnerable.

Y eso significó más de lo que cualquier otro podría entender.

Me levanté y me vestí sin prisa, todavía envuelta en la sensación de su presencia. Pero al salir de mi habitación, la realidad cayó sobre mí como un velo helado.




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