El enemigo de mi corazón

Capítulo 21: Al Límite

aveline

Sus palabras me desarmaron, como siempre lo hacían. Nuestros cuerpos estaban peligrosamente cerca, en medio del castillo, donde cualquiera podía vernos. Teníamos que irnos de allí.

Ya había soportado suficientes miradas inquisitivas, suficientes palabras cargadas de veneno por un solo día. No podía seguir dando motivos a una corte que solo buscaba destruirme.

Necesitaba aire. Y privacidad.

La biblioteca siempre había sido mi refugio. Un santuario de palabras donde podía perderme, esconderme del mundo, de sus juicios, de sus expectativas. Era el único lugar del castillo donde podía respirar sin sentirme observada, donde los libros no se burlaban de mis pecas, ni de mis lentes, ni de la cicatriz que marcaba mi rostro.

Irónicamente, también fue el lugar donde mi corazón se rompió por primera vez. Donde vi a Aldric engañándome, donde lo escuché decir que yo era fea. Que jamás podría desearme. Donde lo oí reír con otra mujer, su voz deslizándose entre susurros cargados de deseo y desprecio.

Y, sin embargo, ahora estaba de regreso. El eco de mis pasos junto a los de Theron resonaba en los pasillos. Caminábamos en silencio, cada uno atrapado en pensamientos propios, hasta que llegamos ante la gran puerta de roble.

Tomé aire.

Theron se detuvo a mi lado, observando la imponente entrada como si pudiera leer en ella lo que yo sentía.

—¿Estás segura de que quieres hablar aquí? —preguntó con voz grave.

Asentí sin mirarlo. Su presencia bastaba. Me anclaba.

—Aquí fue donde todo se rompió, pero también quiero que sea donde algo termine bien, por una vez.

Él no respondió. No tenía que hacerlo. Su silencio lo decía todo: no quería irse.

Empujé las puertas dobles de roble y sentí el aroma familiar de libros antiguos, madera encerada y tinta. La habitación estaba vacía, silenciosa, cómplice.

Me acerqué a la misma mesa donde vi a Aldric, años atrás, hojeando un tratado militar. La misma donde lo vi con aquella mujer.

—Te vas en unas horas —dije finalmente, cruzando los brazos, tratando de no temblar.

—Debo regresar —respondió él—. La mayor parte de la comitiva se fue con mi padre y políticamente ya no tengo motivos para estar aquí.

Quise decir algo más, pero las palabras se quedaron atrapadas en mi garganta. Lo miré, intentando leer algo en su rostro, algo que me explicara por qué esta despedida me dolía más de lo que jamás habría imaginado.

No entendía lo que sentía. No era amor o tal vez sí. No era deseo, aunque lo había sentido. Era algo más profundo, más confuso.

Jamás pensé que me dolería despedirme de un enemigo. Pero Theron ya no lo era. No después de sus palabras en el bosque, no después de su respeto, de su protección, de sus silencios compartidos.

Habíamos dormido bajo el mismo cielo, entre hojas y ramas. Lo había visto encender fuego con manos firmes y apartar espinas de mi camino sin esperar agradecimientos.

En el castillo, su presencia se convirtió en un refugio inesperado.

Me había tocado, sí, con manos cálidas y seguras. Me había hecho sentir deseada, pero jamás invadida. Nunca cruzó el límite que yo no le permitiera.

Y eso, para una mujer como yo, lo significaba todo.

Me odiaba por sentirme así. Porque su partida me arrancaba algo que ni siquiera sabía que tenía.

Theron desvió la mirada, como si quisiera ahorrarme el dolor de su partida. Pero ya era tarde. Estaba en mi pecho, en mi garganta, en cada rincón de mí que no sabía cómo volver a respirar si él se iba.

—Entonces, supongo que esto es una despedida —murmuré, aunque lo odiaba.

Odiaba que todo lo nuestro, todo lo vivido, se redujera a eso: una salida silenciosa, una sombra alejándose sin hacer ruido, como si nunca hubiera ardido.

Él asintió, pero su mandíbula se tensó.

—No tiene por qué serlo —dijo en voz baja—. Pero si lo deseas así, lo respetaré.

Su respeto. Siempre su maldito respeto. Era lo que más admiraba de él y, al mismo tiempo, lo que más me rompía en ese instante.

No intentaba romper las reglas, ni cruzar límites. No me suplicaba, no me forzaba. Solo me ofrecía libertad. Y esa libertad, era justo lo que pensaba tomar ahora.

Di un paso hacia él. Después otro. Y cuando estuve lo suficientemente cerca como para sentir su aliento mezclarse con el mío, el mundo se encogió a esa distancia entre nuestros cuerpos. A ese abismo invisible que se sostenía solo por orgullo.

—No lo deseo así —susurré.

Y entonces lo besé.

Como si ese beso fuera mi única forma de retenerlo. Aunque solo fuera por un instante más.

No pensé, no razoné. Solo lo sentí. El impulso brotó desde lo más profundo de mi pecho, de ese rincón herido que ya no quería fingir indiferencia.

Mis labios buscaron los suyos con todas las emociones que había intentado esconder tras mi voz firme y mi espalda erguida.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.