El enemigo de mi corazón

Epilogo

aveline

El invierno en Valtaris no perdona, no es solo un clima. Es un arma. Un recordatorio constante de que estoy lejos de casa, lejos de todo lo que conozco… lejos de él.

Incluso dentro de las gruesas paredes de este palacio, el frío se cuela por las rendijas como si buscara recordarme que no pertenezco aquí.

Afuera, la nieve cubre los jardines con un manto perfecto, blanco e inmaculado, como si todo lo ocurrido en los últimos días no fuera más que una ilusión.

Pero yo sé que no lo fue.

Han pasado apenas unos días desde la boda… desde que mi destino quedó sellado en este lugar. Días en los que mi mundo cambió por completo. Y, aun así, me parece que han pasado años.

No he visto a Rowan desde aquella noche, y mucho menos a Theron.

Desapareció de mi vista… pero no de mi mente.

Mi corazón late dolorosamente solo al pensar en él, como si todavía pudiera sentir la fuerza de su mirada atravesando cada muro entre nosotros.

A veces, mientras camino por los pasillos silenciosos, me sorprendo buscando su silueta entre las sombras.

Es inútil, y lo sé.

Él no está aquí.

No sé dónde, no sé qué hace, pero sí sé una cosa: no ha terminado.

Theron no es el tipo de hombre que se retira.

Las doncellas me observan en silencio cuando me detengo frente a las ventanas.

Supongo que se preguntan qué veo allí afuera, cuando lo único que se extiende ante mis ojos es una ciudad cubierta de hielo, chimeneas humeantes y calles estrechas.

Lo que ellas no entienden es que yo no busco la vista… busco un recuerdo. Busco el eco de un juramento que él me hizo en voz baja, un juramento que se grabó en mí más profundamente que cualquier anillo.

La corte valtaria me observa como si fuera un trofeo. Sonríen con la boca, pero sus ojos calculan. Miden mis gestos, mis palabras, mis pasos. No soy una esposa, soy una pieza en un tablero de poder.

El rey me evalúa como si pudiera moldearme a su conveniencia, como si fuera una pieza que debe encajar en su tablero político, y el hombre que ahora llaman mi esposo me trata con una condescendencia que asfixia. Él sabe que no lo amo, y en cierto modo parece importarle.

Yo también sé fingir. Sonrío cuando debo. Asiento en silencio. Camino con la cabeza erguida. Porque no hay otra opción. Porque mostrar debilidad sería darle a todos la confirmación de que soy la extranjera que nunca se adaptará.

Les dejo creer que me adapto, que su hielo me ha domesticado. Lo que no saben es que, bajo esta calma aparente, arde algo que ningún invierno podrá extinguir.

Recuerdo mi último encuentro con Theron, en mi biblioteca, la última vez que lo vi. Recuerdo la intensidad de su mirada, la forma en que me acarició la mejilla como si estuviera memorizando cada detalle, la urgencia de su voz cuando me dijo que nada —ni reyes, ni promesas, ni ejércitos— lo alejaría de mí.

En ese momento, quise creerle. Ahora… necesito creerle.

No hubo un “adiós” entre nosotros. Solo un silencio cargado de promesas, una tensión que no se rompió ni cuando nos apartamos de los brazos del otro.

Quizá me aferro a una ilusión. Quizá me engaño para no caer en la desesperación. Pero hay algo en mí —esa misma chispa que me hizo enfrentar al príncipe cuando me humilló, que me hizo resistir el desprecio de su corte— que me dice que mi historia con Theron no ha concluido.

Al contrario… apenas comienza.

En las noches, cuando el silencio me rodea, cierro los ojos y vuelvo a Avaloria.

Siento el viento tibio de sus colinas, el olor de los establos, la calidez de mi hogar… y en medio de todo, su voz.

Theron. Siempre Theron.

Su nombre arde en mí como una llama imposible de apagar, incluso cuando trato de sofocarla.

No puedo evitar pensar si él sabe lo que sucede aquí. Si ha oído las murmuraciones de los sirvientes, los planes de alianzas, las tensiones que hierven bajo la superficie.

Si sabe que Valtaris no es solo una jaula dorada… sino también un campo de batalla. Uno silencioso, donde las guerras no se libran con espadas, sino con sonrisas envenenadas y promesas que esconden amenazas.

Cada palabra en la mesa real es un movimiento en una partida peligrosa. Y yo… yo me he convertido en una de las piezas más codiciadas. No solo por lo que represento para Avaloria, sino porque Theron me convirtió en algo más: en un premio que nadie más debería tocar.

A veces me pregunto qué estará haciendo. Si ya planea una entrada, una ruptura, una declaración que incendie este reino. Si se arriesgará a venir. Si ya está planeando algo más grande.

Y entonces, sin querer, sonrío. Porque en el fondo, sé la respuesta. Recuerdo quién es él: un hombre que no pide permiso. Un hombre que toma lo que quiere. Y lo que quiere… soy yo.

Me aterra lo que eso significa y al mismo tiempo, me aferro a ello. Porque esa obsesión suya es lo único que me mantiene firme. Me lo dijo una vez, con esa intensidad que me quemaba por dentro: que no me dejaría. Que rompería reinos antes de soltarme. Y aunque aquí, en esta prisión de hielo, parezca imposible, sé que lo hará.




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