El Engaño

Tienes que hacer lo que tienes que hacer

—Vamos chicos —comentó el señor Esperanto desde la cocina de su negocio—, que si no se apuran vamos a salir tarde. Es más, para no aburrirnos, vamos a hacerlo al ritmo de la música.

Paolo encendió un radio de baterías y comenzó a bailar música norteña. En una situación así muchos adolescentes sentirían vergüenza de ver a su padre bailar de esa forma delante de sus amigos, pero en el caso de Marcela había una excepción; era de noche, habían tenido un día muy pesado y aun faltaba concluir con el cierre y esperar a que el transporte llegase a recogerlos.

Un poco de diversión como éste parecía algo justo.

—Oye Marce —comentó Poncho—, tu papá me agrada, pero tiene un pésimo gusto por la música, ¿acaso no le interesará escuchar algo más simple como reggaetón o rock?

—Sí, pero dice que no le gusta, que le agrada más la música relacionada con este país.

—Entonces debería familiarizarse, porque como yo veo, si Rick no hubiese descansado esta noche, tu padre estaría saliendo en un video en internet, a más tardar, mañana.

—Eso sí, pero recuerda lo que le podría costar.

—Tienes razón, pero debes de admitir que baila bien.

1:00 AM.

Todavía faltaba lavar los platos, sacar toda la basura, hacer el inventario de la bodega y, además, esperar a que Paolo terminara con los cortes de las registradoras e hiciese el conteo de las horas laborales; una actividad fácil de realizar para cualquier persona excepto para Marcela.

Ella había estado activa desde las 6:00 AM empleando gran parte de su tiempo a lo que eran sus tareas y compromisos escolares, sin contar las horas que le dedicó al fotocopiado de los exámenes y a la inesperada muerte de Amanda; para muchos jóvenes una vida así sería pesada, pero en el caso de Marcela solo era una situación en la que se vio involucrada desde el día que su madre falleció y hasta el día de hoy no había logrado escapar.

"Ojala mamá no hubiese muerto en ese accidente", era lo único que pasaba por su mente, "ella me permitiría tomar un descanso".

—Y por cierto ¿en dónde está Marcos? —preguntó Marcela— acuérdate que hoy es su turno de lavar los platos.

—Está sentado en el comedor —contestó Poncho.

—¿Y qué está haciendo ahí?

—Descansando; le pidió permiso a Paolo para tomar su hora de comida en la noche y le dijo que sí.

—¡No puede ser! —Marcela salió de la cocina muy molesta y se dirigió al comedor sin pensar en cómo reaccionaría—. ¡Marcos! ¡Marcos...!

—¿Qué...? —contestó un joven corpulento, desde su asiento.

—Deja de andar fumando hierba y ponte a trabajar; tienes que lavar los platos.

—Está bien, no te enojes, solo deja que se acabe la canción...

—¡O lo haces ahora o arrojo tu MP3 a la tarja, como lo hice con tu celular! ¿Entendiste?

—¡Sí!

—Muy bien, ahora... ¡Ve a trabajar!

En una noche como esa, pedirle a Marcos, una persona de edad adulta que dedicaba la mayor parte de sus descansos en fumar marihuana o consumir drogas dentro de las aéreas laborales, que hiciera su trabajo, era equivalente a pedirle peras al olmo.

Y lo peor de todo era que Marcela nunca comprendió el porqué... ¿Por qué su padre permitía que un hombre consumiera drogas dentro de un área de alimentos?

¿Acaso no le importaban las políticas de salubridad o los letreros que decían "NO FUMAR"?

—Vamos Marce —comentó Marcos—, no seas así; ¿acaso no quieres que te consiga una buena?

—¡Ve a lavar los platos si no quieres que te denuncie por meter drogas a este establecimiento!

—Uy, está bien. ¡Qué genio!

Marcela no estaba de humor como para escuchar el típico: "yo solo soy consumidor" como excusa, ya que no le serviría de nada. Marcos ya había sido detenido en varias ocasiones por fumar hierba en parques municipales centros comerciales y sí lo detenían una vez más podría ir a la cárcel.

Una castigo injusto a cambio de no lavar tres hileras de platos.

—No olvides llenar la tarja hasta donde indica la raya... ¡Eso es! Ahora, que no se te olvide quitarte el...

—Ya lo sé, Marcela, no me lo tienes que recordar; pues, ¿por quién me tomas?

—Por un marihuano de veintiseis años que todavía vive con su madre; ahora... ¡ponte a trabajar...!

Marcela tenía muchos motivos para trabajar en ese negocio y una de ella era su padre; si ella no se encargaba de dar órdenes estrictas, nadie lo haría.

—Trata de no romper los platos, iré a revisar tú trabajo en una hora...

Tener que obedecer las órdenes de una supervisora joven como Marcela, era algo que a Marcos no le tenía conforme; él ni siquiera se sentía a gusto trabajando ahí, siendo que la razón por la que hacía era porque su madre estaba harta de verlo todo el día en la casa viendo televisión y jugando videojuegos.



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Editado: 20.03.2018

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