César
Respiré profundo y abrí la puerta, me quedé quieto admirando la cabellera rubia que caía como una preciosa cortina sobre la espalda de Xilonem.
Ella pasó su mano y lo sujetó para dejarlo en una cola alta, sacudí la cabeza y termine de entrar.
— Buenos días — ella se dio la vuelta.
— Buenos días César — fije mi mirada en el bolso que tenía sobre la camilla.
— ¿estás lista? — ella asintió.
— Ya traerán al bebé — se sentó en la camilla — ¿dónde vivimos César?
— Por el momento en la casa de León — tocaba por aquí y por allá.
— ¿siempre hemos vivido ahí?
— No, vivimos en la Isla de Capri — pegue mi espalda en la pared y la miré mientras ella pasaba su mano por su cabello.
— no tengo recuerdos y ¿dónde estamos ahora?
— en Florencia — por primera vez me acerqué a ella, sentí un peso en mi corazón al verla encogida en la camilla — ¿te sientes bien?
Xilonem levantó su mirada y los tenía vidriosos, di un paso hacia atrás al verla vulnerable.
— ¿qué nos pasó César? — pasé la mano por mi cabello ¿qué decirle? ¿Cómo explicarle que estaba viviendo una vida que no era la suya? Eso mataría a papá y Rafaello quedaría desprotegido — dime por favor.
La miré y ella se había puesto de pie, camino hacia mí pero no lo suficiente, entre nosotros había una distancia prudencial.
— No te preocupes, tú y Rafaello estarán bien — ella dio un paso hacia mí y sujetó mi camisa.
— ¿eso es todo? ¿Es la vida que le daremos a nuestro hijo? Unos padres que no se hablan, tú no me soportas, no lo disimulas.
— sigo afectado por el accidente — cerré los ojos, cuando los abrí por primera vez miré a Xilonem al rostro, sus ojos eran muy expresivos y hablaban de dolor, sentí pena por ella y al mismo tiempo culpa, todo el mes que ella estuvo hospitalizada sólo una vez la visité, cuando despertó igual la visité poco. Ella estaba sola en el mundo con Rafaello mientras no recordará su pasado.
La culpa era un peso grande en mi corazón, el resentimiento me había estado cegando todo esto tiempo y no me había detenido a pensar que ella estaba sola.
— César — una lágrima rodó por su mejilla — no quiero que mi hijo sufra, si es necesario deberíamos considerar separarnos... — acerqué mi dedo y seque su lágrima.
— Dame tiempo Xi...Lana — ella me miraba — sólo debo superar el accidente.
— ¿es por tu padre que no es opción la separación? — la miré con sorpresa porque era una mujer muy intuitiva.
— en cierta forma lo es pero también por ti, no recuerdas nada, no conoces Florencia.
— quizás lo conozco, pero debo tener familia, quizás me quedé con ellos y así pensamos nuestro futuro.
— No la tienes — desvié la mirada ya que Lana no tenía familia, ella estaba sola.
— Estoy sola — llevó sus manos a su rostro.
— No — me acerqué a ella y puse mi mano en su hombro —tienes a Rafaello y... — suspiré, no podía abandonarla, desde el día que la recogí en la calle esa noche ella se había vuelto mi responsabilidad pero hasta este momento lo había recordado — a mí, me tienes a mí.
Ella quito sus manos y su rostro estaba manchado por las lágrimas.
— nunca me he sentido tan sola como estos días en el hospital, sólo la compañía de doña Mercedes no permitía que me volviera loca entre estas cuatro paredes.
— Lo siento — ella secó sus párpados y sus mejillas. La puerta se abrió con la llegada de la enfermera y tía Mercedes con Rafaello entre sus brazos.
— oh, ya llegaste César, ya podemos irnos, el bebé está bien y Lana. Tengo la documentación de Lana en el bolso y la de Rafaello, sólo debes pasar por recepción cancelando la factura César.
Mi mirada estaba fija en Xilonem quién su rostro cambio y se iluminó cuando vio el bultito envuelto en las sábanas, caminó y con cuidado lo destapó, Rafaello dormía, ella besó su mejilla y suavemente lo tomo entre sus brazos, la imagen era muy tierna.
Editado: 30.04.2018