El enigma de la Quimera [libro 1]

CAPÍTULO 2

Los gritos externos lograban escucharse en el interior del tribunal, eran claros, unísono: “¡Muerte al maldito, al paredón!”.

Las personas en el exterior empujaban a los policías, pasando hasta por encima de ellos. Eran una masa enfurecida que ni siquiera los antimotines lograban detenerlos. Tiraban gases, disparaban a la población, pero las personas se defendían y en muchedumbre se abalanzaban contra los servidores públicos, estripándolos contra las columnas y las paredes.

Era inevitable, el pueblo se tomaría el tribunal ante el dictamen corrupto que se había dado.

Bryan decidió que era su momento esperado. Se levantó de la banca de madera con las manos sumergidas en su abrigo y caminó despacio hacia el pasillo central. La sala fue llenándose de un silencio paulatino y todos los ojos se concentraron en él, a la expectativa de qué iba a hacer.

—Bryan, ¿ya te vas? —preguntó el abogado al verlo acomodarse el abrigo, decidió seguirlo, temiendo por su reacción.

Bryan seguía observando al anciano Alonso Kay que estaba carcajeando y con ojos dichosos por su dulce y gran victoria, lo veía fijamente como una fiera a la espera de que su presa lo entretuviera antes de devorarla.

—Parece que estás muy complacido por haber ganado —dijo Bryan con voz lo suficientemente alta como para que el hombre al otro lado de la sala pudiera escucharlo.

El silencio se volvió abrumador y acalorado.

—Puede que la justicia de este mundo te haya protegido —siguió diciendo Bryan—. Pero en los planetas que he podido conocer jamás dejarían con vida a un hombre que ha cometido delitos tan viles y cobardes como los tuyos. —Estiró su brazo derecho en dirección al anciano y lo empuñó, como si sostuviera una pistola.

Alonso Kay seguía manteniendo su sonrisa de victoria, de hecho, le encantaba que Bryan le hablara sobre lo injusto que era que él estuviera ganando y todos pudieran presenciarlo, era un recordatorio mundial sobre el poder que tenía en sus manos: era intocable. Pero de repente presintió que algo no estaba bien, así que su sonrisa se fue borrando de a poco. Vio a Bryan estirar su brazo, como si sujetara algo que a sus ojos no se podía ver. Por un momento quiso reír, pues creyó que Bryan Domán ya había perdido la cordura.

Y entonces, la mano que Bryan había estirado fue cubierta por un humo negro y espeso, para después desaparecer a los segundos, revelando que él ahora sostenía una pistola con firmeza. Y así fue como creyó que tal vez el loco era él, pues, ¿cómo podía aparecer en la mano de Bryan un arma que segundos antes no tenía? Todos en la sala comenzaron a gritar del espanto y la sorpresa, lo que le informó que no era el único que había visto tal hazaña.

—¡Alonso Kay, en este momento serás juzgado por tus delitos! —declaró Bryan—, ¡las dimensiones no terrenales te declaran culpable y eres sentenciado a muerte!

Y antes de que los guardias pudieran reaccionar, Bryan Domán empezó a dispararle al anciano justo en el pecho.

Cuando dos guardias se lanzaron sobre él y le arrebataron la pistola, el magnate Alonso Kay había sido derribado con seis impactos de bala.

El guardia que sostenía la pistola se horrorizó cuando la vio volverse polvo negro entre sus manos, dejando sus dedos cubiertos por una mancha oscura. Soltó un grito de espanto, para después caer de espaldas e intentar correr, con todos los pelos de punta.

Y no fue el único, los guardias que apresaban a Bryan al ver el arma desintegrarse como polvo, lo soltaron como si el joven ardiera y temieran quemarse.

La sala estalló en gritos y una histeria colectiva cuando las puertas fueron derribadas y una gran muchedumbre entró alzada en armas, enfrentándose con los policías y guardias que por la sorpresa cayeron abatidos en cuestión de segundos. Los civiles armados comenzaron a dispararle a todo aquel que reconocieran como los famosos políticos corruptos, fiscales, abogados y jurados.

Entre la multitud alguien que conocía al juez logró verlo a la lejanía, escapando rodeado de su anillo de seguridad, lo señaló y empezó a gritar: “¡El juez se escapa!, ¡se escapa el juez!” Y fue cuestión de segundos para que las ráfagas de bala abatieran al juez y su séquito de guardaespaldas.

Los jurados y fiscales gritaban, intentando pedir ayuda, pero cayeron como moscas muertas, creando charcos de sangre. Uno por uno iba cayendo, ni siquiera los policías lograron salvarse de la masacre que se había creado por la muchedumbre enfurecida.

El suelo retumbaba. En un principio Bryan no lograba comprender lo que sucedía a su alrededor, era demasiado caos y su mente no lograba procesarlo. Después, comprendió que el suelo retumbaba por las detonaciones de las bombas que eran explotadas en el exterior.

Fue tomado de un brazo por un hombre grande y robusto que lo escurrió entre la multitud que intentaba escapar de las balas.

—¡Aquí está, aquí está! —gritaba el hombre—. ¡Sigue con vida, sigue con vida!

Esa tarde, después de la transmisión en vivo donde Bryan Domán materializó una pistola y asesinó al magnate farmacéutico, la humanidad se alzó en armas en contra de los gobiernos que los regían. Las palabras que declaró Bryan que fueron transmitidas por televisión y escuchadas por millones de personas, fueron una luz verde para comenzar la guerra civil que desde hacía años atrás se había estado orquestando desde las sombras; la muerte de la científica Jensen Riau Darmy que se había ganado en esos tiempos el cariño de toda una generación fue la excusa perfecta para por fin desestabilizar el orden mundial.




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