El enigma de la Quimera [libro 1]

Vocación

No era un niño normal.

No se sentía como un humano. No era un humano común como sus padres.

Cuando tuvo que ir por primera vez a la escuela, entendió que era incapaz de encajar en la sociedad y que tenía un grave problema en el interior de su ser.

Era mejor sentarse en una esquina cuando estaba en el colegio, en un bordillo de unos escalones, donde se sentía invisible. Leila, su madre, antes de dejarlo solo se agachó hasta quedar a su altura y le dijo que todo estaría bien, que en la escuela se divertiría como lo hacía en el hospital pediátrico. Adem no le dijo palabra alguna, pero para ella eso era normal, hacía meses que su hijo no hablaba, al menos, no con ella.

Las clases fueron fáciles para el niño, siempre estaba ocupado y los docentes le colocaban tareas, así que podía ser uno más del montón. Pero ahora estaba solo en el patio del gigantesco colegio, veía a los grupos de pequeñines jugar y gritar de emoción.

Dos días atrás, cuando a Adem le informaron que debía comenzar a ir a clases, lloró a gritos, implorando; fue la única vez que habló, dirigiéndose a su padre.

—Por favor, quiero estar con ella, quiero verla.

—¿A quién? —preguntó el hombre.

Adem no supo qué responder y detuvo su llanto, sintiéndose confundido y desorientado.

Extrañaba a alguien, pero no sabía a quién. Tenía recuerdos nublosos, la silueta de una joven de vestido rojo acercarse a él, pero aquel recuerdo después se fragmentaba, como un espejo roto.

—Hey, rarito —escuchó que lo llamaron.

Adem alzó la mirada y sus ojos grises azulados encontraron a un niño pelirrojo de aproximadamente ocho años que sostenía en sus manos una pelota roja. Estaba rodeado de cuatro niños más que le veían de forma despectiva, como si Adem tuviera algo extraño en su rostro.

—¿Qué quieres? —preguntó Adem.

El pelirrojo abrió sus ojos en gran manera, después desplegó una sonrisa ladina.

—¿Es cierto que tu mamá cocina humanos en su restaurante? —preguntó con tono burlón.

Adem apretó la mandíbula con fuerza. El cielo esa mañana estaba más nublado de lo normal y retumbaba, como si en su interior hubiese toda una orquesta con tambores.

—Lárgate —gruñó Adem.

—¿Qué te pasa, rarito? —soltó el pelirrojo, ahora enojado—. ¿Te crees muy valiente? —Se acercó a Adem e intentó tomarlo del cabello, pero éste fue más rápido y lo sujetó del brazo con fuerza.

—Te dije que me dejaras en paz —gruñó Adem y se levantó desafiante del escalón de cemento.

Los pequeños detrás del pelirrojo comenzaron a retroceder llenos de miedo. El niño intentó defenderse lanzándole la pelota a Adem al rostro y así soltarse de su agarre, pero éste la esquivó, haciendo un rápido movimiento para después hacerle una llave y lanzar a su contrincante al suelo de forma brusca.

Los demás niños que jugaban en el patio del sector de primaria se acercaron a ver lo que ahora era una pelea. Los rodearon haciendo un círculo y comenzaron a gritar eufóricos.

Adem estaba encima del pelirrojo y le daba fuertes golpes en el rostro. Sintió que lo cargaron en el aire y lo apartaron de la muchedumbre. Intentaba soltarse, pero la voz de un adulto le pedía que se tranquilizara.

Notó las caras de euforia de los infantes que observaban admirados cómo había dejado el rostro lleno de sangre del pelirrojo. Aparte de ellos otros profesores le veían con miradas aterradas. Lo dejaron en el suelo, jadeando y con las manos llenas de sangre.

—¿Cuándo le enseñaron a su hijo artes marciales? —preguntó la directora a la pareja.

—¿Qué? —soltó Roben sin poder creerlo.

—Adem hoy demostró una violencia desmedida —informó la directora—, los niños aseguran que hizo volar a su compañero en el aire, lo hizo caer de espaldas al suelo y después saltó encima de él, para llenar su rostro de golpes.

—Eso no es posible, Adem apenas tiene siete años —replicó Leila y llevó una mano a su pecho—. Sí es cierto que Adem ha crecido con personas que pudieron enseñarle a defenderse, en el hospital pediátrico donde anteriormente asistía era amigo de una niña soñadora, pero nada más, él nunca ha sido violento.

—Adem le destrozó el tabique a su compañero, tuvieron que llevarlo de emergencia a la clínica —soltó la directora con gran seriedad—. Revisamos las cámaras de seguridad y la actitud de Adem no es acorde a la de un niño de su edad. —Una pantalla suspensora voló hasta estar en frente de los padres, en la misma se podía ver a Adem lanzarse encima del niño—. ¿Adem tiene problemas psicológicos?

Los ojos de Leila se llenaron de lágrimas y Roben llevó una mano a su boca al no soportar la impresión. Al finalizarse el video, la pantalla suspensora desapareció.

—No, él nunca ha mostrado ese tipo de conductas en casa —aseguró el hombre—. Sin embargo, no la ha estado pasando bien, desde que nos mudamos de casa y tuvo que dejar de asistir al hospital pediátrico donde nació… él rara vez nos habla, pero lo está viendo una terapeuta.

—Le juro que Adem no es así, él no es un niño violento… —esbozó Leila entre sollozos—. Él es un bebé…




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