El enigma de la Quimera [libro 1]

Epifanía

Jara comenzó a toser sangre.

—¡Señorita Jara, señorita Jara! —gritaba Adem mientras intentaba socorrerla.

Estaba arrodillada en el piso de piedra intentando calmar la tos, pero entre más segundos pasaban, la sangre que salía de su boca aumentaba.

El recuerdo de un niño acostado en una camilla, conectado a unos cables aparecía por su mente una y otra vez.

—¡No, déjenlo ir, no le hagan daño! —escuchaba su propia voz.

—Jara, cuenta hasta tres, respira profundo —decía la voz de un hombre.

El recuerdo iba y venía, como un columpio.

Ahora veía el recuerdo de Adem siendo adolescente en la dimensión de los Columpios Celestiales, sonriéndole mientras agachaba la mirada.

Conectados, estaban conectados.

Jara cerró los ojos y se perdió por completo de la realidad terrenal.

El brillo en un fondo oscuro se volvía cada vez más grande y nítido, era una arena brillante de color oro, se iba escurriendo finamente sobre sus manos.

Lo sabía, se encontraba en lo más profundo de su alma, lo que llamaban el puente entre el plano terrenal y la Quimera.

Ahora la luz lo empezaba a consumir todo, ahora lograba vislumbrar que se encontraba en un desierto. Encima de su cabeza estaban los mundos color violeta mostrándose con majestuosidad, sabía que se trataban de las dimensiones de la Quimera, nunca los pudo ver en todo su esplendor hasta ese momento.

Jara entendía que la única forma de lograr ver el puente entre lo material y lo no material era muriendo, entonces, tuvo que haberse desprendido de su cuerpo carnal y ahora se encontraba como su alma pura.

Comenzó a caminar entre la fina arena, sintiendo la delgada capa de polvo que se alzaba ligeramente sobre sus pies.

Vio que de su cuerpo se desprendía un fino cordón dorado, intentó tocarlo, pero lo traspasaba, era intangible.

—Jara —escuchó detrás de ella.

Volteó rápidamente hacia la voz, encontrándose con la silueta de un hombre que poco a poco iba tomando forma.

—¿Adem? —preguntó.

—¡Jara, despierta! —le gritó el joven, ahora pudiéndose ver con claridad que se trataba de Adem, aunque algo trasparente.

Ella vio que el cordón poco a poco se iba conectando a la silueta trasparente de Adem, entrando por su pecho.

—Estamos conectados —susurró Jara.

—¡JARA, REACCIONA! —restalló la voz del joven, escuchándose tan fuerte a los oídos de Jara e inmediatamente hizo que todo a su alrededor se desvaneciera.

—¡Ay, por todas las dimensiones, ya está reaccionando! —escuchó muy al fondo.

Los ojos de Jara lentamente se fueron abriendo. El frío de la noche lo sentía en su piel y la pesadez de su cuerpo la hizo poco a poco volver en sí.

—¡¿Está bien?! —preguntó Adem muy cerca al rostro de Jara.

Ella intentó levantarse, dándose cuenta de que estaba entre los brazos de Adem.

—Espere, espere —pidió el joven.

En su mente aún seguía fresco el recuerdo de haber estado en el puente que conecta lo material con la Quimera. Todo el cuerpo de Jara temblaba, anonadada con lo que acababa de ver.

—Adem, Adem, lo vi, estaba ahí —balbuceó.

—¿Qué? —preguntó él.

La mujer intentó levantarse, pero tambaleaba, así que tuvo que aceptar la ayuda del jovencito.

—La Quimera, el puente que nos conecta con ella —soltó Jara con los ojos desorbitados.

—Ay, lo siento, tuvo que ser una alucinación —dijo Adem apenado y con el rostro lleno de miedo—. Le quité el controlador, señorita Jara. —Le mostró el microchip lleno de sangre en su mano derecha—. Tuve que quitárselo para que no envenenara su cuerpo. No se preocupe, no se preocupe, mi papá es científico y trabaja con la tecnología interdimensional, así que desde niño sé quitar los controladores.

Jara, un tanto descolocada mentalmente, procesó que seguía en el parqueadero. Palpaba la sangre en su paladar y sentía lo pegajoso en su pecho, era el mismo líquido carmesí. Adem la sostenía de la cintura y espalda, mostraba un rostro de suma preocupación y tristeza.

—Morí por un momento, Adem —confesó ella.

—¿Qué? —preguntó él desconcertado y lleno de miedo.

—Escuché tu voz llamándome y había un cordón dorado que nos unía —soltó Jara entre una leve sonrisita.

Adem no alcanzó a reaccionar, escuchó la voz de Madeline que se acercaba corriendo al parqueadero. La llamó inmediatamente Jara perdió la consciencia, era la única persona a la que sabía que podía acudir.

—¡Por todas las constelaciones, Jara, ¿estás bien?! —preguntó la mujer cuando llegó a ellos, tomó a su amiga de las mejillas y empezó a sollozar—. ¿Estás bien? —La abrazó con fuerza.

Adem se apartó de ellas y contempló el controlador en sus manos. Sabía que las emociones fuertes pueden alterar los controladores y crear un efecto secundario en las personas, él estuvo revelándole confesiones a Jara antes de que empezara a toser sangre, así que era su culpa.




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