El enigma de la Quimera [libro 1]

La joven de las caras rotas

Actualidad:

—Yo no te odio —confesó Jara con lágrimas desbordadas de sus ojos.

Estaba en un punto donde todas sus máscaras fuertes se fragmentaban y caían poco a poco, mostrando su verdadero semblante. Su alma y cuerpo se cansaron, se encontraba en su punto cero. No importaba si Adem se daba cuenta de su gran malestar interno, si la revocaban de su puesto como decana o la diagnosticaban con depresión.

No seguiría mintiendo, ya no mostraría una Jara fría e insensible, cuando todo era una mentira. Enfrentaría su miedo.

Vio a Adem fijamente a los ojos. Tuvo que parpadear para que sus lágrimas no obstaculizaran su visión.

—Yo no te odio, Adem —repitió Jara—. Yo no te odio.

Adem se acercó a Jara, hasta quedarse arrodillado frente a ella. Notó el temblor en su cuerpo y el cansancio que vislumbraba en sus palabras.

—Señorita Jara —esbozó con tristeza.

Jara llevó una mano al pecho de Adem y le dio una cansada palmada.

—Yo no te odio, no te odio para nada —sollozó. Apoyó su frente en aquel pecho y soltó el llanto con todas sus fuerzas.

Adem la rodeó con sus brazos, amortiguando aquel fuerte temblor que sacudía el cuerpo de la ahora frágil mujer.

Jara soltaba el llanto con fuerza y ahogaba los gritos en el pecho de Adem.

—Tengo muchísimo miedo, tengo miedo… —sollozaba Jara y apretaba la camisa de Adem con sus manos, aferrándose a él—. No lo soporto más, ¡no lo soporto más!

—Estoy con usted, está a salvo —susurraba Adem al oído de Jara.

¿Cuánto tuvo que soportar Jara para terminar agonizando a tal punto de dolor? Era totalmente opuesta a la mujer fuerte e impenetrable que Adem conoció. No había rastro alguno de la joven que se plantaba frente a él y parecía indestructible. Ahora era una niñita asustaba que se acurrucaba en su pecho y suplicaba que la salvaran de su propia mente.

Pasaron varias horas para que Jara pudiera calmarse, llegó a tal punto en que su cuerpo estaba al borde del colapso.

Siete años y medio atrás:

Adem apareció en una discoteca con luces de neón, la música sonaba bastante fuerte y las personas saltaban y bailaban muy emocionadas. El humo paseaba por los pies de los bailarines, dando la ilusión de estar todos bailando en una gigante nube blanca.

Encontró al fondo a Jara bailando con un vestido negro ceñido a su cuerpo, su cabello se movía por los aires, dándole mucha más libertad. Ella logró visualizarlo y desplegó una sonrisa.

Jara no se encontraba sola, la acompañaba un grupo de personas que estaban rodeándola, algunos tomaban bebidas y gritaban de la emoción.

Adem se acercó lentamente mientras la observaba bailar, ahora un poco más sensual, recorriendo con sus manos su esbelta figura. Era prácticamente una fantasía sacada de los deseos más internos de Adem: ver a Jara bailando para él.

¿Cómo podía una mujer ser tan perfecta? ¿O acaso era su mente la que estaba jugando con él, mostrándole algo que no estaba sucediendo realmente?

Jara se apartó de su grupo y se dirigió a una barra para pedir una bebida. Adem la siguió y después se sentó en una butaca metálica a la derecha de la mujer.

A ella le parecía curioso que Adem estuviera allí, porque volvió a aparecer sin que se encontrara dormida. Adem volvió a viajar astralmente a una dimensión terrenal.

Se encontraba en su descanso, por lo cual, se le pedía que estuviera todo el tiempo posible en el plano terrenal para que su cerebro descansara de las múltiples dimensiones de los sueños. Tenía tres semanas que no veía a Adem, creyó que aquel sería el final de su historia, pero ahí estaba, siguiéndola como el perrito deseoso de amor que era.

—Se ve muy hermosa con ese vestido —dijo Adem, acercándose al oído de la mujer.

Jara desplegó una sonrisa y, cuando le sirvieron su coctel, le dio un sorbo mientras observaba al muchacho.

—¿Qué haces aquí, Adem? —preguntó.

—Usted se ha estado apartando de mí —respondió el joven—. Ahora son muy contadas las veces que puedo verla.

—No siempre podré estar durmiendo, necesito vivir mi vida terrenal —explicó Jara y le dio otro sorbo a su bebida—, te dije que estoy de descanso.

Los ojos grisáceos de Adem por momentos eran iluminados por los reflectores.

—Entonces, si deseo verla diariamente, debo estar con usted en el plano terrenal —comentó el joven.

Así que Adem seguía sin saber que podía desdoblarse, era sorprendente.

—Así es, Adem, si quieres verme, debes buscarme cuando estés despierto —contestó Jara.

—Entonces, la veré en persona.

—No vuelvas a buscarme en tus sueños, Adem —ordenó Jara—. Demuéstrame qué tan valiente eres y conquístame en persona, si eres capaz.

—¿Me está retando?

—No, te estoy ordenando —aclaró Jara y se levantó de su puesto, miraba fijamente a Adem, quien todavía seguía sentado en la butaca de cristal—. Demuéstrame que no eres un niño, sino todo un hombre. Ya sabes dónde encontrarme.




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