Jara paseaba como gato enjaulado por su oficina, analizando todo lo que Adem acababa de explicarle. La noticia se corrió como pólvora por toda la academia, ya todos sabían su pasado con Adem y no esperaron para sacar conjeturas de la procedencia del estudiante, como el que la familia Darmy lo ayudó a ser admitido.
Cuando iban rumbo a la oficina todos volteaban a verlos, reparando hasta lo más mínimo en Adem. No faltaría mucho tiempo para que los soñadores de rango alto intentaran acercársele, así como estudiantes de grados avanzados. Y entre tantos soñadores, no se podría saber quiénes iban con malas intenciones.
—Muy bien, ya todos saben sobre nuestra cercanía —dijo ella—. Estuvo bien que te enfrentaras a él y no lo negaras. —Volteó a verle, Adem estaba recostado en el escritorio de madera—. Sigue manteniéndolo así, de todos modos, cuando empieces a entrenar con el capitán Yakov ascenderás a un nivel que estará muy por encima de muchos. —Lo tomó de las mejillas—. Hagamos que esto te ayude a crear una imagen de ser un estudiante genio que pertenece a la Élite.
—Pero eso es mentira —replicó él.
—Claro que es cierto. —Jara tomó la mano izquierda de Adem y la acarició—. Las Grandes Amantis no entrenan a comunes, ellas sólo eligen a los mejores. Y si eras tan pequeño cuando te entrenaron, debe haber una razón. —Observó la mano del joven y cómo poco a poco iba apareciendo un atrapasueños violeta—. ¿Lo ves? Eres un Amantis. —Jara dibujó una sonrisa de satisfacción—. Joshua no me mintió, realmente te han protegido por años.
Adem acercó su mano izquierda a su rostro. Un rayo de sol que se colaba por la ventana a su espalda acariciaba su piel y hacía que el tatuaje de atrapasueños brillara tenuemente. Después notó a Jara alejarse hacia la derecha de la oficina, donde se encontraba un reloj de péndulo; reconoció en ella una energía oscura y pesada, era la misma que tenía en el salón de clases, creyó que se trataba de una estrategia para asustar a los estudiantes, pero en realidad pertenecía a ella.
—Necesitaremos que las Amantis vuelvan a entrenarte —dijo la soñadora y volteó a verlo—. Me comunicaré con la Suma Eminencia.
El jovencito se fue compungiendo de a poco y se recostó al escritorio. Su voz interior le comenzaba a susurrar que tuviera cuidado con aquella energía, era peligrosa; le parecía absurdo, muchas veces estuvo con Jara en la Quimera y nunca le hizo daño, todo lo contrario, ella quería protegerlo, ¿por qué debería preocuparse?
Jara volvió a acercarse a él y lo observó con curiosidad.
—¿Me estás prestando atención? —Tomó la barbilla del muchacho con los dedos de su mano izquierda y notó la incomodidad en su mirada—. ¿Qué pasa? ¿Me tienes miedo?
Adem abrió los ojos en gran manera y después alejó su rostro de la mujer, apartándose del escritorio para hacer espacio.
—No es eso, es que… —Entrelazó sus manos, intentaba mantener la compostura, pero cada vez que Jara se acercaba su cuerpo rechazaba su energía—. Señorita Jara, ¿acaso su energía cambió? ¿Qué ha hecho recientemente?
La soñadora desplegó una sonrisa ladina.
—Oh, Adem, eres bastante analítico —dijo—, te irá bien en tu nueva especialidad.
Él observó la mirada de la mujer, sus ojos eran de un negro profundo y entre más se concentraba en ellos, le daba la impresión de que observaba a la muerte. Definitivamente algo había cambiado en ella.
—¿Tiene algo más que decirme? —preguntó.
Jara lo barrió de pies a cabeza, decepcionándose al notar que en realidad Adem estaba sumamente incómodo.
—No, puedes volver a clases —comunicó.
Cuando Adem caminaba por los pasillos rumbo a la oficina de Jara, observaba a los estudiantes dejar ir sus miradas por su cuerpo, sentía todos esos ojos sobre él, algunos ni siquiera fingían y murmuraban muy de cerca. Todos ya sabían que era la persona que había ocupado el primer lugar en el que fue el examen más difícil que tuvo el CCI y que tenía cercanía con la familia Darmy. La envidia lo perseguía, casi convirtiéndose en su sombra.
Esto lo contrastó con la pacífica vida que tuvo cuando estaba en el instituto, aunque allí también fue el mejor estudiante, el popular hasta entre los docentes, nunca levantó tanta envidia y esto le parecía extraño.
Al cruzar por una esquina del pasillo para poder subir una escalera en forma de caracol, tuvo que pasar cerca de un grupo de jovencitas unos años mayor que él que no cesaban de soltar risitas traviesas y observarlo fijamente.
—Sí, es él —logró escuchar entre ellas.
—¡Qué guapo es! —soltó una de las muchachitas.
Comenzó a subir las escaleras y se sintió poco a poco compungirse.
—Aunque tiene acné.
—Pero eso se puede curar. Aunque tiene, es muy guapo.
—¡Miren su trasero!, ¡es redondo!
Adem subió a toda prisa las escaleras, casi corriendo. Su estómago se había compungido tanto que sintió náuseas y un escalofrío recorrió su cuerpo.
Cuando llegó al segundo piso, se recostó a la pared e intentó calmar las náuseas. Creyó haberlo superado, pero ahora notaba que no pudo estar más equivocado: ahí estaban otra vez esas náuseas, recordándole ese pasado que intentaba ocultar.