Silencio.
A Adem y Jara los invadía un silencio que anteriormente era característico de ellos, pero en ese justo momento era sumamente incómodo.
Los ojos de Adem estaban llenos de lágrimas y sus manos se encontraban empuñadas. Jara permanecía sentada a su lado y lograba escuchar sus sollozos, lo cual le destrozaba el alma.
—Así que se aparta de mí porque morirá joven —dijo Adem, rompiendo el silencio que los rodeaba.
—Si te dejo entrar en mi vida, será muy peligroso, Adem —replicó Jara.
—¿Entonces por qué me mostró su futuro? —espetó Adem y la encaró, derramando lágrimas por sus mejillas—. ¿Cree que yo no voy a morirme si me entero de que a usted la asesinaron? ¡Me volvería loco de la tristeza y hasta sería capaz de suicidarme! —Llevó las manos temblorosas a su cabeza.
—No digas eso —suplicó Jara entre el llanto.
Adem no soportó y cayó de rodillas a los pies de Jara, soltando el llanto con fuerza.
—¡Por Dios, no me pida algo tan injusto! —suplicó Adem en medio de su agonía—. ¡¿Cómo podría apartarme de usted cuando sé que podría morir?!
Jara cubrió su boca con sus manos al sentir el corazón estrujarse al ver lo mal que se encontraba Adem. Estaba temblando, aquel joven sufría gravemente por ella.
Adem abrazó las piernas de Jara y escondió su rostro en ellas, soltando con fuerza el llanto.
—Moriré con usted, mi vida no tiene sentido si sé que ya no existe en este mundo, ¿para qué vivir? Soy capaz de aceptar que viva lejos, rechazándome, pero que esté bien, que esté viva.
—Adem… —Jara pasó una mano por la espalda temblorosa del joven.
Lo vio alzar el rostro para verla fijamente. Ahí estaban otra vez esos ojos grisáceos azulados observándola fijamente, anhelantes, con las largas pestañas húmedas, rogando por amor.
Jara no pudo soportarlo, era demasiado doloroso verlo tan destruido.
Se abalanzó a Adem y lo besó con todas sus fuerzas. Sus cuerpos cayeron al suelo y parecían imanes incapaces de separarse. En aquel momento eran uno solo.
Se abrazaron con tanta fuerza que podían oír los latidos de sus corazones. Así estuvieron hasta que pudieron calmar el miedo que les invadía su interior.
—Pedí traslado de academia —confesó Jara—. Estoy mal, Adem, necesito descansar, así que pedí descanso y el traslado.
—¿Por cuánto tiempo? —preguntó Adem, no era capaz de observarla, tampoco de entristecerse más de lo que ya estaba.
—Lo decidirá el consejo —respondió Jara. Su voz también se escuchaba apagada y algo robotizada. No era capaz de observar a Adem.
Sabía que él no soportaría el que ella le confesara que ya estaba muriendo y era inevitable dicho desenlace, hizo todo lo posible por no mostrarlo en el recorrido que hizo Adem por su mente.
Adem observaba el amuleto en su mano que hace un mes su madre le había regalado cuando él llegó a visitarlos. Le dijo que era un amuleto de aseguranza para mantener a los seres queridos en protección.
Él no creía en supersticiones o ese tipo de cosas, así que nunca usó el amuleto que constaba en una pulsera y anillo de oro que se adherían a la piel, así que, aunque estuviera entrenando, el amuleto no estorbaba la movilidad. Sin embargo, como se lo había regalado su madre, lo llevaba a todas partes en el bolsillo de sus pantalones.
Pero ahora que sabía el grave peligro que corría la vida de Jara, deseaba que ese amuleto realmente funcionara.
—Deme la mano —pidió Adem y extendió la suya. Notó que Jara se rehusaba—. Por favor, deme su mano.
Los dos estaban sentados en el piso, descansando su espalda en la parte baja del mueble. La joven soltó un suspiro y después lo hizo. Adem desplegó una sonrisa de satisfacción y acarició la suave y delicada mano de Jara.
—Tiene unas manos hermosas —elogió.
Notó el rubor que cubría las mejillas de Jara. Era la primera vez que la veía cohibirse ante él. La observó con cierta impresión y después soltó un suspiro. Sacó del bolsillo de su pantalón una delgada manilla de oro que colocó en la muñeca de la joven.
—Sé que no usa accesorios, aunque… me gustaría que la usara de ahora en adelante.
Jara observó fijamente la delgada y sencilla pulsera que adornaba su muñeca.
—Yo usaré un anillo —Adem mostró su mano derecha—. Se adhieren a la piel, así que no la incomodará cuando entrene.
Jara observó que la pulsera en su muñeca derecha comenzaba a encogerse y pronto parecía una parte más de su cuerpo, pero mostrando toda la belleza minimalista de la misma.
—Así… aunque no podamos confesarle al mundo que nos amamos, estaremos atados —dijo Adem—. Cada vez que quiera recordarme, mire la pulsera que le he obsequiado y sabrá que siempre la amaré, aunque ya no nos podamos ver.
—¿Soportarás estar años sin verme? —preguntó Jara—. Si me trasladan de academia, volveré a ser la misma Jara que conociste en primer año, siempre fingiré que eres un estudiante más que está por debajo de mí.
—Aunque usted deba fingir que no me ama —Adem la tomó de las manos y las entrelazó con las suyas—. Yo sí lo sabré y la estaré esperando. Sé que… —Mostró una sonrisa amorosa— usted y yo estamos destinados a estar juntos. Usted lo vio, nuestros caminos están unidos, vamos a vivir una vida juntos; esta última variante será temporal. Ahora que sé toda la verdad, sé que los caminos volverán a entrelazarse y su futuro será otro.