La habitación donde Adem entrenaba con las Amantis desde hace seis años tenía un balcón grande que miraba hacia el bosque que rodeaba la escuela. Mucho más al fondo, se lograba vislumbrar una diminuta mancha azul, el joven sabía que era el mar, pues para llegar a la academia el auto suspensor tomaba la carretera cerca de la playa.
Estaba sentado en el suelo tapizado con alfombras rojas, con las piernas cruzadas. Frente a él la Suma Eminencia Zimmer le daba el informe mensual de su avance. En este caso le traía buenas noticias, pues las Grandes Amantis tomaron la decisión de que se encontraba listo, podían volver a las prácticas de inducción a lo más profundo de su inconsciente, pues la resistencia del jovencito en los últimos años llegó a fortalecerse considerablemente y el riesgo de volver a vomitar un demonio oscuro era casi inexistente.
—Dígame, su Señoría, ¿podré abrir el portal? —preguntó Adem.
—Creemos que ya estás preparado, sin embargo, necesitas tomar un descanso antes de comenzar las clases.
—¿Por qué?
—Tu último examen físico reportó que tienes un alto nivel de cansancio mental —dijo Zimmer con voz tranquila—. Es de esperarse, estos últimos años has estado bajo mucha presión y con un ascenso en camino, es natural que tu cuerpo y mente se encuentren en sus límites. Por esta razón, estas vacaciones deberás ir a casa y descansar, tienes prohibido participar en alguna misión; ya se le ha pasado el reporte al CCI. Retomaremos prácticas una vez obtengas el ascenso y puedas concentrarte de lleno en la nueva fase de tu entrenamiento.
Adem bajó la mirada a su mano izquierda, el tatuaje de Amantis apareció en su piel, brillando con su cálida luz violeta.
No replicó ante la información que le acababa de brindar la anciana, de hecho, el ser consciente de que faltaba tan poco tiempo para abrir el portal de la Dimensión Oscura le generaba miedo. Actuar de forma imprudente nada más le traería problemas para su vida y grandes consecuencias negativas a la Casa Amantis, la cual en los últimos años se volvió su segundo hogar.
—Haré todo lo posible por descansar y prepararme mentalmente para la práctica, su Señoría —dijo Adem e hizo una reverencia con su cabeza.
La vida de Adem estaba a punto de cambiar, no iba a quedar rastro del jovencito que observaba fijamente el rostro de la anciana Amantis.
El gimnasio al aire libre era beneficioso para los estudiantes, podían salir de la rutina de las clases y entrenar su cuerpo mientras se encontraban en contacto con la naturaleza.
Adem esa mañana estaba practicando lucha con el Escuadrón de Tortura Mental, no era habitual que lo hicieran, ya que cada uno tenía asignado un entrenador para que evaluara diariamente su rendimiento físico. Sin embargo, cinco de ellos (los más allegados a Adem, incluyendo a Alejandro), decidieron hacer su rutina de ejercicio juntos para poder salir de la monotonía.
Se encontraban en la barra, trabajando brazos y contaban en voz alta cada repetición. Querían ver quién soportaba más y el ganador podría pedirles a sus compañeros lo que quisiera.
Usaban sudaderas negras y no llevaban camisas, fue una idea de Frederic, uno de los más jóvenes del grupo, antes de ingresar Adem, lo consideraban el más niño. Alejandro lo siguió con entusiasmo, como había conseguido en esos años un cuerpo bien tallado, su autoestima y seguridad en sí mismo había crecido muchísimo y su pasatiempo era presumirse ante las mujeres.
Había estudiantes observándolos entrenar, ¿y cómo no? Si era todo un acontecimiento que integrantes del escuadrón estuvieran dando un espectáculo lleno de muchos músculos.
Uno de ellos cayó al suelo, vencido por el cansancio. Se quedó sentado en la grama, apoyando sus manos detrás de su espalda y jadeaba, mientras una capa de sudor lo cubría por completo.
Los estudiantes que apreciaban al grupo hacer ejercicio intentaban disimular hablando entre sí, pero en realidad sus ojos estaban puestos en ellos. Sobre todo, las mujeres, las cuales estaban fascinadas al ver a los jóvenes descamisados a la luz del sol entrenando y mostrando sus enormes músculos.
Entre ellas se encontraban Lisa e Issis, las cuales estaban a unos metros de distancia, sentadas en unas bancas de piedra. Intentaban estudiar para un examen, pero era imposible si tenían en frente a un grupo de chicos guapos dando un espectáculo.
—Mira a Adem, ¿cómo pudo volverse más guapo de lo que ya es? —preguntó Lisa.
Aquel comentario sorprendió a Issis, creía que a Lisa le molestaba Adem. En primer año tuvo un altercado con el joven y hasta ellas estuvieron a punto de pelear por lo mismo. Sin embargo, con el paso de los años se fueron haciendo amigas y el evento quedó como algo chistoso de lo cual se reían. Pero con Adem fue totalmente diferente, ya que Lisa y Adem jamás volvieron a cruzar palabra e Issis estaba segurísima de que a Lisa nunca le llegó a agradar su mejor amigo.
—Adem siempre ha sido guapo —comentó Issis—. En la escuela, era el más popular de todos entre las chicas. Se volvían locas por él.
—Pero aquí nunca se había mostrado así… —comentó Lisa con cierto tono animado—. Mira esos músculos, esa piel, ese rostro… ¡Dios mío!, ¡qué guapo…! —Llevó una mano a su pecho y abrió la boca, a la vez que dibujaba una sonrisita.
Issis abrió los ojos con impresión al ver tal reacción de Lisa. Desde que habían comenzado a pasar más tiempo juntas gracias a que las dos estudiaban para hacer el examen de reclutamiento para pertenecer al grupo Cazadores de Sueños supo que Lisa era muy sincera con sus sentimientos y emociones, sin embargo, jamás creyó que podría verla desvivirse por su mejor amigo.