El enigma de la Quimera [libro 1]

Inconsciente

Necesitaban salir del apartamento, caminar y despejar la mente de todo lo que comenzaban a aturdirlos. Así que tomaron una decisión arriesgada, motivada por el sentimiento nostálgico de Jara de saber que, una vez se mudara de región no vería a Adem por tres años y tal vez no se volvieran a ver más porque ella podría morir. Fueron a un supermercado a comprar comida para preparar la cena, al más cercano que quedaba a una cuadra de distancia.

Afortunadamente Jara estaba instalada en una zona donde no vivían soñadores y las personas comunes rara vez lograban reconocerla, fue de hecho, lo que la motivó a mudarse en dicha localidad. Por lo cual, el caminar al lado de Adem a mitad de la noche no sería tan peligroso.

Las calles estaban curiosamente un tanto vacías, lo atribuyeron al crudo invierno y a que comenzaban las vacaciones, por lo cual las personas viajaron a regiones tropicales. Lo que para muchos era un problema, como aquel mal clima, para ellos resultó ser una bendición, pues al verse caminar por las calles solitarias los hizo sentirse en más confianza y cumplieron su deseo de caminar tomados de la mano.

Transitaban por la larga calle con sus abrigos largos y oscuros, usando bufanda y gorros de algodón, con sus manos entrelazadas y escondidas en el bolsillo del abrigo de Adem. Las personas que los vieran y no lograran reconocerlos (sobre todo a Jara) los catalogaría como una pareja de novios jóvenes de unos veintitantos años que vivían su época rosa de primeros meses de relación.

El humor de los jovencitos cambió inmediatamente cuando se vieron caminar por la calle tomados de la mano, justo como horas atrás habían conversado hacer en un futuro.

Al entrar al supermercado encontraron que apenas había unas cuantas personas, una de ellas se trataba de una mujer de edad acompañada de su cuidadora humanoide que cargaba todas las bolsas de compras.

Adem se encargó de elegir la comida, porque, sorpresivamente, terminó siendo mejor que Jara para temas tan domésticos como preparar una cena. Se jactaba diciendo que su familia era altamente tradicionalista, sobre todo por parte de madre, la cual tenía tan buenos dotes de cocinera que desde muy joven construyó su propio restaurante.

Jara se limitó a observar que el carrito suspensor metálico no se desviara de ellos, aunque evidentemente la tecnología del mismo era tan perfecta que podía seguirlos, aunque ellos no se acordaran que llevaban uno, por lo cual la supuesta ayuda de Jara no servía mucho, pero Adem le hacía sentir que sí era importante.

En un momento se encontraron con un grupo de jovencitas que compraban unas latas de cerveza en la zona de refrigeración. Adem no se decidía por si llevar un salmón de X marca y Jara de tanto esperar prefirió ir a revisar unas tortas de canela a unos metros de distancia. Pudo ver cómo el grupito de cinco jovencitas que debían tener la misma edad de Adem no dejaban de observarlo, cuchicheaban entre sí, soltaban risitas pícaras y nuevamente volvían su atención a Adem.

Jara nunca había visto a Adem por fuera de la academia y cómo se relacionaba socialmente en el plano terrenal, por lo cual le llamó mucho la atención. Fingió no observar a las chicas para que ellas no notaran su presencia y así no supusieran que eran novios.

Una de ellas, una jovencita de caderas anchas, busto grande y cabello rubio y rizado se propuso en ser quien tomara la iniciativa de hablar con Adem, al ver que él estaba tan concentrado sacando un salmón del refrigerador que ni las había notado, y si lo hizo, prefería ignorarlas descaradamente. La chica estaba vestida con unos baqueros negros y llevaba un abrigo largo de color rosado que compaginaba muy bien con su rostro bronceado.

Jara se encontraba fascinada de ver que Adem estaba recibiendo tanta atención femenina, se suponía que debía sentir celos, pero le gustaba más la idea de saber que el sexo femenino encontraba a su novio sumamente atractivo.

La chica barrió a Adem de pies a cabeza antes de hablarle y Jara notó que estaba embelesada por su pecho y hombros anchos. Cuando tuvo la atención de Adem, la jovencita se mostraba intimidada, sorpresivamente cohibida y nerviosa, soltaba risitas torpes y comenzó a acomodarse con una mano sus perfectos rizos rubios. Una de sus amigas, una joven de rasgos indios tuvo que ir a apoyarla y así por fin la rubia pudo sentirse más segura.

Jara no podía saber lo que conversaban, porque la joven india le tapaba un poco el campo de visión y no lograba leerle los labios. Sin embargo, Adem volteó a buscarla con la mirada y con esto supo que él ya se estaba sintiendo incómodo y necesitaba apoyo.

—¡Oh, es la soñadora Jara Adelina Darmy! —escuchó un gritico de emoción de una de las chicas del grupo.

Jara caminó hasta Adem, seguida del carrito suspensor que se movía a cualquier paso que ella daba.

—¿A dónde te fuiste? —preguntó Adem a modo de regaño cuando la tuvo al lado.

Jara mostró el pastel de canela y después lo depositó en el carrito suspensor que ya iba medianamente lleno. Notó que las otras tres jovencitas se acercaban emocionadas y concentraban su atención en ella: la habían reconocido. Al llegar, le hicieron una reverencia y las otras dos jovencitas, al verlas actuando con tanta formalidad, repitieron la acción un poco confundidas.

—Señorita Jara Darmy, es un honor conocerla en persona —prácticamente chilló de la emoción una de ellas, llevaba su cabello negro recogido en dos coletas bastante infantiles.




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