Adem cuestionaba si había sido buena idea inscribirse en el CCI. Su padre y madre le habían sugerido que, si quería ser soñador, tomara como opción otras academias, pero él ni siquiera hizo el intento de revisar otras opciones.
Para él, su mayor razón para ser soñador era que en el CCI estaba Jara, y si quería estar con ella, debía tomar esta profesión en su misma academia.
Pero estaba siendo completamente una persona diferente a quien creyó que podría ser. Era misteriosa, ocultaba muchos secretos y su energía había cambiado, generándole malestar cada vez que estaban cerca.
Su mayor error fue idealizarla. La amaba, pero también le tenía miedo.
El recuerdo de Jara torturando a una soñadora lo perseguía. Era incómodo el tener que fingir que no sabía nada, sobre todo si debía ver a Jara a diario.
Intentó enfocarse en sus estudios, con Alejandro se animaban en las mañanas, entrenando juntos. Su mayor reto era subir la rampa, comprendieron que, en vez de un tema de fuerza o velocidad, se trataba de estrategia y análisis. Y cuando pudieron llegar a la cima, el entrenador Milton les colocó peso en los tobillos.
A veces sus compañeros se quedaban a observar el intenso entrenamiento que llevaban los chicos y varias jovencitas les sonreían de lejos. En ocasiones se acercaban a Alejandro para pedirle que le llevara mensajes a Adem, pero entre más días pasaban, notaban que el muchacho no estaba interesado en hablar con mujeres de temas amorosos.
Luie e Issis intercalaban horas de estudio, el muchacho estudiaba por su cuenta los libros que el decano Marcow le pidió que leyera y con Issis se hacían exámenes orales para ver si aprendieron bien fechas y nombres de soñadores. Cuando Adem tenía tiempo, se reunía con sus amigos para estudiar y hacer trabajos que les dejaban en las clases.
En las tardes Jara daba clase de Tortura Mental a los estudiantes de grados avanzados y Adem debía asistirla.
Fue lo más interesante para Adem, porque ella siempre sorprendía con un nuevo miedo personificado para los estudiantes. Hacía que ellos retrataran sus miedos cuando los encerraba a cada uno en cuartos oscuros de dos metros de ancho y largo, haciendo que los enfrentaran.
Jara los observaba por medio de pantallas y analizaba el avance de cada estudiante mientras le explicaba a Adem la razón de ser de dichos miedos. El joven se afanaba en escribir todo lo que le parecía importante que la mujer le decía, aunque era imposible, porque cada palabra que explicaba lo consideraba muy esencial.
Cuando Jara un día finalizó las clases avanzadas de Tortura Mental, Adem le pidió dejarlo entrar a uno de los cuartos para ponerse a prueba. Jara no estaba segura, era demasiado pronto para el joven, además, no había tomado inducciones para poder entrar a los cuartos de tortura.
—Adem, estas clases son para los estudiantes de último año —explicó Jara.
—Pero necesito probarlo para poder entender la teoría —insistió el joven—. El capitán Yakov me dará clases de esta rama, ¿cómo podré estar preparado para ello si no pongo a prueba mis propios límites?
Jara notó la ansiedad en la mirada de Adem. Estaba segura de que no la dejaría tranquila hasta que le permitiera probar el cuarto de Tortura Mental.
Decidió dejarlo entrar, seguramente Adem se llevaría un gran susto con simplemente permanecer unos minutos dentro de uno de los cuartos y así se le quitaría la idea de entrar nuevamente hasta no estar preparado.
—Está bien, puedes entrar por cinco minutos —aceptó Jara mientras se cruzaba de brazos.
Adem quería protestar por el tiempo, sin embargo, analizó que debía haber una razón para que Jara estipulara tan poco tiempo.
El joven avanzó hasta una puerta corrediza metálica de censor que separaba el cuarto de análisis con las habitaciones de tortura. Avanzó por un pequeño pasillo e ingresó a la segunda habitación.
Le sorprendió lo oscuro y frío que se sentía el lugar.
—Adem, cierra los ojos e inspira profundamente —escuchó la voz de Jara que sonaba como eco.
Él así lo hizo. Sin embargo, en vez de relajarse con el ejercicio de respiración, su corazón empezó a palpitar con mucha rapidez.
—Ahora, Adem, déjate llevar por la voz —volvió a escuchar a Jara, pero se oía lejana, como si él poco a poco se fuera alejando de las habitaciones y se teletransportara a una dimensión desconocida y siniestra.
Unos pequeños murmullos fueron emanando del suelo, pero Adem no era capaz de ver sus pies, tampoco sus manos, aquel lugar era demasiado oscuro.
—Sí, sí, sí… yo soy tu miedo —escuchó una voz chillona y algo quebradiza hablar casi a susurro.
Adem volteó a su alrededor al sentir una presencia correr detrás de él. Pero no había nada, únicamente oscuridad.
—Tú… eres… un… cobarde —dijo la voz y después soltó una risa burlona—. ¿Me tienes miedo? Sí, sí, me tienes miedo…
Adem sintió todo su cuerpo petrificarse por el miedo. Una presencia se posó lentamente detrás de él y un silencio perturbador le informaba que algo malo iba a suceder.
Entonces, de forma repentina se vio a sí mismo personificado frente a él, lanzándose con fuerza y ferocidad. Pero ese otro Adem tenía el rostro deforme, con dedos largos, ojos hundidos y una enorme boca: parecía un monstruo.