El enigma de la Quimera [libro 1]

CAPÍTULO 42

Pudo llegar hasta la puerta jadeando y sintiendo su cuerpo entumecerse, produciéndole un dolor intenso en cada músculo de su ser. Giró la manecilla de la puerta y abrió, logrando sacar su alma de la dimensión.

Se sintió caer en su cuerpo carnal. Tomó una gran bocanada de aire. El dolor en el cuerpo era tan intenso como puñales clavados en cada fibra de su ser. Gritó desgarradamente cuando logró sobrepasar el ahogo.

Sus ojos se abrieron llenos de dolor y como pudo se sentó en la cama, apreciando que sus brazos y pecho estaban llenos de sangre. Ya no tenía sensibilidad en su nuca por el insoportable dolor. Entre manos temblorosas logró desconectar el controlador en su nuca.

Se hizo bolita sobre la cama, llorando y gritando por el dolor que consumía su cuerpo. La visión le era borrosa y temblorosa.

Una sombra masculina. Cerca de la piecera de la cama estaba la sombra de un hombre.

—Maldito… ¿qué… me hiciste…? —gruñó Jara entre dientes.

Pero estaba tan cansada y adolorida que perdió la conciencia.

Dunas y una puesta de sol. Planetas color violeta. Un cielo colmado de estrellas. ¿A dónde se había marchado? Allí ya no había dolor, se sentía en paz.

Reconoció el lugar, era Gamborra, estaba en las dunas: eran los límites de la Quimera.

—Jara… despierta —escuchó que le susurraron al oído.

Dio media vuelta y observó la silueta dorada de un hombre, poco a poco iba tomando forma, hasta verse como Adem, pero con un semblante mucho más maduro. No, no era Adem, era Bryan Domán.

Él se acercó a él. Jara tenía los ojos deslumbrados, anonadada, con la mirada alzada, contemplándolo.

—No es tu momento, debes volver —dijo él, tomándola de las mejillas.

—Déjame quedarme contigo —esbozó la joven.

Jara lo abrazó con fuerza, sintiendo la calidad de su ser.

—Vuelve a tu cuerpo, por favor —susurró el hombre.

Ella quería seguir, sentir su regazo, pero se desvaneció, volviendo a su realidad. A su terrible y dolorosa realidad.

Cuando abrió los ojos, empezó a toser: se estaba ahogando con su propia sangre. Como pudo, dio media vuelta en la cama y logró escupir el líquido escarlata.

Estiró un brazo tembloroso y oprimió el controlador, el cual inmediatamente comenzó a emanar una luz parpadeante roja.

Jara jadeaba, cansada de mantenerse despierta, sosteniéndose en el último hilo de vida que le quedaba.

Los minutos le parecieron largos mientras esperaba que llegaran los mentores nocturnos a socorrerla. En la actualidad en cada barrio había por obligación una clínica, ella corría con la suerte que su edificio quedara a una cuadra del centro de salud. Pero esos minutos que costaba el que llegara el reporte de emergencia y los mentores entraran a su departamento para socorrerla le parecían extremadamente largos.

Pronto las alucinaciones comenzaron. Su mente se estaba desconectando de su cuerpo al no soportar el inmenso dolor. Frente a sus ojos pasaban recuerdos de su vida: cuando vivía con sus padres, donde jugaba con ellos disfrazados; las noches en que lloraba y su mamá le colocaba un chupo en la boca para que lograra calmarse; el día que le disparó una flecha en el pecho a Hans porque él la llamó monstruo y su mentor Yakov le pidió que se disculpara con el niño; las tardes que se escapaba hasta la clínica para visitar al doctor Roben y él le regalaba caramelos hechos con jengibre, los cuales le hacían picar la lengua, pero le gustaba; a Adem de niño gritarle y empujarla, cerrándole la puerta en la cara, ella tocaba para que le abriera, pero él exclamaba que se fuera; el abrazo que le dio a Hans donde los dos temblaban del miedo.

Tantos recuerdos y muchos no sabía que los tenía.

—Señorita Jara, ¿me escucha? —Era una voz a lo lejos—. Señorita Jara, ¿puede escucharme?

Sintió que la cargaron y la acostaron en algo duro, frío, era sumamente incómodo. Lograba ver destellos de su realidad, donde un hombre de piel oscura le estaba gritando: “¡Por favor, no se duerma!”.

Después estaba subiendo a una ambulancia suspensora. La luz de una luz artificial molestaba su vista.

Y otra vez los recuerdos: Joshua de niño saltando en una nube rosa, la llamaba y ella corría a saltar a su lado; una mujer rubia le peinaba el cabello, era Leila, la madre de Adem, la mujer le pidió que se diera media vuelta y la observó con una gran sonrisa; el capitán Yakov arrancándole el chupo de la boca y arrojándolo a la basura, diciéndole que ella no era una bebé; Joshua entrando a su habitación con una risita traviesa y mostrándole el chupo que escondía en sus manos.

Otra vez lograba ver su realidad, estaba rodeada de doctores y le colocaban cables en su cuerpo. Intentó moverse, pero la sujetaron de los brazos. Entonces empezó a vomitar sangre.

Un recuerdo casi palpable llegó a ella: Joshua lloraba, temblando de miedo y le pedía que no se fuera, que se quedara a su lado, intentaba calmarlo, pero no lo lograba hacerlo. Entonces rebotó a otro recuerdo: Adem de niño la observaba con un rostro serio, le explicaba con seguridad que iban a morir si no escapaban y que la historia se repetiría.

Jara volvió a la realidad.




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