El Centro de Investigación Diferencial parecía una universidad, con edificios de seis pisos, aulas normales y un campus pequeño con una sola cafetería. No tenían un lago, pero sí una fuente grande y un lindo jardín con pasillos de piedra por donde los estudiantes paseaban y tenían sus conversaciones.
No había un portón grande que se habría automáticamente y detectaba a los estudiantes, tampoco guardias de seguridad que custodiaban la entrada y hacían reverencia cuando llegaba alguien importante; porque allí no llegaba nadie que fuera relevante, así que era un gasto innecesario. Pero sí tenían detectores en la entrada que era normal, una puerta de vidrio por donde las personas entraban y salían cada vez que lo deseaban.
No se necesitaba tener edificios residenciales para los estudiantes, porque allí nadie llegaba de lejos, todos vivían en la misma ciudad y podían llegar en bus eléctrico, auto o caminando, como desearan.
La aspiración de los estudiantes era ascender y poder transferirse a una academia como el Centro de Investigación Cualitativo o el Centro Capital Interdimensional que le seguía en rango a nivel mundial.
Cuando Jara llegó a hacer su pasantía, todos los integrantes de la planta directiva la recibieron en la entrada y los estudiantes se apilonaban para poder verla en persona. Parecía que era la primera persona importante que llegaba a aquel lugar.
La oficina que la joven ocuparía, por alguna razón le dio la impresión de que era la del director, ya que era la más grande. Pero no quiso negarse a recibirla, sabía que estaban intentando hacerla sentir a gusto.
Tanto el director Bosson como muchos otros profesores (allí no tenían decanos) se reunieron para conversar con ella en la oficina, la cual le habían decorado con un cartel de papel reciclado que decía “Bienvenida” en una pared.
Sirvieron pastel de arroz (uno tradicional de la Región de las Montañas) y jugo de durazno. Todos comían y le preguntaban si le estaba gustando lo que le habían ofrecido.
A Jara le parecía extraño, porque la estaban tratando con demasiada amabilidad, algo que nunca había recibido en su anterior trabajo.
—Sí, está muy delicioso —respondió.
—Parece una muñequita, es idéntica a como se ve en las fotos —escuchó que dijo una mujer de cabello chocolate a una pelirroja.
Jara no sabía si podría acostumbrarse a tanta atención en su trabajo, comenzaba a extrañar el anonimato de su antigua academia.
Lo bueno es que se le fue entregada una casa de madera que quedaba en una colina donde podía apreciar un bosque, lo cual le recordaba a su retiro en el Amazonas. Aquel lugar donde debería vivir por tres años estaba alejado de la ciudad, sus vecinos quedaban a varios kilómetros de su vivienda y eso le gustaba.
Jara nada más debía trabajar en las mañanas, no podían exigirle que se quedara a adelantar trabajo o ella hacerlo, estaba prohibido, ya que era un descanso, no debía agotarse en un trabajo que realmente no era el suyo. Esto quedó estipulado en el contrato que firmó el director Bosson cuando aceptó la pasantía de Jara en el CID.
Con tanto tiempo libre, Jara pensaba en muchas cosas, como en el examen de ascensión de Adem, el cual no le enviaron notificación de los resultados. Imaginaba que era producto a que había logrado un gran puntaje cualitativo y decidieron dejarlo como confidencial para la protección del joven. Seguramente la Élite Internacional comenzaba a verlo como un futuro integrante y le estaba brindando la protección.
El CCI desde hace unos años había dejado de ser confiable y por eso la información se estaba manejando con sumo cuidado. Jara se preguntaba en qué terminaría toda esa tensión que se iba formando entre los decanos y la Élite, parecía como si empezaran a dividirse, alguien se estaba encargando de crear esa brecha y estaba casi segura de que Marcow tenía algo que ver allí.
Al día siguiente después de su recibimiento debía dar una inducción de cómo sería su clase de Reconocimiento de Sueños Oscuros para los estudiantes de último año. Se preguntaba si debía ser igual de rígida como con sus estudiantes del CCI; meditaba en la diferencia que había entre esos grupos estudiantiles, sus nuevos alumnos tal vez no estaban tan preparados y por esta razón no podía tratarlos como igual. Además, lo menos que necesitaba en ese momento era que aquella población estudiantil le tuviera miedo u odio. Quería saber lo que se sentía que las demás personas la vieran con buenos ojos, como hasta ahora estaba sucediendo en esa academia.
Esa mañana llegó vestida como normalmente lo hacía para su primer día de clase: llevaba puesta su capa azul oscura y el uniforme oficial de soñadora de rango alto, con sus infaltables tacones altos de puntilla. Cargaba en sus manos la pantalla de información de los estudiantes.
Notó que todos en el pasillo la quedaban viendo al pasar, eso le gustaba, porque podía notar la diferencia que había entre ellos y ella, lo cual le informaba que era especial en aquel grupo social. Sabía que era una sensación no bien aceptada en la sociedad actual, pero que seguramente a las personas en su interior les gustaba sentir, era la razón de ser por la cual había tanta competición de quién era el mejor.
Jara llegó al aula de clase, que estaba sumida en un murmullo incandescente de estudiantes agolpados y expectantes ante la llegada de la joven. Eran muchísimos, tantos que la mitad de ellos estaban de pies, otros recostados a las mesas para poder descansar sus piernas.