Las pesadillas y el tormento para Diana comenzaron una semana después que Jara le introdujo el poder Sombras. Cuando el reloj marcaba las tres, recuerdos de todas las torturas que cometió a otras personas, las sentía reales en su cuerpo.
En el trabajo debía correr a encerrarse a un baño para que nadie notara lo que estaba sucediendo. En sus piernas y brazos aparecían heridas profundas, su boca se llenaba de sangre y se ahogaba con ella; sus huesos se rompían; y, aunque intentaba emitir sonido alguno, era imposible, su voz la abandonaba por aquella larguísima hora.
Y después que se cumplía la hora, todo desaparecía: no había heridas, tampoco dolor o rastro alguno de la tortura.
Y entonces, mientras dormía y se hacían las tres de la mañana, la tortura comenzaba nuevamente.
Llegó un punto en que era evidente que a Diana le sucedía algo, sus ojos tenían unas enormes ojeras y en todo momento observaba el reloj, ansiosa y horrorizada. Pero cada vez que le preguntaban sus compañeros de trabajo qué le sucedía, la joven no decía palabra alguna.
Sabía que debía intervenir, pues comenzaban a haber ojos observándola, empezando a emanar las sospechas. Así fue como Diana un día se armó de valor y se acercó a la oficina de Jara. Se postró ante ella, suplicando.
—Por favor, por favor, haz que pare —rogó, dejando salir el llanto.
Había logrado su objetivo, Diana fue hasta ella.
La soñadora se acercó a la mujer hundida en su profundo llanto.
—Tú no paraste cuando te suplicaron piedad —le dijo.
—Estoy arrepentida, sé que cometí mucho daño —sollozó Diana—. Sé que soy una persona cruel, pero quiero enmendar mis errores. Por favor, por favor…
Jara se alejó, mostrándose pensativa, se sentó en el sillón de su escritorio y cruzó sus piernas, observando fijamente a Diana, la cual estaba arrodillada a un metro de distancia.
—Por favor, por favor, para… —suplicó la mujer, sucumbida en el llanto, con su cuerpo tembloroso.
—La única forma en la que me detendré es si me juras lealtad —dijo la soñadora con tono frío.
—¡Haré todo lo que me pidas! —exclamó Diana y llevó su frente hasta tocar el suelo—. Por favor, siento que me estoy volviendo loca…
Jara desplegó una torcida sonrisa.
—Quiero que me cuentes todo lo que sabes sobre la organización Sombras —ordenó.
Las manos de Diana temblaban, estresadas; sus ojos estaban hinchados y maltratados, mostrando unas profundas ojeras. Alzó la mirada y observó fijamente a la soñadora.
—Lo haré, te contaré todo —dijo con tono seguro y ansioso—. Te juro lealtad, te serviré de ahora en adelante. Pero, por favor, permíteme descansar.
Jara volvió a levantarse del sillón y se acercó hasta la mujer, tomándola del mentón. Diana sintió el alivio, algo dentro de ella que removía sus nervios, de pronto se calmó y una profunda tranquilidad la invadió.
—Si me intentas traicionar, así sea con un pensamiento, la tortura volverá a ti diez veces más fuerte —informó Jara.
Diana dejó salir un profundo suspiro de alivio.
—Sí, lo acepto —dijo con tono cansado, casi arrastrando las palabras—. Jamás te traicionaré, cumpliré mi palabra.
Y entonces, Diana cayó al suelo, sucumbida ante el cansancio.
Cuando Diana despertó, se vio acostada sobre el mueble de la oficina de Jara. Pudo ver a la jovencita trabajar bastante concentrada en su escritorio.
—Por fin despiertas —dijo de repente la soñadora, sorprendiéndola.
Diana se levantó de un salto del mueble.
—Pe-perdón… —soltó, haciendo una reverencia formal.
Jara soltó un suspiro y se levantó del sillón.
—Siéntate, tu cuerpo está en recuperación —ordenó—. Dormiste un día completo, así que estás débil.
Diana se sentó en el mueble con timidez. Veía a Jara tomar asiento frente a ella y le pareció que se veía imponente, descubriendo así la razón por la cual toda la academia la respetaba y le tenía miedo. Hasta ese momento entendía el por qué todos decían que lo mejor era tener a Jara como una amiga y no volverse su enemigo.
En aquel momento entró Lily Ong con una bandeja con sándwiches, ensalada de frutas y chocolate. Colocó la comida en una pequeña mesita de centro, frente a Diana.
Cuando las dos soñadoras volvieron a quedar a solas, Jara le pidió a la mujer que comiera, algo que no dudó en hacer y empezó a devorar la comida, tomando los sándwiches con las manos, inflando sus mejillas al comerlos casi enteros. Estuvo sin comer por días, ya que los nervios no se lo permitían.
—¿De qué hablabas con Marcow en el lago aquella noche? —preguntó Jara.
Diana se apresuró a mascar la comida y tragar.
—Hablaba con mi padre sobre el enterrar los cuerpos en el Distrito Noreste —informó—, el director Ramín estaba esperando la llegada de la nave para él mismo enterrarlos en el bosque que queda cerca de la academia del CID.
A Jara se le hizo imposible el ocultar su impresión y la impotencia la consumió.