El enigma de la Quimera [libro 1]

El amor y otros componentes más de una relación

Menedik sentía sus piernas temblar, tenía la mirada alzada para ver fijamente al imponente hombre que estaba frente a él. Aquella mirada era profunda y pesada, todo de él desbordaba una energía oscura que le puso los pelos de punta e hizo que le doliera el estómago.

Era el primer hombre de más de dos metros que veía en su vida, tan musculoso y aterraba al usar capa negra. ¿Era un Vigilante Oscuro?

Dio dos pasos atrás, cuando su cuerpo logró reaccionar. Sentía que se iba a orinar los pantalones.

No era un Vigilante Oscuro, ellos usaban sombrero y aquel hombre no lo traía.

—¿Esta es la casa de la soñadora Jara Adelina Darmy? —preguntó el hombre, su voz era gruesa, profunda y muy segura: como todo de él.

Para ese momento el cuerpo de Menedik temblaba del miedo.

—Eh… Eh… —intentó hablar, pero fue imposible.

El hombre empezó a avanzar y al pasar por el lado de Menedik, éste de un salto se apartó de su camino y pegó su espalda a la pared, respirando agitado, preso del miedo.

Si no era un Vigilante Oscuro, ¿qué era? Una energía tan pesada no podría ser de alguien que no tuviera la categoría de Verdugo.

—Adem… —susurró Jara con impresión.

El hombre se quitó la capa, mostrando su rostro y así Menedik lo observó completamente. Era un joven blanco, de cabello claro, ojos grises azulados y tenía una cicatriz en la ceja izquierda que le agregaba más rudeza a su aspecto varonil. Debía ser menor que él, pero… entre más lo reparaba, seguía impresionándolo de sobremanera y continuaba jurándose que jamás en su vida vio en persona a un hombre tan imponente, debía tratarse de un soñador de un rango sumamente alto, probablemente perteneciente a la Élite.

Adem dejó su maleta suspensora a un lado y se quitó el abrigo impermeable negro que lo cubría de la lluvia y lo colgó en el perchero que estaba a su derecha, al lado del tembloroso muchacho. Pasó una mano por su cabello castaño claro para peinarlo hacia atrás; afuera estaba cayendo una gran tormenta y nunca imaginó que tendría que caminar un inmenso trayecto para poder llegar a la cabaña.

Volteó a echar una mirada al hombre de piel oscura que lo observaba perplejo, apretujando en su pecho un bolso negro como si su vida dependiera de ello. Lo barrió de pies a cabeza: de mediana estatura, delgado y asustadizo.

—Buenas tardes —saludó Adem. Alzó la mirada y encontró a Jara sentada en la sala de estar, lo veía como de costumbre, fría y analítica. Aunque toda su apariencia había cambiado, era idéntica a como la vio en la Dimensión Futura—. Hola, años sin vernos, señorita Jara.

—¿Qué haces aquí? —espetó Jara con tono seco.

Adem dibujó media sonrisa y avanzó por la sala.

—Yo estoy bien, el camino hasta aquí fue difícil, pero he llegado sano y salvo, gracias por preguntar —comentó Adem con sarcasmo y cierto tono de ironía.

Jara se levantó casi de un salto y por un momento Adem creyó que le aventaría el líquido del pocillo. Pero ella estaba tan sumida en su estupor de verlo que pasaron varios segundos para que reaccionara.

Adem estaba irreconocible, con una energía oscura que asustaba a cualquiera y su apariencia física era la de un hombre adulto, fornido, había crecido mucho y llevaba cicatriz en una ceja. No había rastro del jovencito que conoció en la academia.

Después que pasó la sorpresa, llegó el enojo.

—¡¿Quién te crees que eres para venir hasta mi casa como si nada después de lo que hiciste?! —espetó en un gruñido—. ¿No tienes un mínimo de vergüenza?

El joven puso las manos en su cintura y echó una mirada rápida por la pequeña cabaña.

—Es acogedora, pero no la veo viviendo aquí por el resto de su vida —comentó, después volteó a ver al hombre que seguía petrificado en la entrada—. ¿Quién es él? ¿Es de confianza como para que nos escuche?

—Él ya se va —soltó Jara y volteó a ver a Menedik—. ¿No es así?

El hombre pasó saliva y después iba a salir de la cabaña, pero Adem lo detuvo.

—Espera, no te vayas —ordenó—. Pensándolo mejor, quédate un rato, me advirtieron que no llegara solo con ella.

—¡¿Por qué?! ¿Temes por tu vida? —cuestionó Jara con ironía—. Tiras la bomba y ahora pretendes que no te destruya.

Adem soltó una risita ansiosa y dio un paso atrás.

—Vamos a hablar como personas civilizadas, ¿sí? —pidió el joven—. Usted y yo nos caracterizamos por tener buena comunicación, ¿se le olvida?

—¡Menedik, lárgate! —gritó Jara enfurecida.

—¡No, quédate! —ordenó Adem y volteó a verlo—. ¡Quédate! —gruñó entre dientes.

Menedik no sabía qué hacer y veía la puerta y después el interior de la cabaña.

—Es-es… mejor que arreglen… sus cosas… —trató de hablar, pero su voz era tan temblorosa que le era imposible.

Jara fulminó a Adem con la mirada.

—¿Cómo pudiste traicionarme de esa forma? —gruñó con voz herida—. ¡¿Cómo pudiste dejar que la Élite escribiera esa palabra en mi hoja de vida?! —Aventó el pocillo en dirección a Adem, pero él pudo esquivarlo y únicamente se escuchó el sonido al quebrarse, torpe y estridente.




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