Ver a Jara después de saber que tenía un poder sobrenatural que le permitía convertirse en monstruo le hacía reconocer en su amiga un aura mítica.
—¿Qué pasa? —preguntó Jara.
Madeline abrió la boca, pero después la cerró de golpe. ¿Cómo podría confesarle que logró reconocerla? Jara era una persona que guardaba demasiados secretos, lo más probable es que nunca aceptaría que tenía poderes sobrehumanos.
—Es que aún estoy impactada por lo que pasó en mi última misión —confesó—. Un monstruo me salvó la vida. Ya debiste verlo, hay muchos videos circulando en la Nube, cientos de personas lograron verlo.
Jara desplegó una sonrisa y tomó de su taza de té de canela.
—Bueno… pues ¿qué puedes hacer? —Jara subió los hombros, restándole importancia—. Si vuelves a ver al monstruo, agradécele y ya.
Madeline mordió su labio inferior, consternada por la absurda respuesta de su amiga. Después de ese día no volvió a ver a Jara de la misma forma, sobre todo porque notó en ella un cambio, algo que la hacía ver más segura, más… a la Jara que conoció de niña, antes del accidente. La vio madurar en los siguientes años, concentrada en una misión de la cual Madeline no tenía conocimiento, pero que al menos sabía que tenía algo que ver con la reunión que hubo entre la Élite Internacional y las Grandes Amantis en el Distrito Noreste.
Los siguientes seis años los sintió como una carrera contra el tiempo, donde veía a Jara ir y venir de la Casa Amantis, casi como si se preparara para algo. Y esto mismo lo vio en muchos soñadores, hasta en el mismísimo Marcow que se mostraba irritado y de mal humor todo el tiempo, como si algo grande le estuviera afectando.
Antes de Adem viajar en las vacaciones con el nuevo escuadrón que se crearía para manipular la energía oscura, Jara cumplió su palabra. Por fin Adem pudo hacer realidad su sueño de entrar al gimnasio donde vio a Jara por primera vez cuando viajó astralmente sin controlador de sueños.
Era un edificio de más de cincuenta pisos, con diferentes secciones, desde salas aisladas para entrenamientos de alto impacto, hasta salas de tortura mental e interrogatorios.
Era un gran prestigio el que la Élite le permitiera a Adem ingresar al edificio, con ello entendió que sí era cierto que la Élite Internacional sabía de su existencia y les comenzaba a agradar, pues le estaban dando privilegios que ningún estudiante recibió en algún momento, ni siquiera Jara.
La joven llevó a Adem hasta el ala de combate y defensa, sabía que ese era el lugar que el adolescente añoraba conocer.
Adem no pudo retener su emoción, al ingresar a la gran sala, observar en el plano terrenal los muchos rines de boxeo suspendidos en el aire, con los escudos de energía cubriéndolos, hacía que de la impresión su boca se abriera.
Era real, aquel primer viaje que tuvo astralmente era real, sí estuvo allí.
Jara iba vestida con ropa deportiva negra, llevaba su cabello recogido en un moño alto y Adem no podía dejar de reparar en sus curvas: era demasiado hermosa y sus largas piernas parecían llamarlo y seducirlo.
Se le estaba haciendo agua la boca.
Se encontraban dentro del cuadrilátero, estaba tan alto que podían ver toda la gran sala y a los diferentes soñadores entrenar defensa personal; algunos boxeaban a muerte y grupos de soñadores los animaban gritándoles y silbándoles.
Jara le había explicado a Adem cómo atacarla, pero él estaba seguro de que no sería capaz de golpearla, no tenía el coraje y mucho menos el corazón para hacerlo. Comenzaba a ver que era una mala idea pedirle a Jara que le enseñara defensa personal, ese era un trabajo de su mentor. De hecho, el capitán Yakov se lo advirtió el día anterior.
—¿Estás seguro de que quieres que sea Jara la que te enseñe defensa personal? —lo cuestionó—. Si cambias de opinión, me informas, no habrá problema, podremos seguir entrenando en el gimnasio de la Élite. —Esto último lo dijo con tono comprensivo, casi lastimero y creó mucha confusión en el jovencito.
Jara le advirtió que se defendiera y lo tomara en serio.
La joven se colocó en pose de defensa y después le gritó a Adem. Se abalanzó tan rápido a él que no pudo verla venir, con fuerza y decisión le envió una patada al rostro tan fuerte que Adem cayó al piso.
Apenas si pudo reaccionar cuando se vio en el piso, el oído derecho le zumbaba. Estaba aturdido.
—¡Te dije que lo esquivaras! —gritó Jara mientras lo observaba—. ¡Vamos, levántate, eres un debilucho!
Adem no podía creerlo, Jara en segundos lo lanzó al suelo. Ella se lo estaba tomando muy en serio, no le tenía piedad.
Se levantó y se colocó en pose de defensa. Tenía la patada pintada en la cara y la mejilla derecha le palpitaba del dolor.
Volvió a caer al suelo. Otra vez no supo en qué momento Jara lo golpeaba hasta tenderlo en la lona.
Y una vez más ella le gritó que era un debilucho y se lo tomara en serio. Era tan severa con él que lo aturdía con sus gritos.
Así como se levantaba, volvía a caer. Jara se tomaba el tiempo para enseñarle los movimientos para que esquivara sus patadas y lograra atacarla, Adem sentía que en la teoría lograba entenderle, sin embargo, al momento de llevarlo a la práctica era imposible intentar al menos esquivarle los golpes.