La cámara de tortura mental era una habitación totalmente blanca donde Adem ingresaba con el capitán Yakov para sus entrenamientos. Allí el joven se sentaba en el piso frente a su mentor y, cuando le ordenaba que cerrara los ojos, podía transportarse a las dimensiones que Yakov quería que viera.
Muchas de estas dimensiones eran siniestras, donde se encontraban los miedos más profundos de Adem.
El miedo que Adem aún no era capaz de descifrar era el mismo que se mostró en su examen de admisión. Tomó mucha más fuerza con las deformaciones de las personas que entraban y ahora también aparecía él mismo con aquel semblante cadavérico y ojos negros, profundos, como dos hoyos oscuros.
Adem recorría la casa y siempre terminaba en el comedor, observando a toda su familia sentada alrededor de la mesa. Todos lo observaban con tal intensidad que lo hacía removerse en su puesto y sentía que su garganta creaba un nudo que lo torturaba.
—¿Qué se supone que deba hacer? —preguntó Adem esa tarde—. ¿Por qué siempre me trae aquí?
El capitán Yakov salió de las sombras y lo observó fijamente.
—No lo sé —dijo—, eres el único que sabe por qué estamos aquí.
—Yo… no lo sé —sollozó Adem al no soportar el malestar en todo su cuerpo. Incertidumbre. Angustia. Miedo. Zozobra por lo desconocido…
Adem se sobresaltó cuando vio que detrás del capitán estaba apareciendo una sombra.
—¡Capitán, cuidado! —gritó y estuvo a punto de levantarse, pero su madre, que estaba frente a él, alargó uno de sus delgados y cadavéricos brazos para tomarlo del cuello, obligándolo a quedarse en su puesto.
Entonces, logró vislumbrar la silueta de Jara, pero con el mismo semblante monstruoso que tenían todos en el comedor.
—Oh, pero miren quién ha venido a visitarnos —dijo Jara con una voz quebradiza que le daba un aire mucho más tétrico—. El pequeñito bebé miedoso… —Se acercó hasta estar al lado de Adem y le acarició el cabello con sus largos dedos—. Y está temblando, tiene tanto miedo…
—Mi pobre bebé está asustado —dijo su madre y soltó una risita burlona—. Siempre ha sido tan miedoso, desde que era un bebé.
—¿Sabes la razón para que Jara esté dentro de tus miedos más profundos? —preguntó Yakov.
Adem cerró los ojos y sintió que el agarre en su cuello se apretó mucho más.
—Es alguien a quien admiro mucho —dijo Adem entre un gruñido.
Una presencia se acercó a él. Adem abrió los ojos y soltó un grito cuando se vio a sí mismo con aquella apariencia monstruosa.
—Deja de mentirte —susurró su yo monstruoso y desplegó una enorme sonrisa que le llegó hasta las puntas de las orejas—. Jamás podrás vencernos, ¿entendiste?
Mentir. Mentirse a sí mismo. La tortura de sus miedos más internos incentivadas por la mentira era la razón para que no pudiera vencer a aquellos monstruos.
“La única forma de ganarles es confrontándolos. Tampoco finjas el no tener miedo, estás enfrentando a tu inconsciente, él te conoce mejor que nadie.” Ese fue el consejo que le había dado Jara.
Sintió que el agarre en su cuello cesó. Dejó que las lágrimas salieran a borbotones de sus ojos.
—La señorita Jara es alguien demasiado superior a mí —confesó—. La admiro mucho, pero también estoy enamorado de ella. —Observó fijamente a la Jara que tenía a su lado y notó que comenzaba a tener los verdaderos rasgos físicos que poseía la Jara en la vida real y eso le avergonzaba de sobremanera, se sentía desnudo.
El enfrentar la verdad le generaba mucho más terror que aquellos monstruos.
—Entonces, ¿estás enamorado de mí? —Era la voz real de Jara.
Se observaron fijamente y el cuerpo de Adem comenzó a temblar.
—Sí, todo este tiempo he estado enamorado de usted. —La confrontó.
—Eres simplemente un niñito asustado, no eres digno de amarme —sentenció Jara con la voz severa y característica de ella.
—Lo sé, pero es un sentimiento que no puedo evitar —confesó Adem. Aquello era tan real, sentía que hablaba con la Jara verdadera y las palabras que le transmitían le lastimaban de sobremanera.
—Eres un niñito asustado, Adem —dijo Jara con tono despreciable y lo barrió de pies a cabeza.
—Sí, soy un niño asustado, tengo mucho miedo de no ser suficiente. —Volteó a ver a los demás integrantes alrededor de la mesa. Ahora su padre y madre tenían sus rostros verdaderos, aquello le generaba muchísima vergüenza.
Llevó las manos a su cabeza y jaló con fuerza su cabello.
—Esto es horrible… —sollozó.
—¿Desertarás de la academia, Adem? —escuchó la voz de su padre—. ¿Serás la vergüenza de la familia?
El joven lo observó fijamente con los ojos desorbitados.
—No podré salir nunca de mi casa por vergüenza de tener un hijo incompetente —expresó su madre con voz melancólica.
Adem sacudió la cabeza con fuerza.
—No, yo no voy a desertar. Sí, es cierto que tengo miedo, que a veces siento que todo esto es mucho para mí, pero sé que puedo lograrlo. Yo soy suficiente, yo puedo superarme cada día.