Era un niño. Había un niño acurrucado en los brazos de una mujer en el lugar donde provenía el siseo.
Issis sabía que se trataba de Adem cuando era pequeño, la mujer que lo abrazaba era el recuerdo de su madre. El niño dormitaba en los brazos de la mujer, se veía muy a gusto, como si quisiera que nunca se acabara el momento.
Aquello le informó a Issis que estaba bastante complicada la situación, Adem quería quedarse allí, que su vida se acabara.
—Adem —llamó la joven, pero el pequeño no habría los ojos—. Adem, soy yo, Issis.
Lo último hizo que el niño se removiera en los brazos de la mujer y abriera un ojo, después lo volvió a cerrar sin ninguna impresión.
—Adem, ¿no me reconoces? —preguntó ella.
—No eres Issis, mentirosa —farfulló el niño e hizo un mohín.
Eso hizo caer en cuenta a la jovencita que aquel niño la recordaba de pequeña, el encontrarse con una persona adulta haría que no la reconociera en lo absoluto.
Gracias a que se encontraba en un lugar donde podía conectarse a los recuerdos, hizo que su cuerpo se transformara a cuando estaba niña.
—Adem, soy Issis, mírame —dijo ella, ahora con voz algo chillona, igual como sonaba de niña.
El pequeño abrió los ojos, ahora impresionado.
—Issis, ¿qué haces aquí? —preguntó, desprendiéndose de los brazos de su madre.
Issis recordaba un momento exacto gracias a la ropa que usaba Adem. Una vez en un parque, Adem llevaba un enterizo rojo con camisa blanca, presumiéndolo porque era un regalo de su madre, ya que cumplía años.
Usó mucho aquel enterizo rojo, hasta que tuvo rotos y su madre le compró otro para que dejara de usarlo.
En aquel espacio estaban todos los componentes que le generaban a Adem felicidad: la protección de su madre, la atención por medio de detalles; y él de pequeño, un tiempo donde no tuvo ningún problema, todo fue perfecto.
—Vengo a jugar —respondió Issis y lo tomó de un brazo—. ¿Vamos a los columpios?
El niño alargó una gran sonrisa.
—¡Sí, vamos! —aceptó entusiasmado y dio un salto, desprendiéndose de la protección de su madre. Volteó un momento a ver a su mamá, la cual se despidió de él con una sonrisa amorosa.
Issis recordó que un día había ido a casa de Adem para buscarlo para jugar. Fueron al parque y pasaron una tarde muy hermosa jugando en los columpios.
Fue especial porque esa tarde Adem le dio un beso en los labios. Con siete años le dijo a Issis que le gustaba y que de grandes se casaría con ella.
En la oscuridad apareció una zona de juegos infantil que Issis reconoció al instante: era donde pasaban las tardes de niños.
Adem corrió dando saltos hasta llegar a unos columpios azules y se sentó en uno. Ella lo siguió sonriente, dejando salir risitas por estar reviviendo tan hermoso recuerdo.
—¡Ven, Issis, empújame! —gritó el niño.
Ella así lo hizo, entendiendo que debía tener mucha paciencia para ir despertando de a poco a Adem, ya que él creía que ella era un recuerdo más de aquella época.
Al terminar de columpiarse, los niños se fueron al arenero, donde Issis sabía que Adem le daría su primer beso.
El pequeño intentaba hacer un castillo de arena y la niña lo observaba expectante, preguntándose cómo alterar el recuerdo para que Adem reaccionara.
—Issis, ¿sabes? Las personas de grandes se casan con sus mejores amigos —dijo el niño y alzó la mirada, observándola fijamente.
—¿Entonces vamos a casarnos de grandes? —preguntó ella.
—A mí me gustaría casarme contigo, podemos jugar siempre juntos —respondió Adem con una gran sonrisa.
—Pero a ti te gustará alguien más cuando seas grande —dijo ella, algo que nunca mencionó cuando era pequeña en ese recuerdo.
Adem borró la sonrisa de golpe, después arrugó su pequeño entrecejo.
—¿Por qué dices eso? —inquirió.
—La soñadora Jara, estás enamorado de ella —explicó la niña, ahora sonando seria—. ¿Lo recuerdas? Me lo confesaste una tarde, en la habitación de la academia, en el CCI.
Adem bajó lentamente la mirada a una de sus manos y observó un anillo con algo de miedo.
—Adem, ¿qué pasa? —preguntó Issis, temiendo una reacción negativa.
De repente, la situación se volvió completamente diferente, abarcando mucho más espacio. Ahora todo lo que Issis veía era una sala de estar. Adem se encontraba sentado en un mueble y veía fijamente a una mujer que estaba sentada a su lado.
La joven reconoció la mujer al instante, era Jara, usaba pantalón corto y un abrigo. La mujer estaba riendo y se acomodaba el cabello con una mano; claramente coqueteando con Adem.
Issis se acercó un poco para poder ver más lo que sucedía.
—Demuéstramelo, Adem —dijo Jara.
—Lo haré, cuando cumpla cuarenta años, me casaré con usted —soltó Adem con seguridad.
Issis entendió entonces que así fue como comenzó la obsesión de Adem por volverse pareja de Jara. Ella lo había retado; algo que era mejor no hacer, su amigo era demasiado competitivo y se obsesionaría por demostrar que sí era capaz de hacer eso que lo retaron a hacer.