El enigma de la Quimera [libro 1]

Kalopsia

Jara llegó al CCI al adentrarse la tarde, fue directo al hospital, a la zona donde atendían a la Élite.

Encontró con facilidad la habitación donde atendían a Adem, guiándose por los guardias de seguridad.

Todos la reconocían, así que la dejaron entrar a la habitación. Encontró en el interior al capitán Yakov sentado en un sillón, a la derecha de la cabecera de la cama; también se encontraba presente la decana Emma, la cual observaba el paisaje por una ventana con las cortinas blancas corridas, para que dejara entrar el frescor del exterior.

—¡Oh, Jara! —exclamó Emma con una gran sonrisa, sus ojos gateados brillaron de felicidad sincera.

Se acercó a la joven y le dio un fuerte abrazo.

—¡Pero mírate, te pintaste el cabello y lo cortaste! —Le acarició la punta del cabello con una mano—. Es cierto lo que dicen todos, estás cambiadísima. —Observó con curiosidad la mirada de la joven, pero decidió no hacer comentarios al respecto.

Jara desplegó una ligera sonrisa y se sintió cohibirse de a poco. Buscó con la mirada al capitán Yakov, el cual permanecía sentado en el sillón sin inmutarse. Después estaba Adem, parecía dormir profundamente, no tenía ninguna máquina que lo monitoreara, aunque una pantalla suspensora a un metro de distancia por encima de su cabeza en la pared informaba sobre sus signos vitales.

—Adem está bien, despertó hace unos días —explicó Emma—. Está dormido ahora, le han pedido que viaje a ciertas dimensiones para examinar su nuevo controlador de sueños. Necesitamos saber que todo está en perfecto orden. Aunque, con seguridad, no despertará hoy. Podrás hablar con él mañana si llegas a primera hora. Lo mantienen todo el tiempo que sea posible haciendo viajes para que así su cuerpo carnal pueda recuperarse pronto.

—Entonces, ni enfermo lo dejan descansar —comentó Jara, observando fijamente el cuerpo de Adem.

—Querida, es por su salud, estamos verificando que todo esté bajo control —aclaró Emma.

—¿El controlador o la vida de Adem? —inquirió Jara con un tono de sarcasmo—. Creo que es la primera opción.

Yakov aclaró su garganta y se removió en el sillón, para después cruzarse de brazos y cerrar los ojos.

—Jara, Adem ahora hace parte de la Élite —explicó Emma, cambiando a un tono serio—, tiene responsabilidades y, además, hace parte de un experimento sumamente importante.

—¿Por qué dejaron que se volviera un experimento? —inquirió Jara en un gruñido—. ¿No les bastó con ya haber creado uno? ¿Necesitaban hacer otro?

—¡Adem fue voluntario! —protestó Emma, abriendo sus ojos en gran manera. Inspiró hondo para calmar su frustración—. No has estado aquí en casi tres años, no sabes por todo lo que Adem ha tenido que pasar, así que es mejor que no opines sobre lo que está bien o mal.

Jara soltó un jadeo al parecerle gracioso que hubiera una tercera persona que le recordara su tiempo por fuera del CCI.

—No se me olvida, fui yo quien decidió tomarse un descanso —dijo Jara y desplegó una sonrisita que le pareció de mal gusto a Emma.

La joven no se sintió bien recibida y prefirió retirarse para volver al día siguiente temprano y poder así hablar con Adem.

Al volver a su apartamento, le pareció que todo su alrededor había cambiado, dejándola atrás, casi destinada a desaparecer.

Se dirigió a la habitación principal del apartamento, encontrándolo justo como lo había dejado: limpio y en orden. Las sábanas blancas de la cama la llamaban, pidiéndole que descansara después del largo día.

Se acostó a medio lado, acurrucando sus piernas entre las sábanas, sin importarle que aún llevara los zapatos. Las lágrimas fueron saliendo de a poco, dejando que sus ojos aún abiertos, se fueran adentrando a un muy lejano recuerdo: un bebé recién nacido que sonreía con los ojitos cerrados, sus manos haciéndole un mohín a los labios del bebé; después el rostro del niño se iba arrugando por el maltrato que producían los dedos de Jara en su piel.

—Así está mejor, llora —dijo ella.

Aún era una niña de seis años cuando estuvo en frente del bebé, pero en sus pocos años de vida sabía que un niño no podía ser privado de la tristeza.

Aquel pequeñito desde que lo habían llevado a la sala minutos después de nacer, las enfermeras no dejaban de hacerlo reír. Todos hablaban sobre el bebé y que había nacido sonriendo, por lo cual querían que estuviera así, alegre. “Es un bebé sonriente” decían y lo acomodaban para que estuviera lo más cómodo posible en la incubadora.

La madre del bebé se había complicado en el parto, por lo cual no había podido recibirlo en sus brazos y lo desplazaron a una incubadora, pero lo sorprendente era que no dejaba de sonreírle a todo el que lo mirase.

A Jara le pareció peligroso que privaran al recién nacido del llanto, llevaba horas de haber venido al mundo y aún no lloraba, de hecho, tampoco se le escuchaba risa alguna. Era tan silencioso y retraído que la niña ya podía evidenciar el gran retroceso emocional que tendría a medida que fuera creciendo si ningún pediatra se ocupaba de despertarle las emociones.

Por esa misma razón Jara, cuando vio que la enfermera se alejó de la incubadora, se acercó y le hizo un mohín con sus dedos. Antes, cuando observó al pequeño dormir plácidamente, le pareció que traía consigo un aura de amor y ternura; así que era evidente el por qué todos en el hospital pediátrico estaban tan cautivados con el pequeñín: piel rosada, cabello rubio y extremidades pequeñas, tiernas.




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