El enigma de la Quimera [libro 1]

CAPÍTULO 66

Adem había escogido el restaurante, era más una terraza cubierta por una cúpula transparente que permitía apreciar el cielo nocturno con sus radiantes estrellas y justo ese día había luna llena, así que la vista era mucho más romántica.

Lo primero en lo que se fijó Jara es que se trataba de un restaurante para gente común, mejor dicho, para parejas comunes. Y eso la puso nerviosa.

Un mesero los llevó hasta su mesa, la cual estaba ubicada en un extremo del restaurante, donde lograba verse toda la ciudad con sus muchos foquitos que se mezclaban con las luces de las estrellas.

Cuando Adem le dijo que se vistiera elegante para la cena, Jara supuso que iba a ser incómodo, pues no deseaba nada que exigiera etiqueta. Sin embargo, ahí estaban, ella cambiada con un vestido largo y negro y él con traje.

El mesero les sirvió unas copas de vino y les recomendó la especialidad de la casa. Ellos aceptaron y el hombre se marchó con su sonrisa alegre.

—¿Cómo sabes de este lugar? —preguntó Jara.

—Mi mamá es chef, conoce mucho de restaurantes —explicó el muchacho.

—¿Le preguntaste a tu mamá?

—No —respondió Adem, desplegando una sonrisa—, es que mi madre al ser chef, he crecido conociendo muchos restaurantes en la ciudad. Es un trabajo donde todos se conocen, como una comunidad.

En ese momento Jara se dio cuenta que no sabía mucho sobre Adem y su familia, todo lo contrario, a él, que sí conocía mucho sobre ella y su procedencia.

—¿En tu familia eres el único soñador? —indagó ella.

—Ah sí, el primero, pero mi hermanita Lucy también quiere ser soñadora.

—¿Tienes una hermana?

—Sí, tiene nueve años —respondió Adem con una gran sonrisa—. Es sumamente inteligente.

Adem comenzó a comentarle sobre su familia materna, la cual era muy extensa y que hasta tenía un tío que tuvo seis hijos, algo que hizo que los ojos de Jara se abrieran en gran manera por la descomunal cifra. Le habló de sus primos que eran actores, sobre sus tíos los escritores y también que su abuela materna era bailarina y cantante; habló sobre su abuelo materno, el cual era un catador de vinos, un trabajo que Jara no sabía que existía.

—Viaja alrededor del mundo probando vinos y les hace críticas —explicó Adem.

Cuando trajeron la comida, Adem ordenó unas botellas de vino específicas y cuando se las llevaron, le sirvió varias copas los vinos a Jara, explicándole sobre cada marca. Fue un momento agradable y ella entendió que fue una buena idea el salir de su zona de confort.

—Por parte de papá, él fue hijo único y mis abuelos son médicos —le informó—. No hay mucho que contar, es una familia muy pequeña y todos se han ido por la medicina.

Para aquel momento habían terminado de cenar y Jara estaba prendada de todas las historias interesantes que Adem tenía por contar. Tomaban vino y ella escuchaba en silencio, hablando únicamente para hacer preguntas puntuales.

Una vez decidieron marcharse del restaurante, Adem le dijo que había un lugar de la ciudad que seguramente Jara no conocía y deseaba mostrarle.

Se trataba de un bosque de enormes árboles antiguos con faroles flotantes y caminos hechos en piedra. Las parejas caminaban de un lado a otro, explorando el bosque, otras estaban sentadas en el suelo con manteles y tomando vino.

Adem la llevó hasta lo alto de una colina, donde lograba observarse el bosque iluminado tenuemente por las farolas flotantes. Él se quitó el saco y lo extendió en el suelo para que Jara se sentara.

—Es muy hermoso —susurró Jara—. Parece una dimensión artificial.

—Lo terrenal también tiene sus cosas bonitas —comentó él.

La joven se sentó y se sorprendió cuando Adem soltó un gran grito que se escuchó a lo lejos como eco.

—¿Qué haces? —inquirió ella.

—Antes, cuando me sentía frustrado venía aquí a gritar —confesó el muchacho, risueño.

—Asustarás a las parejas —advirtió ella.

Adem puso sus manos en la cintura, pensante.

—No lo había pensado —confesó—, pero supongo que no soy el único que lo hace. —Contempló a la muchacha que se mostraba tranquila, sentada con las piernas cruzadas, con porte digno de la realeza antigua—. ¿No te cansas de ser siempre perfecta?

Ahí estaba otra vez aquel tuteo, Jara comprendió que él decidía hacerlo cuando entraba en confianza con ella.

—¿A qué te refieres exactamente? —indagó con tranquilidad.

El muchacho se sentó al lado de ella.

—Tu personalidad siempre es de alguien que parece no tener errores —explicó—. Siempre te exiges ser la mejor, mostrarte pulcra y sin defectos. ¿No es cansado para ti?

Jara meditó su respuesta antes de responder. Le era una pregunta compleja, pues ella había nacido para ser perfecta, alguien que debía representar a la raza humana a futuro, ¿cómo podría permitirse tener errores?

—Así es mi personalidad —se limitó a decir.

Adem ladeó la cabeza hacia la derecha, analizándola a minuciosidad.




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