El enigma de la Quimera [libro 1]

Recuerdos

Jara llegó a la casa de sus padres después de aquel largo y molesto día. No pudo reunirse con la Élite porque aplazaron la reunión para el día siguiente, lo cual hizo que muchas horas de espera de la joven fueran en vano.

Notó que todo en la casa de sus padres seguía viéndose igual: perfecto, imponente y muy limpio.

Monik estaba en la cocina preparando la cena, la mujer no se inmutó al ver a su hija llegar después de varios años, lo cual le informaba a Jara que aún seguía herida por haberse ido a un largo descanso sin haberle notificado previamente y pedirle su opinión.

Todo estaba en silencio, a excepción del sonido que hacía la salsa burbujeante en la estufa eléctrica y eso le confirmaba que había algún problema entre sus padres, su padre siempre hablaba de todo tipo de cosas cuando estaba en casa y Jara sabía que sí estaba, porque vio su auto parqueado afuera de la casa y él sólo hacía silencio cuando estaba triste.

Y su madre se mostraba demasiado seria, mucho más de lo que se mostraría cuando estaba enojada con ella. Así que sí, estaba pasando algo entre sus padres.

Jara se escurrió por la gran cocina, hasta recostarse al mesón donde su madre picaba unas verduras en una tabla de madera sintética.

—Mamá… ¿sucede algo? —preguntó, pero Monik siguió picando las verduras como si nada, ignorándola por completo, hasta pasado varios minutos.

—Tu padre tiene una amante —respondió su madre.

—¿Y cómo sabes eso?

—Porque lo sé, él ya no es el mismo de siempre, ha cambiado mucho. —Los labios de su madre temblaban, pero después los controló y tomó aire para seguir hablando—: A veces se esconde en su cuarto de estudio y lo oigo hablar con una mujer por su pantalla suspensora; he tratado de que me lo confirme, pero me llamó loca y dijo que era una escandalosa. —Su voz al final se quebró, dejó de picar las verduras, aunque Jara no podía ver su rostro sabía que se estaba limpiando las lágrimas.

—Mi papá no tiene ninguna amante, mamá —contradijo Jara con voz calmada—. Papá te ama mucho, llevan casados muchísimos años… Lo conozco muy bien y sé que no sería capaz de engañarte, ¿por qué lo haría? Eres una grandiosa mujer.

Su madre dio media vuelta para poder observarla fijamente.

—¿Entonces por qué sus camisas huelen a perfume de mujer? —inquirió, en su mano derecha sostenía el cuchillo con el cual picaba sus verduras, lo observó por un instante—. Me he pasado toda mi juventud a su lado ¿y así es como me paga?, esto es injusto… Yo dejé a un lado muchas metas por darle la familia perfecta y él me paga de esta forma. —Dejó el cuchillo en el mesón y observó fijamente a su hija—. Cuando un hombre deja de cuidar a su familia para estar supuestamente más en el trabajo es porque se ha conseguido otra mujer.

—Mamá, mi papá no tiene una amante, el perfume pudo ser de alguna compañera suya que lo abrazó y ya… —replicó Jara.

—¡Deja de decir tonterías, Jara! —gritó con fuerza, después empezó a acomodarse el cabello confundida por su actitud—. No siempre tienes la razón, no creas que por tu inteligencia vas a poder saber todo. Yo sé de lo que estoy hablando.

La cocina quedó en completo silencio. Jara no reconocía a su madre, se veía alterada, de mal humor, no estaba maquillada y sonriente como solía estarlo siempre.

Después de unos segundos, Jara decidió ir a la que era su antiguo habitación; no le gustaba cuando sus padres le gritaban y mucho menos estaba acostumbrada a ello, no sabía cómo actuar en esas situaciones.

En el fondo, odiaba el que las personas la maltratasen con sus palabras, era un gran tormento las palabras hirientes y ni imaginar el miedo que le daba cuando la golpeaban. Recordaba parte de su niñez con ese miedo profundo por los entrenamientos que rayaron en el maltrato. Tenía frescos los recuerdos de los moretones que se formaron en su piel y el miedo profundo que llegó a tener por su mentor.

Ese era su punto débil: el maltrato. Hacía que su mente se volviera muy sensible y que no pensara con tranquilidad.

Jara esa noche decidió dormir temprano. Cuando su madre subió para preguntarle si bajaría a cenar, ella le informó que no. Le pareció incómodo cuando su madre permaneció en silencio en el marco de la puerta.

Jara estaba acostada a medio lado, dándole la espalda a la puerta, pero sabía que Monik estaba allí, observándola, podía sentirla. Después de unos minutos de completa incomodidad, la mujer salió en silencio, cerrando la puerta a su paso y así Jara pudo volver a tener privacidad.

Una parte de Jara, la racional, sabía que su madre subió con la intención de hablar con ella y pedirle disculpas por haberle gritado. Sin embargo, su parte emocional, la cual fue herida, le decía que se mantuviera firme en ignorar a su madre, ya que nunca recibió unas disculpas por sus acciones, así que no debía bajar y hablar con ella.

Jara fue atrapada de a poco por el sueño pesado. Como aún no tenía puesto el controlador de sueños, su mente viajó por situaciones que no tenían una lógica propia; ella estaba acostumbrada a esto, en un principio se le hizo incómodo, ya que le gustaba entender los sueños, pero ahora únicamente los ignoraba y se enfocaba en descansar.

Soñó que estaba caminando alrededor de un gran grupo de personas, no podía saber dónde estaba. La multitud la tropezaban con sus hombros y la ignoraban por completo cuando quería hablar. Después, de la nada, se vio en un salón del CCI y sus compañeros de trabajo estaban sentados en los pupitres, observando el tablero digital. Jara se dio cuenta que también hacía lo mismo. Se levantó del pupitre y rodó su mirada por todo el curso. De la nada, el piso empezó a llenarse de sangre, al igual como sus compañeros eran bañados con el líquido y una voz comenzó a hablar, abarcando toda su audición:




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