Esto le reveló a la mujer que Luie sabía algo.
—Yo sé que está tomando medicina, que está enferma y es grave. Pero no se preocupe, no se lo diré a nadie, mucho menos a Adem —confesó él—. Lo que sea que usted tiene en este momento… sé que se va a curar y vivirá por muchos años, al menos, va a llegar a los cuarenta y lo hará muy sana. Tendrá una hermosa boda tradicional y su esposo será Adem. Todos la elogiarán por el hermoso vestido que usará, se verá como toda una princesa.
Jara observó el atardecer caer por el balcón, los tenues rayos de sol se colaban entre las hojas de los árboles y la suave brisa de invierno se escabullía hasta la oficina. El reloj de péndulo interrumpía el silencio con su tictac.
Un nudo de fuego torturó la garganta de Jara y sus pupilas se inundaron de lágrimas, pero no se permitió doblegarse.
—Luie, lo que tú viste… ya yo lo he visto antes —informó— y como te dije, es cambiante.
—Entonces, usted también lo ha visto… sabe que se casará con Adem. —Notó el rostro de decepción de su mentora, pero no le interesó, comenzó a ver que ella no cambiaría de parecer—. Sobre el atrapasueños en su mano izquierda, ¿desde hace cuánto lo tiene? ¿Sabe qué significa?
Jara arrugó el entrecejo.
—Es una insignia de las Amantis, pero es violeta, no verde —refutó.
—No sabía que las Amantis tenían una marca —comentó Luie.
—Sí, es justamente un atrapasueños violeta, le entrega al que lo posee habilidades sobrenaturales —informó Jara—. Es imposible que puedan replicarlo, únicamente un integrante de las Amantis podría… —Sintió que todo su cuerpo se electrizó—. Oh… no puede ser… Marcow anteriormente fue un Amantis, debe haber replicado la marca.
—Esa sería una gran posibilidad, señorita Jara, por lo investigado hasta el momento, él posee más poder del que podemos imaginar.
—Esto es una verdad difícil de aceptar —soltó Jara en un largo suspiro.
Jara observó su mano derecha. Sabía que había marcas que se ocultaban, pero estas eran difíciles de crear, lo más común era usar dispositivos biológicos para crearlas y eran organizaciones poderosas como las Amantis las que las utilizaban para ser distintivas. Si el decano Marcow era capaz de crearlas, eso decía mucho de él, poseía un gran poder y eso lo volvía alguien sumamente peligroso.
Jara se acomodó en su puesto, sintiéndose incómoda. Empezó a sentirse fatigada y decidió salir al balcón para tomar aire fresco. Ya las sombras de los árboles se volvían más grandes y el cielo se mostraba pálido, con algunas estrellas apareciendo y brillando.
Entre Jara más investigaba sobre Marcow, notaba un enorme vacío negro que se hacía cada vez más y más grande, intentando consumirlo todo.
Diana siempre tenía un mal presentimiento cuando Marcow la llamaba.
El hombre estaba ahí, armando un rompecabezas de lo que parecía ser la imagen de una serpiente que rodeaba una manzana roja. Y ella se encontraba de pie, a la espera de que él hablara y le dijera la razón para haberla llamado.
—Son veinte en total —dijo por fin, aunque la dejó con más preguntas que respuestas.
—¿Disculpe?
Marcow alzó lentamente la mirada del rompecabezas, observándola a través del grueso vidrio de los lentes.
—Actualmente son veinte aprendices de la energía oscura —explicó el anciano—. Pero ninguno ha podido entregarme la información que he solicitado.
La joven tragó saliva.
—Mi señor, humildemente hemos estado trabajando arduamente para poder resolver el enigma —informó ella con su respiración pesada—. Esperamos pronto saber cómo se unen las almas.
Marcow inspiró hondo y se echó en el espaldar acolchado del sillón tapizado en cuero oscuro.
—Recuérdame la razón para que sigas dentro de las Sombras —dijo él.
Diana contuvo la respiración y bajó la mirada.
—Lo siento mucho, mi señor, me esforzaré mucho más —soltó con tono tembloroso.
—¿Qué edad tiene tu hermano actualmente? —indagó el hombre—. ¿Seis o cinco? Debe ser un bebé hermoso, con una pomposo futuro y sería una pena que le sucediera algo por la ineptitud de su hermana y de su inútil padre.
Diana cayó al suelo de rodillas, empezando a temblar y respiraba agitado.
—Mi señor, lo siento mucho —sollozó—. Yo… yo…
Marcow tomó una ficha del ajedrez y la observó con detenimiento.
—Dime, ¿qué has averiguado sobre el descanso de Jara? ¿Se ha sabido por qué la van a destituir repentinamente de su cargo?
Diana lo observó con intensidad.
—Ella está enferma, la han declarado desahuciada —respondió—. Mi padre la enviará al Distrito Noreste, a que sea docente en el Centro de Investigación Diferencial —soltó con rapidez—. Una vez allí, esperamos poder crear un atentado que haga que muera, por fin.
—¿Por qué eres tan idiota? —cuestionó el anciano.
La joven dejó caer su frente hasta el piso.
—Perdón, perdón, mi señor, creímos que sería lo más efectivo para eliminar a la señorita Jara.