El enigma de la Quimera [libro 1]

CAPÍTULO 75

Ella se ruborizó.

—Oh, bueno, pero esta es otra cita, con otro vestido negro —comentó la jovencita.

Él seguía observándola con una sonrisa y decidió seguirle la corriente.

—Seguramente todos al llegar te observarán, pero disimularán que no lo hacen porque ven que llego contigo y saben que somos novios, ya es oficial —agregó Adem.

—Sí, nos encontramos con algunos conocidos que nos saludan, tal vez uno de ellos no te agrada porque notas que no me ven nada más como una compañera.

—Algún soñador de nuestra edad que te habla con coquetería cada vez que se encuentran y debo dejarle en claro que soy tu novio.

—¿Ah sí? ¿Y cómo lo harías? —cuestionó Jara con picardía.

—Plantándote un enorme beso en público.

—Pero qué indecente eres… —soltó ella y desplegó una sonrisa de satisfacción.

—Estarán acostumbrados, habrán supuesto que terminaríamos siendo pareja al ser aprendices del mismo mentor —comentó Adem y le dio un beso en la frente, después en la punta de la nariz—. Te amo, Jara, espero que este sea nuestro futuro juntos.

Ella volvió a acurrucarse en el ancho y fuerte pecho del joven.

—Es un hermoso futuro, me gustaría que se hiciera realidad —esbozó ella con tristeza, sabía que una historia como esa estaba prohibida para ellos.

—Lo estamos haciendo, ya hemos comenzado —dijo Adem con seguridad—. Mira, estoy ahora aquí, contigo, en el balcón de tu apartamento, sentados en este mueble azul, hablando de nuestro futuro juntos. Somos una pareja. Podemos hacer lo que queramos y la sociedad deberá aceptarlo, porque estamos unidos, no pueden separarnos.

Pero Adem no sabía que ella estaba muriendo, ese aspecto tan pequeño y al mismo tiempo tan importante se había omitido. Jara iba a morir joven, si no era por su enfermedad, lo haría a manos de un asesino a mitad de la noche y su cuerpo quedaría tendido en una carretera. No habría salidas de novios donde algunos divertidos celos emocionaran más la noche; tampoco podrían casarse y tener rutinas ordinarias donde prepararían cenas y bailarían en la terraza de la casa.

Jara sentía que estaba al borde del llanto, pero se obligaba a no hacerlo, cerraba los ojos con fuerza y abrazaba a Adem. Era reconfortante tenerlo a su lado en una tarde donde la tristeza le hacía una visita.

—Amor, ¿estás bien? —preguntó Adem.

Aquellas palabras hicieron que Jara soltara el llanto con fuerza, ahogando los sollozos en el abrigo del joven.

Con Adem podía permitirse ser débil, él no iba a señalarla y mucho menos reclamarle. Era el amor de su vida, de eso estaba más que segura.

Él siguió abrazándola, le hacía masajes en la espalda, permitiéndole llorar hasta poder calmarse. Jara se sentía como una niña pequeñita, insegura, que necesitaba protección y podía encontrarlo, sintiéndose satisfecha de soltar todo lo que acumulaba en su interior.

Cuando logró calmarse, sabía que debía ser sincera con Adem. Le contó todo. El tiempo de vida que le quedaba; la razón para tener que solicitar un descanso tan largo para encubrir la misión que llevaba a cabo; todo el daño que sabía que le hizo Marcow a la distancia, incluyendo la vez que casi muere y el tratamiento donde Roben hacía maniobras para mantenerla estable.

—Ellos me mataron lentamente —decía Jara—, y yo no lo vi venir, me arrancaron mi larga vida, ahora quedaré resumida a una muerte prematura. Y si no muero por la enfermedad, me asesinarán.

Los ojos de Adem estaban rojos, así como sus labios tenían un rosado más intenso al apretarlos por momentos para poder controlar la impotencia.

—Ya lo sospechaba —confesó después de un rato de silencio—. Sabía que estaba sucediendo algo. Pero no vas a morir, Jara, no volverá a suceder. —La tomó de las manos—. Esta vez yo no permitiré que mueras. Tenemos que salvarnos y no permitir que nos separen.

—Adem… ¿te refieres a cuando nos separaron de niños? —preguntó Jara, aunque sabía que él se refería a algo mucho más atrás, a su vida pasada.

Se observaron con tanta intensidad que no necesitaron comunicarse con palabras.

—No quiero volver a perderte, Jara —soltó mientras se abalanzaba a abrazarla con fuerza—. No te perderé otra vez.

—¿Ya logras recordar tu vida pasada? —preguntó Jara después de pasados unos minutos.

Se acomodó en el mueble, cruzando las piernas sobre sus tobillos. Adem había preparado una aromática de albahaca para calmar las emociones pululantes. La noche ya había abrigado la ciudad y tuvieron que encender la calefacción porque la manta ya no les calmaba el frío.

Al ver a Adem atenderla en su propio apartamento le hacía sentir que vivían juntos. De hecho, cuando llegó el domicilio que trajo la ropa del joven y lo vio acomodarla en el clóset por un momento imaginó cómo sería que Adem viviera con ella y llegó a la conclusión de que le gustaría.

Adem se acomodó al lado de Jara y daba cortos sorbos a su aromática caliente.

—No lo recordé hasta ayer —respondió—. Creo que drogarme y hablar de mi pasado hizo un detonante para que lograra recordarlo todo.

—Probablemente te relajó tanto que lograste llegar a los recuerdos bloqueados en tu inconsciente —explicó Jara.




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