La cueva se alzaba ante ellos como una boca abierta que parecía tragar toda la luz. El aire frío y húmedo los envolvió en cuanto cruzaron la entrada y un silencio casi antinatural los rodeó, como si la cueva misma contuviera la respiración en espera de lo que estaba a punto de suceder.
Álex, Emma y Jake avanzaron con pasos cuidadosos y sus linternas proyectando sombras alargadas en las paredes irregulares de piedra. Cada pequeño sonido, desde el crujir de la grava bajo sus pies hasta el goteo distante del agua, parecía amplificado en la oscuridad.
Emma sujetaba con fuerza la bufanda de su amiga contra su pecho, el único objeto tangible que la conectaba con su amiga desaparecida. Jake llevaba la mochila con las provisiones para el ritual, mientras Álex lideraba el camino con el grimorio bajo el brazo y una determinación que escondía su miedo. Sabía que, como el conducto, tendría que ser el más fuerte, pero la presión de lo que estaban a punto de hacer le pesaba más con cada paso que daban.
El camino hacia la cámara donde habían encontrado el espejo estaba grabado en sus mentes. Parecía que cada giro y recoveco estaba impregnado del recuerdo de aquel fatídico día, y aunque no hablaron durante el trayecto, la tensión era palpable.
Al llegar al lugar donde todo había comenzado, la cámara era tal y como la recordaban, pero ahora, sin el espejo, parecía aún más vacía, más siniestra. Al otro lado estaba el primer túnel por el que entraron, aún derrumbado.
—Aquí es —susurró Álex con la voz reverberando en el silencio.
Jake asintió y comenzó a desempaquetar los objetos para el ritual. Colocó las velas en un círculo alrededor de ellos para asegurarse de que estuvieran alineadas según las instrucciones del grimorio. Luego, colocó la bufanda de Luna en el centro del círculo mientras Emma encendía las velas una por una con las manos temblando de miedo.
Álex abrió el grimorio con los ojos recorriendo las palabras escritas en una lengua antigua que apenas comprendía. La Directora Rivera lo había traducido cuidadosamente para ellos.
—Deberíamos estar listos —informó Álex tratando de infundir confianza en sus palabras—. Recordad, pase lo que pase, no debéis romper el círculo.
Emma y Jake asintieron con los rostros tensos, pero decididos. Se sentaron alrededor de la bufanda formando un triángulo, y Álex comenzó a recitar las palabras con voz baja y temblorosa al principio. El latido de su corazón resonaba en sus oídos, cada palabra pareciendo invocar algo más profundo, algo más oscuro.
Las velas parpadearon cuando el chico recitó la última palabra, como si una brisa invisible hubiera pasado sobre ellos. El aire en la cueva pareció cambiar para volverse más denso, más cargado de electricidad. Un zumbido bajo y grave resonó en las paredes de la cámara, como un eco de otro mundo.
De repente, una ráfaga de viento frío atravesó la cueva haciendo que las llamas de las velas se agitaran con violencia, aunque no se apagaron. Emma jadeó al sentir una presencia, una energía que no podía ver, pero que sabía que estaba allí, con ellos.
Jake miró a su alrededor con el rostro pálido, buscando la fuente de esa extraña sensación.
—Luna —la llamó Álex con la voz temblando—. Si estás aquí, por favor, danos una señal.
El zumbido se intensificó para transformarse en un murmullo casi imperceptible. Álex sintió una presión en el pecho, como si algo invisible estuviera empujándolo hacia abajo. A su lado, Emma cerró los ojos para concentrarse en la bufanda que descansaba en el centro del círculo, intentando conectar con la energía de su amiga.
Fue entonces cuando lo escucharon: un susurro débil, lejano, pero inconfundible.
—Chicos… soy… yo…
El corazón de Emma se detuvo por un instante. La voz era suave, pero reconocible. Era Luna. Sin embargo, había algo en el tono, algo que la hizo estremecerse. Sonaba como Luna, pero había un eco, una resonancia extraña que no pertenecía a este mundo.
—Luna, estamos aquí —dijo Emma con los ojos llenos de lágrimas—. Estamos aquí para ayudarte. Dinos qué debemos hacer.
El susurro se volvió más fuerte, más claro y, ahora, el rostro de Luna comenzó a materializarse frente a ellos, justo encima de la bufanda. Era transparente, etéreo, pero sus rasgos eran inconfundibles. Su cabello flotaba alrededor de su rostro, como si estuviera sumergida en agua y, sus ojos, aunque tristes, tenían una expresión de urgencia.
—El portal… no está cerrado —dijo Luna con una voz llena de dolor—. Algo más está aquí… algo que no puedo detener. Tenéis que sellarlo. Solo vosotros podéis hacerlo.
Álex sintió una oleada de terror, no obstante, también de resolución. Sabía que no podían fallar. Su amiga los necesitaba.
—¿Cómo lo hacemos, Luna? —preguntó el joven con la voz quebrada.
La chica levantó una mano para señalar el grimorio en las manos de su amigo.
—Hay un sello en el libro… uno que debéis trazar en el suelo con mi bufanda. Debéis hacerlo rápido. El tiempo se acaba. Está… está aquí.
Justo en ese momento, el zumbido se convirtió en un rugido ensordecedor, y la cueva tembló con violencia. Las velas parpadearon y se apagaron para sumirlos en la oscuridad total. La figura de Luna comenzó a desvanecerse y su voz se tornó desesperada.