Mamá pone nuestra comida sobre la mesa, me da un beso en la cabeza y se acerca a George para acariciar su mejilla. El niño no se atreve a mirarme, yo, por el contrario, no le quito los ojos de encima. En cierta medida, es una reprimenda de mi parte; sé que no puedo contarle lo acontecido a mi madre pues ello implicaría confesarle lo que descubrí de la casa de los Basset, y por el bien de nuestra familia, lo mejor es que nadie se entere.
Me llevo la primera cucharada de sopa a la boca. George ni siquiera pestañea.
—¿Cómo están las tierras? —pregunta papá al salir de su cuarto. Ya se ha levantado de cama, pero camina con sumo cuidado de no rozar sus heridas.
—Los frutos se van desarrollando bien, no ha cambiado nada desde la última vez que los viste. —Juego con la cuchara dándole golpes al plato.
Sé perfectamente que no es de su agrado que mi hermanito y yo nos ocupemos de su trabajo, que un niño se pasee por ahí con los nulos conocimientos ya es malo, pero que una mujer lo haga, para él (como para la mayoría de los hombres en este lugar) es pésimo.
Asiente y toma su lugar en el centro de la mesa. Mi madre le deja su plato al frente y él le agradece con un beso en la mejilla.
—¡Nathaniel! —lo llama mamá—. Se enfriará tu comida.
—¡Ya voy! —avisa, y sale de su habitación mientras le hace una coleta a su cabello.
George sube un poco la mirada, pero no alcanza a verme.
—Llegó una excelente noticia en su ausencia —anuncia mamá, su rostro se ve transformado por la amplia sonrisa que lo cubre.
Agita sus manos y se encamina a un cajón de la cocina, del cual saca una esfera cristalina que lleva dentro incrustadas pequeñas piezas de cuarzo rosa. Sigo comiendo hasta que noto que se dirige hacia mí casi ofreciéndome el bello artefacto.
—¿Qué es eso? —inquiere Nath con la boca llena. Papá lo regaña con la mirada.
—La invitación más importante que le llegará en la vida a nuestra Eleonor —responde ella, y siento que la comida se estanca en mi garganta.
—¿A mí? —Toso sin control.
Mamá asiente y la deja en mis manos, es un poco pesada, pero el destello que irradia de su interior impide pensar en otra cosa que no sea su divinidad.
—Por fin llegó el momento, mi amor, te prepararán, te enseñarán y educarán para ser la mejor esposa y madre que puedas ser.
Suelta un chillido emocionada y me pellizca ambas mejillas.
Me quedo mirándola. ¿Prepararme para ser esposa? Con como he sido educada toda mi vida, siento que estoy más que lista para enfrentarme a un hombre y a unos niños.
—¿Dijeron cuándo empieza? —pregunta Nathaniel, ha quedado paralizado.
—No, cariño, ¿cómo crees? Esos hombres solo aparecen, dejan recados y se van sin dar explicación. Lo sabremos cuando llegue el momento.
Espero un instante a que mis pensamientos se alineen. Esa molesta sensación ha vuelto a poseer mi estómago, de pronto pierdo el apetito. Mamá continúa observándome con una amplia sonrisa en su cara, yo se la devuelvo por cortesía, y me llevo otra cucharada a la boca.
—¿Qué significa la esfera? —inquiero sin quitarle la mirada de encima.
—No lo sé, cada año cambian el recordatorio, pero siempre tienen un trasfondo precioso —contesta con aire de sabiduría—. Estos días que vienen serán muy fructíferos para ti, Eleonor, aprenderás mucho de la vida, conocerás nuevas personas
—¿Se irá? —pregunta Nath.
—Solo unos días, tendrá que asistir a unas clases muy importantes.
—¿Clases? ¿Clases de qué? —continúa mi hermano con las preguntas.
—Hijo, son cuestiones de mujeres —Mamá pone su plato sobre la mesa y toma asiento, poniéndole fin al tema de conversación.
Mi padre rompe el corto silencio:
—Te irá bien, no hay nada de lo que debas preocuparte. Las clases son una formalidad, la mayoría lo aprenderás en la práctica.
—No puedo creer que muy pronto voy a tener nietos —exclama mamá.
—Como si fueras a conocerlos —replica mi hermano mayor con mala cara.
—No me importa —dice que con un tono de voz tan alto que hace que todas las miradas recaigan sobre ella—. De igual forma los llevaré en mi corazón.
La comida transcurre en silencio, mismo que es intervenido con uno que otro comentario imprudente de Nath. Una vez los platos se encuentran vacíos, mi madre y yo los recogemos para llevarlos al lavavajillas, ella no encuentra impedimentos para expresarme su entusiasmo, y en parto quisiera sentirme igual a ella, o al menos un poco como Dánae, quien muere porque llegue su momento para asistir al festival y encontrar al amor de su vida. Yo no siento… eso que se todos esperan que sienta.
Se dice que soy la favorita, que se habla de mí en los recintos, y que las sumas de boms cada vez son más alta para comprarme. Y con decirlo no siento nada. Me da igual. Quizá en el fondo haya un atisbo de melancolía en mí, pero he reprimido tanto mi sentir que ya no puedo saberlo.
Toma la escoba cuando acabamos con las vajillas, y mientras barro la arena del piso, veo los pequeños piesesitos del menos de los New dirigirse hacia nuestra madre.
George agarra la falda de mamá para llamar su atención, y, cuando ella voltea, señala hacia la salida con su dedo índice. Mi madre respira hondo, cierra los ojos un par de segundos, y se agacha lo más que la barriga le permite.
—¿Comprendes lo peligroso que puede ser que andes por ahí solo? —inquiere ella. El niño arruga las cejas decepcionado, pero asiente—. No quiero que te hagan daño, así que no te dejaré salir si no me dices a dónde vas. Al prohibirte esto te estoy protegiendo, necesito que lo entiendas. Cuando decidas responder mis preguntas, eres libre de ir.
Ella se pone de pie y se dirige a su habitación. Mi hermanito se queda completamente quieto por unos segundos, después voltea y descubre que lo he estado espiando.
—¿A dónde quieres ir, George?
Doy un paso, pero él da dos, luego tres, hasta que corre y se encierra en nuestra habitación de un portazo.